Acerca de los niños

05 Feb 2019
en Artículos CMEW, Niños
Acerca de los niños

Alguna vez, hemos sentido cierta molestia por el ruido de los niños en el culto. Pero no existe mayor molestia y hasta dolor, de ver un culto sin niños.

Entrar a un templo y escuchar el bullicio infantil es una señal de vida en una comunidad. Sin embargo, en ocasiones, hemos priorizado el orden y el silencio en la vida de las iglesias, dejando fuera, de este modo a muchos niños y niñas.

El ministerio con los pequeños y pequeñas es fundamental en la iglesia. Así lo dejó en claro Jesús, advirtiéndonos que no les impidamos el acceso al Reino. Juan Wesley, también habló sobre la importancia de llevar a los niños y niñas a Jesús. Transcribimos a continuación, algunas reflexiones al respecto, que Wesley realizó desde Josué 24:15.

“Particularmente debes esforzarte a instruir a tus hijos, desde temprana edad, claramente, frecuentemente, y pacientemente. Instrúyeles desde la primera hora que ves que su razón despierta. La verdad puede alumbrar sus mentes mucho más temprano de lo que suponemos. Quien observa las primeras aperturas de la mente del niño, proveerá poco a poco la materia para que trabaje en ella, y dirigirá los ojos de su hijo hacia lo bueno. Cuando un niño empieza a hablar, puedes estar seguro de que su razón está trabajando. En este mismo momento, los padres deben empezar a hablarle de las mejores cosas, las cosas de Dios. Y desde ese tiempo, no se debe perder ninguna oportunidad para infundirles todas las verdades que son capaces de recibir.

Pero el hablar tempranamente no servirá, si no les hablas claramente. Usa palabras que los niños pequeños pueden entender, tales como ellos mismos usan al hablar. Observa cuidadosamente las pocas ideas que ellos ya tienen, y desarrolla desde allí lo que tienes que decir. Para dar un pequeño ejemplo: Dile al niño que mire al cielo, y pregúntale: «¿Qué ves allí?» – «El sol.» – «¡Mira cuánto brilla! ¡Siente como calienta tu mano! ¡Mira cuán verde es el pasto! Pero Dios, aunque no puedes verle, está más arriba del cielo. !El es mucho más brillante que el sol! Es Dios quien hace crecer el pasto y las flores. El hace que los árboles sean verdes, y que crezcan frutas en ellos. ¡Piensa en lo que Él puede hacer! El puede hacer todo lo que quiere. ¡Él podría matarme a mí o a ti en un instante! Pero El te ama; le gusta darte cosas buenas. Le gusta hacerte feliz. ¿No debes entonces tú también amarle a Él? Y Él te va a enseñar cómo amarle.»

Mientras le hablas así al niño, debes continuamente elevar tu corazón a Dios, pidiéndole que abra el entendimiento del niño y eche su luz sobre él. Solo El puede aplicar tus palabras al corazón del niño. Sin esto, todo tu esfuerzo sería en vano. Pero cuando el Espíritu Santo enseña, el aprendizaje no demora.

Pero si quieres ver el fruto de tu labor, debes enseñarles frecuentemente. Sería de poco provecho, hacerlo solamente una o dos veces a la semana. ¿Cuán a menudo alimentas sus cuerpos? Normalmente, tres veces al día o más. ¿Y vale el alma menos que el cuerpo? ¿No la vas a alimentar entonces con la misma frecuencia? – Si esto te parece una tarea tediosa, entonces seguramente algo está mal en tu propia mente. No los amas lo suficiente; o no amas a Aquel que es tu Padre y el Padre de ellos. ¡Humíllate ante El! Pídele que te dé más amor; y el amor hará que la labor sea ligera.

Pero no servirá enseñarles temprano, clara y frecuentemente, a menos que perseveres en ello. Nunca lo dejes, nunca interrumpas tu labor de amor, hasta que veas su fruto. Pero para esto, encontrarás la necesidad absoluta de ser investido con poder de lo alto. Sin ello, nadie tendrá la paciencia suficiente para este trabajo. La apatía de algunos niños, y la frivolidad o perversidad de otros, te desanimaría.

Y suponemos que hiciste todo esto, y perseveraste, pero hasta ahora no ves ningún fruto, no debes concluir que no habrá fruto. Posiblemente el «pan» que «echaste sobre las aguas», será «encontrado después de muchos días». La semilla que permaneció mucho tiempo en el suelo, puede al final brotar para una cosecha abundante. Especialmente si continúas en toda súplica ante Dios. Por mientras, sea lo que sea el efecto en otros, tu recompensa está con el Altísimo.”

¿Cómo transmitir a niños y niñas la experiencia del amor de Dios en Jesucristo?

Como adultos, esta pregunta suele resultarnos ajena: la infancia ha quedado en el pasado.

Juan Wesley, como todos nosotros, es un hijo de su tiempo. Es decir, la cultura, la sociedad, los marcos políticos y económicos, de varias maneras influyen en la forma de ver la realidad. Wesley se atrevió a hablarles a los niños, siendo él adulto. Cómo hijo de su tiempo (Siglo XVIII) no conoció las teorías educativas y psicológicas de la actualidad. Sin embargo, el empeño de llevar el Evangelio a toda criatura lo impulsó a esta labor con convicción.

En “Oraciones para Niños” (Obras de Wesley, Tomo IX) podemos observar el fruto del coraje del fundador del metodismo, su empeño en llevar a los niños a los pies de Cristo. Hoy, posiblemente lo haríamos de otro modo, desde otras perspectivas.

Compartimos a continuación, la introducción a esa colección de oraciones. Posiblemente hallemos inspiración en esas palabras o, al menos, nos sintamos invitados a reflexionar acerca de qué tipo de misión nos planteamos para la niñez en nuestras comunidades.

Querido niño:

Alguien que te ama mucho ha escrito algunas oraciones para ayudarte en este importante deber. Practica fielmente al menos las oraciones para la mañana y para la noche para presentarte de rodillas delante de Dios. Tú tienes muchas bendiciones por las cuales alabar a Dios, pero ten cuidado de no burlarte de Dios orando con tus labios mientras tu corazón está lejos de él. Dios te ve y conoce tus pensamientos, por lo tanto, ten cuidado de hablar no únicamente con tus labios, sino ora con tu corazón. Y para que no pidas en vano, olvida el pecado y haz el esfuerzo de hacer lo que Dios te ha mostrado que debes hacer. Porque Dios dice: Las oraciones del pecador son abominación delante de mí. Pídele a Dios las bendiciones que deseas en el nombre y por los méritos de Jesucristo y Él oirá, contestará y hará más por ti de lo que tú puedes pedir o pensar.

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