Distrito Rosario: Paz y Justicia para nuestro Pueblo
Compartimos a continuación el texto completo del documento elaborado por el cuerpo pastoral de nuestro Distrito Rosario, en relación a todas las circunstancias relacionadas a la ciudad y al trabajo de nuestras comunidades de fe e instituciones metodistas en Rosario, provincia de Santa Fe
Paz y justicia para nuestro Pueblo
“El efecto de la justicia será la paz y la labor de la justicia, reposo y seguridad para siempre»
Isaías, 32:17
“Pero ¿cuántas personas en este país, un país cristiano, trabajan y se esfuerzan y se cubren de sudor, sin conseguir el pan? ¿Cuántos deben luchar contra el cansancio y el hambre al mismo tiempo? ¿No es terrible para una persona después de trabajar duro durante toda una jornada, regresar a la vivienda, pobre, fría, sucia e incómoda y encontrar que no hay comida suficiente para reponer la energía gastada?” [1]
Estas palabras que parecen muy actuales, fueron escritas hace 269 años por John Wesley, uno de los fundadores del Movimiento Metodista en la Inglaterra del siglo XVIII y el máximo referente a nivel global de las iglesias metodistas actuales. Wesley denunciaba en ese tiempo los males sociales a los que se encontraban sometidos el campesinado, la naciente clase trabajadora y las personas pobres del país, en contraposición con los sectores privilegiados pertenecientes a la aristocracia, la burguesía industrial, los grandes terratenientes y sus representantes políticos en el Parlamento.
Esta realidad tan dolorosa que veía y experimentaba Wesley en las comunidades de fe que él pastoreaba, se vuelve a repetir cíclicamente en la historia humana, a pesar de los intentos siempre presentes para justificarla o invisibilizarla, con el fin de perpetuar un orden establecido que beneficia a unos pocos y lanza a la mayoría de los pueblos a la inestabilidad, la pobreza y la exclusión.
Hoy la Argentina se encuentra atravesada por esta triste situación, donde el 39,2 % de la población se encuentra bajo el umbral de la pobreza[2] y tres de cada cinco niños viven en condiciones de pobreza multidimensional[3]. A eso, deberíamos sumar que el 12 % de nuestra población ubicada en los principales aglomerados urbanos no tiene acceso al agua potable y el 31, 5 % no cuenta con desagües cloacales[4], así como también visibilizar que 1.168.731 de familias argentinas habitan en barrios populares[5]. Si bien los actuales datos del INDEC nos muestran niveles de empleo récord, no debemos olvidar que el 45,3 % de la Población Económicamente Activa (PEA) se encuentra precarizada[6], con bajísimos niveles de registración laboral y salarios por debajo del nivel de la pobreza.
La tasa de egreso de la escuela secundaria a nivel nacional es del 54 %[7], con el preocupante empobrecimiento de los estándares internacionales en el rendimiento escolar de nuestras infancias[8]. Y ni hablar de la brecha de ingresos per cápita familiar, donde el 10 % más rico de la población gana 12 veces lo que gana el 10 % más pobre[9], mientras que la media de la OCDE ronda los 9,5 puntos[10]. Todo esto nos moviliza y nos preocupa sobremanera, pero las consecuencias sociales de ello, nos llevan pensar la gravedad de lo que está sucediendo y la importancia de revertir esta realidad con la necesaria acción que debe implementar el Estado, entendido como Estado Social y Democrático de Derecho.
Estas son las condiciones que sientan las bases para la violencia en nuestra sociedad, violencia destructiva que se manifiesta en la delincuencia y el crimen organizado, principalmente en nuestras grandes ciudades y específicamente, en el aglomerado urbano del Gran Rosario. El Gran Rosario en este tiempo, tiene el 33,2 % de su población bajo el nivel de la pobreza y una indigencia del 6,3 %[11], con una población de 46.000 familias (194.000 habitantes) viviendo en 159 barrios populares[12], sin infraestructura básica y con una pobre presencia del Estado en materia de asistencia escolar, sanitaria y cultural. La instalación permanente del narcotráfico en nuestra ciudad, ha sido un proceso concurrente entre consumo problemático de sustancias por parte de un sector de la población, carteles dedicados a la producción y comercialización de drogas, tráfico internacional de las mismas, y sobre todo, corrupción policial, judicial, política y económica, que ha sido la piedra basal de un entramado de muerte y dolor no abordado con la integralidad que un fenómeno de este tipo requiere.
