Carta Pastoral de mayo
01 May 2018
en Declaraciones públicas, Episcopado
«No oprimirás al jornalero pobre y necesitado, ya sea uno de tus conciudadanos o uno de los extranjeros que habita en tu tierra y en tus ciudades. En su día le darás su jornal antes de la puesta del sol, porque es pobre y ha puesto su corazón en él; para que él no clame contra ti al Señor, y llegue a ser pecado en ti.»
Libro del Deuteronomio, 24.14-15
Celebramos el Día del Trabajador Internacional el primero de mayo, en recuerdo de lo ocurrido en la ciudad de Chicago en mayo de 1886: días de grandes manifestaciones obreras en reclamo de leyes dignas para el trabajador, entre la cuales se levantaba la demanda de 8 horas de trabajo.
En aquel entonces la jornada laboral era de 12 o 16 horas y se podía extender legalmente hasta 18 horas. El lema obrero era “ocho horas para el trabajo, ocho horas para el sueño y ocho horas para la casa”. El 1 de mayo comenzó la huelga en apoyo a una jornada laboral de 8 horas, y que fue duramente reprimida durante varios días.
En este escenario de lucha hemos de recordar a Samuel Fielden, quien conociera el rigor del trabajo desde pequeño trabajando en los telares, quien estudiara teología y fuera ordenado pastor metodista y se desempeñara como Superintendente de las Escuelas Bíblicas Dominicales en Inglaterra hasta que emigrara a Estados Unidos en el año 1871.
Fielden, de 39 años, se declara socialista y miembro de la asociación internacional de los trabajadores. Junto a algunos inmigrantes alemanes y otros norteamericanos es condenado a muerte por las demandas sociales que todos ellos encarnaron. Solamente algunos y entre ellos Samuel fueron indultados y condenados a cadena perpetua.
Con los mártires de Chicago recordamos estas luchas y estas reivindicaciones cuyo pago fue la muerte y cárcel, aunque la prensa va a decir de ellos: “¡A la horca los brutos asesinos, rufianes rojos comunistas, monstruos sanguinarios, fabricantes de bombas, gentuza que no son otra cosa que el rezago de Europa…”
El accionar comprometido de este pastor deja traslucir parte importante de la herencia wesleyana que llamamos la Santidad Social.“El evangelio de Cristo no conoce otra religión que la social ni otra santidad que la social. Este mandamiento tenemos de Cristo, que el que ama a Dios, ame también a su hermano.”
Es a partir de esta práctica de fe, que el cristiano metodista se va a comprometer con acciones que apuntan a transformar la sociedad. Nuestra santidad social se brinda en el amor al prójimo, atendiendo a que en el evangelio de Jesucristo no hay espacio para una religión solitaria o santidad individualista. La experiencia del “corazón ardiente” –que recordamos el 24 de mayo– impulsó a Wesley y nos impulsa a nosotros a vivir la fe ardientemente y con esta santidad social.
En las mismas palabras de Samuel Fielden –en su alegato contra la pena de muerte que le habían impuesto– descubrimos la profundidad de esta mirada y práctica de lo que es la Santidad Social:
“Yo amo a mis hermanos los trabajadores como a mí mismo. Yo odio la tiranía, la maldad y la injusticia. El siglo XIX comete el crimen de ahorcar a sus mejores amigos.
Hoy el sol brilla para la humanidad; pero, puesto que para nosotros no puede iluminar más dichosos días, me considero feliz al morir, sobre todo si mi muerte puede adelantar un solo minuto la llegada del venturoso día en que aquel alumbre mejor para los trabajadores.
Yo creo en que llegará un tiempo en que, sobre las ruinas de la corrupción, se levantará la venturosa mañana del mundo emancipado libre de todas las maldades, de todos los monstruosos anacronismos de nuestra época y de nuestras caducas instituciones…»
Estamos llamados a ser una iglesia encarnada, preocupada por las necesidades de nuestro tiempo. La encarnación supera el plano de lo discursivo: implica un posicionamiento valiente y honesto frente a los nuevos problemas que padecemos en nuestra sociedad.
Por ello es que “Afirmamos… que debemos ejercer una crítica activa, oponiéndonos constructivamente a todo sistema que esté basado en el egoísmo, la hipocresía, la represión, la injusticia y la violencia institucionalizada.” (De los principios sociales de la IEMA).
Pastor Américo Jara Reyes
Obispo