Vivamos la Creación, Casa de Dios, Cuerpo de Dios
“Escondes tu cara, y están perturbados; si les quitas el aliento, mueren y vuelven a su polvo. Envías tu Espíritu, y son creados, y así renuevas el rostro de la tierra”.
Salmo 104: 29-30
La nueva preocupación ecológica que se sigue manifestando en todo el mundo, gracias a Dios, requiere una profunda reflexión y compromiso con el cuidado de la creación toda.
Nuestro mundo, nuestro planeta, es el hogar o casa común que compartimos. Es un lugar sagrado, de aspiraciones, búsquedas y sueños, de aprendizajes y descubrimientos, de vínculos y corazones. En fin, esta casa común es la cartografía de nuestras propias vidas.
J. Wesley afirma en uno de sus escritos: “Al informarnos sobre asuntos de la filosofía natural, entramos en un tipo de asociación con las obras de la naturaleza y nos unimos a ese concierto general de su gran coro. Así pues, al informarnos y familiarizarnos con las obras de la naturaleza, nos convertimos en parte de esta familia, un participante de sus dichas; pero si permanecemos ignorantes, seremos como extranjeros y peregrinos en una tierra extraña, sin conocer ni ser conocidos”.
Hombres y mujeres hemos recibido la tarea de trabajar a fin de que la creación no pierda su integridad. Somos interpelados e interpeladas a repensar la red de vinculaciones entre creación, criatura y creador. Y nos preguntamos desde nuestras prácticas cotidianas: ¿Hemos cuidado las relaciones entre las criaturas creadas por Dios? ¿Cómo nos hemos relacionado con Dios? ¿Cómo son nuestras relaciones como parte de lo creado? ¿Cómo nos relacionamos con la creación toda? Tenemos que seguir revisando nuestras prácticas personales y comunitarias a fin de ser buenos mayordomos y mayordomas de la casa que nos hospeda y cobija.
El teólogo J. Moltmann, en su libro Dios en la creación, sostiene la importancia de comprender en clave trinitaria al creador, su creación y el objetivo de la misma, de modo que así “entonces el Creador habita, mediante su Espíritu, en la creación entera y en cada una de sus criaturas; y la mantiene viva y unida gracias a su Espíritu”. Dios está presente en cada criatura, Dios nos habita, Dios vive en nosotros, y nosotros vivimos en Dios, desde que hemos “resucitado con Cristo” y nuestra “vida está escondida con Cristo en Dios”. O podemos decirlo con palabras del apóstol Pablo en su segunda carta a los corintios, en la versión de la Biblia RVC: “si alguno está en Cristo, ya es una nueva creación” (5:17, 20).
El ser humano sólo podrá ser humano y realizarse, todos los trabajos y todos los cuidados mutuos -como estamos aprendiendo en esta pandemia- con una conciencia profundamente ecológica destinada a mantener el equilibrio de la creación posibilitando así que toda la creación sea reconocida como casa de Dios.
Profundizar la perspectiva de una teología ecológica nos provoca y nos obliga preguntarnos, ¿cuáles son las imágenes que mejor reflejan al Dios revelado por Jesús en el mundo actual, acuciado por la crisis ambiental?
Han sido las teólogas ecofeministas, quienes nos han enseñado, con imágenes tiernas y relatos profundos, cómo el mundo y hasta el mismo cosmos pueden ser vivenciados como el cuerpo de Dios. Fue la teóloga americana, Sallie Mc Fague, quien presenta el modelo del mundo como cuerpo de Dios, diferenciándole fuertemente del modelo del Dios omnipotente o como rey.
El propósito de usar esta metáfora –que nos vincula con la imagen de la comunidad cristiana “que es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena a plenitud” (Ef 1:23)–permite ‘hacer que veamos de manera diferente’, ‘pensar y actuar como si los cuerpos importaran’ y ‘cambiar lo que valoramos’. Si imaginamos el universo como el cuerpo de Dios, entonces veremos en toda la creación las manifestaciones del mismo cuerpo de Dios.
Creo en la resurrección del cuerpo, que haga posible el goce, el placer, la donación y la plenitud de lo corporal humano; solidarios en el sufrimiento y la consolación, en la lucha viviendo y esperando el Reino y su justicia; la recuperación, en suma, de la sensibilidad en compromiso intenso y alegre con nuestra casa común como espacio de salud y salvación, que es asimismo de liberación.
Canto un nuevo canto en la tierra
de todo el que ama y espera, Señor,
por ver tu reconstrucción.
Hablo en la nueva lengua del pueblo
palabras que tienen gusto, Señor,
palabras del corazón.
Que Cristo vino y murió,
no solamente vivió;
aquí se vino a quedar,
conmigo quiere marchar, marchar,
conmigo quiere marchar.
Simei Monteiro, Brasil, Canto y fe, 294
Que el Dios de gracia multiforme nos acompañe y sostenga en nuestros compromisos cotidianos con un nuevo mundo posible y necesario, tal como lo hiciera Jesús el de Nazaret, con su misma vida integra y amorosa por una nueva tierra y nuevos cielos.
Abrazo fraterno/sororal
Pastor Américo Jara Reyes
Obispo