“La fiesta que el Señor ha preparado para nosotros.”
El título de este artículo es una cita textual de Juan Wesley. En una gran economía del lenguaje define con claridad los componentes esenciales de la Cena del Señor: es una fiesta, el Señor la ha preparado y es para nosotros.
Hace aproximadamente cinco décadas el metodismo latinoamericano comenzó a preguntarse acerca de la importancia de los símbolos y el ritual en el culto dominical. Habiendo dejado atrás las controversias con el catolicismo romano que tiñeron la identidad propia hasta despojarla de la rica historia de la Iglesia.
Uno de los temas en debate ha sido la frecuencia con que se comulga en los cultos metodistas. En Argentina, la Iglesia Metodista, ya en los años ochenta planteaba en su Asamblea General la importancia de tender a la comunión dominical, en un contexto de una férrea tradición mensual.
Aun en el presente los reparos a la comunión dominical retumban en las paredes de muchos templos metodistas y entre las múltiples razones que atraviesan los argumentos que desalientan la comunión dominical sobresalen algunos. En primer lugar, el temor al vaciamiento de sentido que se puede producir por la repetición. Otro caso es, aunque menos visible, la desconfianza a los símbolos y la comodidad de moverse en el plano discursivo que explica, valora y razona en nombre de cualquier posible superstición que fuera invocada por el sólo uso del símbolo.
En las primeras décadas del siglo XVIII, Juan Wesley ya combatía los argumentos que desalentaban la comunión incesante. En su sermón “El deber de la comunión constante” (Sermón Nº 101, T IV, Obras) realiza una disección de las varias argumentaciones con que se ponía reparos a participar de la mesa del Señor tanto como fuera posible.
El sermón mencionado fue escrito en 1732 para los alumnos de Oxford. Más de cincuenta y cinco años después, Wesley lo revisó y lo abrevió, aclarando que “hasta ahora no he visto razón alguna para modificar mi opinión en ninguno de los puntos aquí incluidos.” Es decir que, al final de sus días, seguía sosteniendo el mismo parecer al respecto.
En el momento en que Wesley escribe el sermón, la costumbre, de acuerdo a la tradición anglicana, era participar de la Santa Cena al menos tres veces al año. Varios argumentos se fueron tejiendo para justificar la inconstancia en la comunión y Wesley en el texto mencionado, desarrolla cinco objeciones y las refuta.
Primera objeción. El argumento es sintetizado por Wesley en una frase: “Soy indigno y el que come y bebe indignamente… juicio come y bebe para sí.” Esta objeción es refutada por dos lados: el texto citado (1 Cor 11: 27) se refiere a la indignidad en l forma de comer y beber, no de la condición espiritual del comulgante. La segunda refutación es, justamente, que, si el argumento es la indignidad humana frente a la misericordia de Dios, Wesley afirma:
“Por lo tanto, si temes en base a ese texto atraer condenación sobre ti mismo al comulgar, estás temiendo donde no hay razón para temer. No temas por comer y beber indignamente, porque, en el sentido en que Pablo lo dice, no puedes hacerlo. Te diré por qué sí debes temer la condenación: por no comer y beber, por no obedecer a tu Hacedor y Redentor, por desobedecer su claro mandamiento, por descontar tanto su misericordia como su autoridad.”
Segunda objeción. “Hay tanto que hacer que no queda tiempo para la preparación que sería necesaria.”
“(…) toda la preparación que es absolutamente necesaria está contenida en estas palabras: Arrepiéntanse verdaderamente de sus pecados pasados; tengan fe en Cristo nuestro Salvador (y observen que esta palabra no se emplea aquí en su sentido más elevado); enmienden su vida y estén en caridad con todos los hombres y así serán dignos partícipes de estos santos misterios.”
Tercera objeción. “Reduce nuestra reverencia contra el sacramento.” Este argumento, curiosamente, es escuchado aun en la actualidad. El temor a que el uso constante produzca “desgaste”. Veamos lo que Wesley responde.
“El argumento no es lógico. Dios te ordena: «Haz esto». Puedes hacerlo, pero no lo haces. Y te excusas diciendo: «Si lo hago tan a menudo, reducirá la reverencia con la que ahora lo hago». Supongamos que sea así. ¿Te ha dicho Dios alguna vez que cuando obedecer su mandato reduzca tu reverencia hacia él, puedes desobedecer?”
Cuarta objeción. “Yo he comulgado constantemente por mucho tiempo, pero no he hallado el beneficio que esperaba.” A lo que Wesley responde,
“(…) consideren que lo que Dios nos ordena debemos hacerlo porque él lo ordena, sea que percibamos o no inmediatamente un beneficio por hacerlo. Dios nos ordena: «Hagan esto en memoria de mí». Por lo tanto, hemos de hacerlo porque él lo ordena, recibamos o no un beneficio inmediato.”
Quinta objeción. “La ordenanza de la iglesia requiere sólo tres veces al año”.
“A esto respondo, en primer lugar: ¿Qué si la Iglesia no hubiese ordenado nada al respecto? ¿No basta que Dios lo haya ordenado? Obedecemos a la Iglesia sólo por amor de Dios.”
Como ya nos tiene acostumbrado, Juan Wesley es minucioso en el análisis de los temas y en la refutación a conceptos que se introducen en la iglesia y por repetición parecen obtener un estatus bíblico. En el caso del tema de esta nota, es claro que la comunión ha de ser constante (no frecuente), ya que se trata de un mandamiento de Jesús y a la vez, como una gracia otorgada a la humanidad. Wesley resume en una frase la importancia de compartir la Santa Cena tantas veces como sea posible: “Nuestra posibilidad es la única medida de nuestro deber.”
Claudio Pose para CMEW