¿Qué otro mundo?
“Tuyos son los cielos, tuya también la tierra; el mundo y todo lo que en él hay, tú lo fundaste”.
Salmo 89:11
En los albores de la revolución industrial en Inglaterra, el mentor del movimiento metodista John Wesley afirmaba: “veo a todo el mundo como mi parroquia”.
El mundo real en el cual proyectaba su visión y accionar, era un mundo signado por las tinieblas de la injusticia y la opresión contra los más pequeños de su tiempo. Más allá de los templos se veía una enorme masa de desplazados, haciendo enormes esfuerzos por sobrevivir en las ciudades: turbas de campesinos deambulando por ciudades con alta tasa de desempleo, una de las consecuencias de la llamada “revolución industrial”.
El campesinado se veía desplazado de las zonas rurales, y vagaba por la ciudad por la carencia de empleo y por la imposibilidad de responder a las nuevas exigencias de producción en las fábricas. Discriminación, opresión, sobre explotación fabril, violencia, sinsentido de la vida y degradación viciosa marcaban la Inglaterra de Wesley como una fábrica de miseria…
Transformar la parroquia –la totalidad de lo habitado– se levantaba como tarea y responsabilidad impostergable, comprendiendo que ese mundo era y es objeto del amor de Dios. Por ello es que ese mundo puede y deber ser transformable, salvable (Juan 3:16). Y entender hoy el mundo todo como parroquia, en un mundo globalizado, sigue siendo parte de la riqueza que atraviesa la cosmovisión de la iglesia metodista, definiendo su misión de manera inclusiva, sensible y comprometida frente a las nuevas necesidades del presente tiempo.
En este horizonte de la gran parroquia, el cuidado de la tierra se cierne como un desafío ineludible e impostergable, frente a la dominación destructiva imperante en beneficio de unos pocos.
En el preámbulo de la Carta de la Tierra[i] leemos que “estamos en un momento crítico de la historia de la Tierra, en el cual la humanidad debe elegir su futuro…”. Se levanta el desafío de pensar una acción en el mundo (la gran parroquia) frente a los grandes males que se ciernen sobre este pequeño y joven mundo. El teólogo Leonardo Boff nos advierte:
“esta vez no hay un arca de Noé que salve a algunos y deje perecer a los demás: o nos salvamos todos o perecemos todos”.
Nuestra civilización nos ofrece, como felicidad, la capacidad de consumo de bienes naturales o industriales, sin obstáculos. Pero la tierra como ser vivo limitado no puede soportar un proyecto ilimitado. La Carta de la Tierra nos ilumina al afirmar:
“Debemos unirnos para crear una sociedad global sostenible fundada en el respeto hacia la naturaleza, los derechos humanos universales, la justicia económica y una cultura de paz”.
¿Por dónde empezamos? ¡Por nosotros mismos, en pos de sostener y cuidar la casa común! Imperativo de los tiempos que corren es cobrar conciencia de que la tierra proporciona lo suficiente para satisfacer las necesidades de cada ser humano, pero no para la codicia acumulativa.
Cuando la Creación está amenazada, las iglesias y la cristiandad estamos llamados a alzar la voz y actuar en compromiso con la vida, la justicia y el amor. Ante el actual modelo de desarrollo mundial, que amenaza la vida destruyendo los medios de subsistencia y aniquilando la biodiversidad, se levanta el desafío del trabajo diario en la preservación de la creación. ¡Es la responsabilidad con la ecología de la vida cotidiana! Es posible otro estilo de vida, es posible descubrir las acciones cotidianas, que contribuyan a la sensibilidad, al compromiso y la creatividad al cuidado de la creación: nuestra gran parroquia.
Concluyo con las palabras del teólogo Jürgen Moltmann deseando que nos ayuden a coinspirarnos:
“Hemos de volver a integrarnos en la omniabarcante comunidad de creación, de la que nos habíamos desprendido. Hemos de comprender de nuevo que la naturaleza y nosotros mismos somos creación de Dios y, en nombre de la creación divina, debemos oponer-nos a la destrucción de la naturaleza. Ya no podemos pretender únicamente conocer la naturaleza para dominarla, sino comprenderla para colaborar con ella”.
Abrazo fraterno/sororal.
Pastor Américo Jara Reyes
Obispo