Como Iglesia Evangélica Metodista Argentina en la ciudad de Rosario, creemos en primera instancia que el Dios de la Vida que se ha revelado en la persona de su Hijo Jesucristo, nos llama a proclamar un Evangelio que nos promete vida y vida en abundancia. Dios en ese sentido, no es un Dios de muerte sino un Dios de vida, que mediante su acción salvífica en la historia y la entrega de su Hijo en la cruz, quiere la reconciliación de todas las cosas, hasta que se consume su Reino de “[…] justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo”[13]. Por lo tanto, nuestra tarea como hijos e hijas de Dios, consiste en anunciar esta salvación tan grande que Él nos provee en Cristo, pero también llamar al arrepentimiento de todo el pueblo, con el fin de renunciar a la violencia, la destrucción de la vida y la complicidad de las autoridades constituidas con estas fuerzas destructivas, para que de esta manera podamos vivir en paz y reposadamente de aquí en más.
De esta manera, Dios nos llama a una paz que no surge del ejercicio de la espada, del castigo, sino a una paz que debemos construir como sociedad, con el fin de atacar este tipo de injusticia desde su propia raíz. Si bien el uso de la fuerza en sus límites legales es necesario y la aplicación de la ley penal también, necesitamos pacificar a la ciudad de Rosario desde el mejoramiento de la calidad de vida de nuestros sectores más postergados, para que de esta manera, el narcotráfico y el crimen organizado en general, no puedan prosperar entre las personas más jóvenes y aquellos/as que se encuentran en una situación permanente de desocupación o precarización laboral. Ir al foco del problema social constituye el gran camino por el cual el Estado debe abordar la matriz de esa violencia que hoy asola nuestra ciudad, con el fin de brindar bienestar y hacer justicia a las víctimas de dicha violencia. Y es que así cómo la problemática de la inseguridad y la violencia delictiva afecta a todas las clases sociales de nuestra región, el camino para superarla sólo puede venir a partir de la sociedad civil organizada en cooperación con el Estado.
Nuestra fe nos invita a orar por las autoridades, pero también a peticionar ante ellas y denunciar el estado de injusticia reinante, para que el mismo se corrija. Desde el nacimiento del Metodismo hace tres siglos atrás hasta el día de hoy, han existido en nuestro seno mártires y profetas que han denunciado la injusticia en todos sus rostros, para ser voz de los que no tienen voz si fuera necesario y empoderarlos para que recuperen su voz en medio de la historia. Hoy es necesario alzar la voz en nombre de estas personas débiles y excluidas, de las familias pobres que pueblan nuestra tierra y de las infancias robadas, de las víctimas de la corrupción, la delincuencia y el crimen organizado, pero también de las víctimas de la exclusión, la marginalidad y de la falta de oportunidades, que hoy pueblan nuestras ciudades y nuestro país, quienes para recordar las palabras de Jesús, están “[…] desamparadas y dispersas, como ovejas que no tienen pastor”[14] (Mateo, 9:36).
¿Cuál es la tarea que queda por delante? Reconstituir el tejido social mediante el mejoramiento de las condiciones de vida de nuestro pueblo, atacar la corrupción de raíz, luchar contra la precarización laboral y la desocupación, generar las condiciones para una economía centrada en el ser humano y el trabajo, mejorar los servicios que brinda el Estado, invertir en educación y salud para el conjunto de la población, urbanizar los barrios populares, expandir la cultura en todos los territorios, con más escuelas, hospitales, centros culturales, bibliotecas y clubes deportivos, y sobre todo, rearmar el Estado en sus funciones de Estado de Bienestar, para que de esta manera se plasme lo que dice el Antiguo Testamento: “El rey que juzga con verdad a los pobres afianzará su trono para siempre”[15].
Estas medidas, son muy importantes para hacer justicia y lograr la paz en nuestro país, y principalmente, en nuestra ciudad, con el fin de que la pobreza estructural, la delincuencia y el crimen organizado disminuyan considerablemente, para de esta manera dar lugar a una sociedad más humana, justa y cercana a los principios del Evangelio. La paz bíblica es una paz integral, donde la justicia social, ambiental y de género se hace posible, a partir de un Reino de Dios que se ha hecho presente en la historia mediante la muerte y resurrección de Jesucristo, encarnada en comunidades de testimonio que son llamadas a vivirla y de esta manera cumplir lo que el apóstol Pablo dijera a los fieles de Tesalónica hace 2000 años atrás: “Y que el mismo Señor de la paz, les dé la paz a ustedes en todo tiempo y en todas formas”[16].
Que la bendición de Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo sea con todo el Pueblo.
Cuerpo Pastoral del Distrito Gran Rosario
Rosario, 13 de junio de 2023