Vivir sin Dios

03 Dic 2019
en Artículos CMEW
Vivir sin Dios

En su afán porque todas las personas logren conocer el amor de Dios, Wesley apela a toda su creatividad e incorpora una curiosa historia de un sapo para ilustrar la condición humana sin Dios. A pocos meses de su partida a la presencia del Señor, el fundador del metodismo, ya octogenario, no pierde su pasión por Cristo y nos deja este sermón.

El 6 de julio de 1790 (fallece el 2 de marzo de 1791) Juan Wesley escribió el Sermón “Vivir sin Dios”, conocido en las Obras como el Sermón Nº 130 (Tomo IV, Sermones IV, p.p. 325-333). Estamos, entonces, ante uno de sus últimos escritos. Continúa llamando la atención la lucidez de un hombre de 87 años.

Esta predicación está inspirada en Efesios 2:12: “En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo.” Sin Dios en el mundo, sobre esta frase se inspira, pero inmediatamente, comienza con una breve disquisición acerca del término más adecuado y se inclina por “Ateos en el mundo”, ya que, según sus propias palabras:

“Por el contrario, la palabra ‘ateo’ es una afirmación, ya que no sólo niega toda relación con él (Dios), sino que niega su existencia misma.” (P. 325)

Seguidamente, echa mano de una ilustración, tan precisa como novedosa:

“La situación de estas desdichadas personas puede ilustrarse mediante un suceso, cuya veracidad no puede ponerse en duda debido a la cantidad de testigos presentes. En ocasión de derribar un viejo roble, al partirlo al medio, del corazón mismo del árbol surgió un gran sapo que se alejó del lugar tan rápido como pudo.” (P. 325)

Wesley explica la curiosidad que el batracio hubiera vivido un siglo metido dentro de un árbol. Sin embargo, con sorpresa se pregunta qué tipo de vida puede ser esa:

“Es razonable suponer, por tanto, que durante un siglo había vivido una vida muy peculiar. Decimos «había vivido», pero ¡qué manera de vivir! ¡Cuán envidiable! ¡Cuán deseable!” (P. 325)

Luego se dedica a narrar su propia especulación sobre el tipo de vida que el sapo podía haber vivido dentro del tronco de un roble. Detalla varios aspectos que además de sumergirnos en el “ambiente” pone en evidencia los conocimientos de anatomía que poseía Wesley. Veamos un resumen de la enumeración que realiza el sermón:

“Este pobre animal tenía órganos de los sentidos, pero no tenía sensaciones.” Señala que tenía ojos, pero no disponía de la posibilidad de usarlos rodeado de madera, sin ver la luz del sol, ni las estrellas y la luna en la noche. Tampoco poseía la facultad de escuchar, ni tampoco el gusto o el olfato. Resume Wesley: “En realidad, debía tener muy poco desarrollada, si acaso algo, su capacidad de sentir en general.” (P. 326)

“De modo que hora tras hora, día tras día durante todo ese tiempo no tuvo sino una misma y única sensación.”

Fuerte descripción que resume la condición existencial del sapo. Wesley avanza en su análisis y así se pone de manifiesto que esa vida, si así se le puede llamar, no sólo está limitada por la privación de ejercer sus sentidos, sino que además, carece de reflexión.

“Y del mismo modo que este pobre animal estaba desprovisto de sensaciones, también estaba desprovisto de reflexión. Su mente (sea cual fuere su capacidad) al no tener ningún estímulo para trabajar, ninguna idea o sensación, no podía desarrollar pensamiento alguno. No debía tener, por lo tanto, memoria ni imaginación. Tampoco podía tener la capacidad de ubicarse en el espacio ya que estaba cercado por todas partes. En el supuesto caso de que sintiera el impulso de moverse, no tenía capacidad de respuesta porque la estrechez de su cueva no le permitía ningún cambio de lugar.” (P. 326)

A esta altura, es posible que usted, lector, esté preguntándose a qué viene toda esta curiosa historia de un sapo que vivió dentro de un roble durante un siglo, siendo el tema del sermón vivir sin Dios. Las propias palabras de Wesley nos llevan a la respuesta:

“Un asombroso paralelo puede trazarse entre esta criatura (que apenas puede considerarse un animal) y la persona que está sin Dios en el mundo, como ocurre con la mayoría de las personas ¡aun los que se llaman cristianos!” (P.326)

¿Aun los que se llaman cristianos? La semana próxima, continuamos con este interesante y curioso sermón de Juan Wesley y conoceremos en qué se parecen las personas que viven sin Dios a este sapo que, sin saberlo, pasó a la historia.

