El púlpito como un escenario: George Whitefield y su predicación al extremo
Whitefield (1714-1770) ha sido el más grande predicador del siglo XVIII, tanto en Inglaterra como en las colonias británicas de América. Fundador del naciente movimiento metodista junto a los hermanos Wesley. Luego, una controversia teológica los distanció, pero la amistad permaneció a lo largo de los años.
Para hablar de George Whitefield es necesario tener a mano algunos datos biográficos que sirven para comprender su personalidad y su ministerio. Es un hijo de su tiempo, como también el resultado de circunstancias que marcaron su vida. Sin embargo, esto no es mecánico ni fatalista, Whitefield, hizo de su vida lo que él experimento de la obra de Jesucristo, que lo marcó con una impronta tal que le quemaba en las manos la necesidad de que mucha gente supiera lo que Dios está dispuesto a hacer por la humanidad.
Nacido en Gloucester, Inglaterra, hijo de un tabernero que murió cuando George tenía dos años. Su madre enfrentó la viudez y la crianza de su hijo, aunque seis años después volvió a casarse, siendo esa una etapa penosa para la familia que terminó en divorcio. A los cinco años George padeció sarampión, enfermedad que le dejó un estrabismo que lo acompañaría hasta su muerte.
Desde su etapa escolar se destacó como un gran actor y orador. A los diecisiete años se incorporó a la Universidad de Oxford, como estudiante “servitor”, una categoría de becado, pero a cambio, debía servir a otros estudiantes en el aseo de su ropa y hasta en las tareas universitarias. Esta era la única manera en que una persona de escasos recursos económicos pudiera acceder a una universidad.
En esa casa de estudios conoció a Carlos y a Juan Wesley y formó parte del “Club de los santos”, un grupo de inquietos estudiantes que buscaban en las Escrituras y en la oración un encuentro profundo con Jesucristo y así poder servirle mejor.
En 1736, a los veintiún años fue ordenado diácono. Hecho inusual, ya que la edad mínima para la ordenación era veintitrés años. Su fervor y elocuencia en la predicación produjeron, temor y malestar en algunas personas y, alegría y sorpresa en otras.
Dos años después, viajó a las colonias americanas para llevar el evangelio allí. Rápidamente, su predicación causó furor en la gente de las colonias. Filadelfia era un pueblo de unos doce mil habitantes y Whitefield llegó a convocar a más de seis mil en predicaciones al aire libre. Su fuerte voz, el histrionismo con que acompañaba sus palabras y su mensaje directo al corazón de la gente, lo convirtieron en el gran fenómeno de la América británica.
¿Qué era lo que atraía a tanta gente cada vez que Whitefield predicaba? Tal como ya señalamos, su inclinación por el teatro desde su niñez y que continuó en su juventud, hicieron que Whitefield encarnara los pasajes bíblicos, incluso permitiéndose actuaciones con un guión que no siempre respondía exactamente a las palabras de la Biblia. Un ejemplo memorable es cuando, interpretando a Adán en la caída, puso en labios del primer hombre:
(Dirigiéndose a Dios) “Si tú no me hubieras dado esta mujer, yo no habría pecado contra ti, por lo que puedes agradecerte a ti mismo por mi transgresión.”
El dominio del escenario y su capacidad para transmitir emociones hacían que irrumpiera en llanto cuando hablaba de la condición humana y al momento produjera una explosión de convicción y alegría refiriéndose al perdón de Dios y su gracia en Jesucristo.
Su pasión por la fe no acababa en el púlpito-escenario, luego visitaba a las personas, las escuchaba y les hablaba más del amor de Dios. Él mismo dijo que dividía su día en tres tercios: uno para descansar, otro para orar y estudiar y el tercero, para estar con la gente y predicar.
Viajó trece veces a América y el número impar se debe a que sus restos reposan en lo que hoy es los Estados Unidos. Sus biógrafos coinciden en señalar que predicó alrededor de dieciocho mil veces. En Boston llegó a predicar ante una audiencia de veintitrés mil personas. Se dedicó, especialmente, en llegar con el mensaje cristiano a los esclavos afrodescendientes, por lo que es posible afirmar que el evangelio llegó a propagarse entre las comunidades afro gracias a la acción de Whitefield.
Sus constantes problemas bronquiales, sumado a su extenuante labor y el esfuerzo de hablar muchas horas al aire libre, dejaron su huella en la salud del predicador de masas que anunció el Evangelio “protagonizando” el mensaje. En 1770, a los cincuenta y cinco años, dejó este mundo. En el lecho de muerte pidió expresamente que Juan Wesley predicara en su funeral.
El debate acerca de la predestinación o la salvación abierta para todas las personas, resultó un parteaguas en el pensamiento y la labor misionera de Whitefield y Juan Wesley. Whitefield abrazó el pensamiento calvinista y con él el de la predestinación. Wesley, si bien tuvo su etapa calvinista, finalmente comprendió que la gracia divina se ofrece a todas las personas y por lo tanto, todo el mundo puede acceder a la salvación. De esta manera, Wesley encontró en el arminianismo la fuente teológica donde abrevar.
Sin embargo, las diferencias teológicas nunca interfirieron en el respeto y el aprecio mutuo entre Wesley y Whitefield. El pedido de éste para que Wesley predicara en su funeral y las palabras mismas de aquél, son testimonio del entrañable afecto que los unió siempre, desde los años jóvenes de estudiantes en Oxford.
La predicación popular y teatral que encarnó Whitefield, junto a un contenido preciso: el nuevo nacimiento, hicieron que el gran predicador de las colonias fuera considerado un bufón del púlpito y un ministro con mal gusto y oratoria ordinaria. Él mismo rebatió esos comentarios afirmando: “No voy a ser un predicador con boca de terciopelo”.
A doscientos cincuenta años de su partida, el ejemplo de un predicador apasionado y dedicado a los sectores sociales que el cristianismo institucionalizado había olvidado, siguen siendo una antorcha digna de recoger. Al igual que los Wesley y esa gran nube de testigos del metodismo originario, Whitefield fue resistido, burlado y hasta repudiado, no por ello ablandó su mensaje y su mirada crítica sobre un cristianismo adormecido y perdido, así lo expresaba:
“Despierten, entonces, ustedes que duermen en una paz falsa, despierten, ustedes profesores carnales, ustedes hipócritas que asisten a la iglesia, reciben los sacramentos, leen sus Biblias y nunca han sentido el poder de Dios en sus corazones. Ustedes que son profesores formales, que son paganos bautizados, despierten, y no descansen en un fundamento falso.”
Claudio Pose para CMEW