Vivir y compartir la fe en la adversidad
A menudo, cuando pensamos en la extensa labor misionera de Wesley, no reparamos en las dificultades que atravesó y la creatividad que utilizo para ser capaz de sobreponerse a las limitaciones y los contratiempos. Veremos en esta nota aspectos de su espíritu firme e imaginativo.
Mientras la cuarentena se prolonga, uno de los asuntos que comenzamos a plantearnos es ¿Cómo continúa la vida y la misión de la iglesia? Revisar en nuestros orígenes nos da la posibilidad de conocer nuestro pasado y aprender para el presente. Los tiempos de prueba son también de desafío y esperanza.
Entre los meses de abril y octubre de 1739, Juan Wesley se encontró en medio de muchas actividades y viajes, visitó y predicó en los lugares donde era invitado o donde él consideraba que era una buena oportunidad. En su diario encontramos notas y reflexiones que en este tiempo que nos toca vivir, bien podrían sernos de inspiración.
El día 2 de abril, el diario de Wesley da cuenta de una decisión personal que lo cambiaría todo:
“A las cuatro de la tarde decidí ser más vil y proclamé en los caminos las buenas nuevas de salvación a cerca de 3000 personas, hablando desde una pequeña ladrillera en un terreno fuera de la ciudad.”
Es interesante y provocativo a la vez, el uso del vocablo “vil”. Wesley utiliza el concepto tomado de las palabras del rey David en 2 Samuel 6:22. Decide rebajarse, tal como le señalaban despectivamente al predicar al aire libre o, como en este caso, en un lugar poco apropiado. ¿Y el templo? ¿Cómo un ministro ordenado de la Iglesia de Inglaterra (Anglicana) puede hacer tal cosa?
A esta altura, Juan Wesley se convence cada vez más que la tarea que Dios encomienda a los cristianos puede llegar a realizarse en condiciones no imaginadas, aunque esas condiciones presenten dificultades para las cuales habrá que empeñarse en coraje y creatividad.
El 17 de julio, Wesley registra en su diario un episodio que bien podría haberlo llevado a un estado de tristeza y desilusión; este fue el suceso, explicado con sus propias palabras:
“Entonces fui a ver a un caballero en el pueblo quien había estado presente cuando prediqué en Bath, con las más fuertes señales de sinceridad y afecto me había deseado bendición de Dios sobre mí. Pero todo había pasado. Lo encontré bastante frío. Comenzó a discutir sobre varios temas y por último me dijo sin rodeos que uno de nuestro propio colegio universitario le había informado que siempre me habían considerado como un chiflado en Oxford.”
En la entrada de ese mismo día, como si no fuera bastante el episodio narrado anteriormente, Wesley cuenta:
“El pobre Richard Merchant me dijo que no podía dejarme predicar nunca más en su propiedad. Le pregunté por qué. Respondió que la gente dañaba sus árboles y robaba cosas del terreno. Y ‘además’ añadió, ‘Yo ya tengo, por dejarle estar a usted allí, ganado el desprecio de mis vecinos’.”
Los contratiempos y las resistencias continuaban, tal como el diario de Wesley las registra en las páginas de esos meses difíciles de 1739. El lunes 27 de agosto, lo señala con sus propias palabras:
“Por dos horas llevé mi cruz, discutiendo con un fervoroso hombre, y luchando para convencerle que yo no era ‘un enemigo de la Iglesia de Inglaterra’ ”.
Y las razones que finalmente sostenía el interlocutor de Wesley, las expresa el mismo fundador del metodismo en su diario:
“Él aceptaba que yo no enseñaba otras doctrinas a no ser las de la Iglesia, pero no me perdonaba que las enseñara fuera de las paredes de la misma”.
Tal como planteábamos la semana pasada, para Wesley, la Iglesia era mucho más que un edificio y llegar a considerar “el mundo como mi parroquia”, en sus propias palabras, forma parte de esta manera de comprender la Iglesia y de sortear las dificultades que las circunstancias puedan plantear.
En nuestro presente, también somos llamados como herederos de estas experiencias a ser creativos y valientes, “con los ojos puestos en Jesús”, como dice la carta a los Hebreos, sin importarnos si no hacemos las cosas como las hacíamos hasta hace unos meses. Tenemos una misión que Jesús nos encomendó y contamos con su palabra: “Estaré con ustedes, todos los días hasta el fin.”