Segunda entrega

La extraña historia de un sapo que vivió cien años dentro del tronco de un roble se convierte en el punto de partida del Sermón Nº 130 “Vivir sin Dios”. “Un asombroso paralelo puede trazarse entre esta criatura (que apenas puede considerarse un animal) y la persona que está sin Dios en el mundo, como ocurre con la mayoría de las personas ¡aun los que se llaman cristianos!” (P.326)

¿A dónde conduce el paralelismo que Wesley establece entre las personas que viven sin Dios y el sapo que vivía dentro de un árbol? El sermón no demora en responder esta cuestión:

“Todas y cada una de estas personas está en la misma situación con respecto al mundo interior que el sapo con respecto al mundo exterior. Obviamente, esa criatura estaba viva de algún modo. En su aspecto interno y externo contaba con los atributos esenciales de la vida animal, y tenía, sin duda, los fluidos necesarios para mantener su circulación. ¡Pero vaya calidad de vida! Pues exactamente así es la vida del ateo, de la persona que no tiene a Dios en su vida. Un velo grueso se interpone entre ella y el mundo invisible, tanto que es como si éste no existiera. No lo perciben en absoluto, no tienen la menor idea acerca de esa realidad. No tienen ninguna visión de Dios, que es quien ilumina nuestro intelecto, ni se sienten atraídos hacia él, ni tienen deseo de conocer sus caminos.” (p.p. 326-327)

Para Wesley, la vida sin Dios es una vida a medias, limitada en todas las potencialidades con que fuimos creados. En un sentido, es una vida de apariencia, ya que si bien todo parece indicar la existencia de vida (como en el caso del sapo), no existe desarrollo de la vida como imagen y semejanza de Dios. Esta limitación se expresa en la imposibilidad de percibir y experimentar el Espíritu Santo, la presencia y acción de Dios en la vida de las personas y en la historia humana. Esta idea nos remite a Romanos 8: vivir en el Espíritu. Wesley lo expresa así:

“No sienten (según la expresión que utiliza nuestra Iglesia) el Espíritu Santo obrando en su corazón. En síntesis, no tienen más conocimiento del mundo espiritual que el que tuvo del mundo natural aquella pobre criatura encerrada en su oscuro escondite.”

Pero, inmediatamente el sermón aclara que la experiencia del Espíritu Santo no es un asunto mágico, ni un logro de nuestra calidad espiritual que se obtiene de una vez y para siempre. Wesley, al aclarar este asunto, marca también la diferencia entre cristianismo y moral. Vivir la vida en Cristo no es cumplir una serie de preceptos morales.

“Por tanto, deben grabar en sus corazones el hecho de que, sin importar cuántos cambios han ocurrido en su vida, en Cristo Jesús, es decir según las normas del cristianismo, ninguno de esos cambios servirá de mucho sino hay en ustedes el mismo sentir que hubo en Cristo, para que les sea posible andar como él anduvo. Nada tan cierto como las palabras del apóstol: Si alguno está en Cristo, si verdaderamente cree en él, nueva criatura es; las cosas viejas que había en él pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.

“Partiendo de esta afirmación, claramente percibimos la enorme diferencia que existe entre cristianismo y la moral.” (p. 331)

Esta distinción entre cristianismo y moral, no apunta a eliminar u opacar la dimensión ética de la fe. Por el contrario, Wesley afirma lo que recurrentemente observamos a lo largo de su obra: la fe y los frutos del Espíritu van de la mano. Estos, son consecuencia de la fe.

“Por supuesto, afirmamos categóricamente que no puede haber cristianismo auténtico si no hay vivencia interior y puesta en práctica de la justicia, la misericordia y la verdad, todos valores contenidos en lo moral. Pero no es menos cierto que aun cuando es posible encontrar valores morales, valores de justicia, misericordia y verdad fuera del cristianismo, para aquéllos que están bajo el régimen normativo del cristianismo, la mera defensa de estos valores no significa nada, carece de valor a los ojos de Dios.” (p. 331)

Uno de los párrafos finales del sermón aclara aun más la necesidad de una vida que expresa la fe y la presencia del Espíritu Santo, más que las ideas. Compartimos las palabras de Wesley al respecto:

“Creo que nuestro misericordioso Dios tiene más en cuenta la vida y la forma de ser de las personas que sus ideas. Creo que él respeta más un corazón bueno que una mente lúcida, y que si el corazón de una persona (por la gracia de Dios y el poder de su Espíritu) está lleno de ese amor humilde, paciente y afable que une a Dios y a los seres humanos, Dios no la arrojará al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles, sólo por no tener concepciones claras, o porque sus ideas sean confusas. Sin santidad, admito, nadie verá al Señor, pero no me atrevo a agregar «o sin tener ideas claras».” (p. 332)

Claudio Pose para CMEW

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