Carta Pastoral de marzo
“Que dulce y agradable es para las hermanas y los hermanos vivir juntos en armonía”
Salmo 133: 1
La misión de la iglesia se pone en juego en el mundo. El necesario correlato de la labor misionera es ser y estar en la historia; siendo el desafío ser comunidades de fe y vida en unidad y armonía.
No hay evangelización posible sin un estilo comunitario que brinde sustento a la misma, promoviendo la integración y congregación como un movimiento centrípeto en torno de Jesús el hacedor y articulador de la misión.
Este movimiento fraterno y de comunión en torno de Jesús da a luz una comunidad abierta, comprensiva, hospitalaria, solidaria, inclusiva, alegre y amorosa, en sintonía con el evangelio del Reino.
Cuando la iglesia desarrolla estas dinámicas, acompasando el evangelio del Reino, la comunidad de los creyentes se afirma en su vocación de ser espacio de vida buena y nueva: “Yo he venido para que tengan vida y para que la tengan en abundancia.” Esta vida nueva que ofrece Jesús tiene que ver con la integralidad en lo físico, espiritual, psicológico, personal, moral y también con lo grupal.
En un tiempo en el cual la vida está absolutamente amenazada y diluida es imprescindible e impostergable constituirnos en comunidades, que cuiden y protejan la vida desde una mirada y práctica íntegra. Y desde un modelo de unidad y armonía, que propicie el evangelio pregonado por Jesucristo.
Nuestra fe cristiana es siempre comunal. Esta se inicia cuando uno recibe misericordia y amor divino, y no puede ser contenida en el individuo aislado. Este amor de Dios en Jesucristo, anhela fluir a través nuestro hacia nuestro pueblo, especialmente a aquellas y aquellos que están en necesidad y aflicción.
La iglesia no tiene una misión, sino que está en misión. Compartir la gracia de Dios es nuestra tarea siendo fructíferos cualitativamente y cuantitativamente. Y en esta tarea al decir de John Wesley: “¡Lo mejor de todos nosotros es Dios con nosotros!”
Pastor Américo Jara Reyes
Obispo