Violencia prostituyente, otra esclavitud invisibilizada

01 Dic 2022
en Artículos CMEW
Violencia prostituyente, otra esclavitud invisibilizada

Cada 25 de noviembre conmemoramos el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Pero la tarea de denuncia y el reclamo de políticas para la erradicación de la violencia que se ejerce sobre las mujeres en todo el mundo es cotidiana.


Son muchas las formas en que esta violencia se expresa y la más extrema es el femicidio, que en Argentina se llevó en lo que va del año más de 200 vidas. Un número que se ve agravado por la cantidad de familiares y amistades que atraviesan el dolor tremendo de esas pérdidas inexplicables. Y todavía más cruel es el drama de los ampliamente más de 200 niños y niñas menores que quedaron sin su mamá en ese período.

La sociedad está asumiendo una mayor consciencia respecto a los femicidios, pero aún no alcanza para generar un cambio significativo en el número de víctimas.


En los grupos de mujeres que trabajan por poner fin a la violencia de género en sus diversas formas se va produciendo un cambio que va de la defensa personal a la colectiva. Así como sucedió con las Madres de Plaza de Mayo, quienes en algún momento dejaron de salir a buscar a su hijo/a en particular para salir a buscar a todos/as los hijos/as, nietos/as. Ellas asumieron una maternidad socializada, búsqueda de todos y todas los hijos e hijas.

Así también, las mujeres que gritan ¡ni una menos! o ¡todas somos Marielle! asumen una solidaridad, un ser parte de un cuerpo social con otros límites. Es que cuando una joven es violada y asesinada todas somos atacadas, cuando una es violentada, todas lo somos. ¿Por qué? Porque los ataques generan temor por la propia seguridad y la de quienes amamos. Porque nuestros psiquismos se van conformando a un modo de ser y estar en el mundo. Un mundo en el que hay que tener cuidado, vigilancia, pasar desapercibidas, no ambicionar ciertos lugares, no discutir, etc.

¿Y si se trata de la Iglesia? “mujer virtuosa ¿quién la hallará?” Proverbios 31:10 La lista de condiciones a cumplir, el mundo de opresiones a tolerar puede ser mucho mayor.

Pero esa realidad opresiva que atraviesa clases sociales, condiciones de todo tipo, es la que al fin nos permite sentir como propios los dolores de las otras y plantarnos para decir ¡basta!


En ese sentir como propio el dolor y la explotación un desafío especial lo representan las hermanas en situación de prostitución o trata. Es que los prejuicios de siglos instalados en nosotras no nos hacen fácil esa identificación. Sin embargo, si nos damos la oportunidad de conocer los terribles recorridos que llevan a alguien a esa situación de sometimiento y violencia podríamos darnos cuenta que también puedo ser yo, podés ser vos. Un marido que fuerza a su mujer a los golpes a prostituirse, una familia en la miseria que entrega una hija para “salvar al resto”, la falta de recursos y protección social para madres que quedaron solas con sus pequeños, los secuestros, los engaños, las violencias, las violaciones y los encierros.


Cuántas mujeres nos faltan porque fueron secuestradas para la explotación sexual. En este mundo globalizado, las fuerzas del libre mercado dan lugar a una forma de explotación que tiene por víctimas más frecuentes a mujeres y niñas/os y especialmente a quienes vienen de situaciones más vulnerabies socioeconómicamente o por ser migrantes. Esta situación que es identificada como una forma contemporánea de esclavitud, ha alcanzado y se sostiene en los primeros puestos entre los “negocios” más redituables del mundo.


Personas convertidas en mercancía, explotadas sexualmente, esclavizadas, sí, de eso hablamos. Hablamos de personas que son explotadas, violentadas o que no encuentran más salida que la auto explotación por la supervivencia de sus familias.

Somos quienes creemos en el Dios que nos creó a su imagen y semejanza, varón y mujer. Que se reveló en Jesucristo, el que nació de mujer, el que desarrolló su ministerio rodeado de mujeres que le acompañaron hasta la cruz, cuando todos los demás le dejaron. Que cambió de opinión frente al argumento de una mujer, que se dejó ungir por una mujer y que se reveló resucitado a una mujer. Apóstola, primera anunciadora de la resurrección.

Sin embargo, nos cuesta mucho buscar y trabajar comprometidamente por la igualdad, la libertad, la plenitud de vida que Jesús nos mostró para todas, todos y todes.


Parece que hay violencias que no tienen la sanción, ni el compromiso de denuncia y construcción de defensa que tienen otras.

¿Qué diría Juan Wesley de la tolerancia o la invisibilizarían de estas nuevas formas de esclavitud?

Cuando el comercio de esclavos se convirtió en la base económica del imperio, él no dudó en expresar su más férrea crítica y en sus Reflexiones sobre la esclavitud[1] dice “Niego que la tenencia de esclavos sea consistente con grado alguno de la justicia moral.” Y más adelante, “No puede ser que, ya sea por guerra o por contrato, cualquier ser humano pueda darse en propiedad a otro, como se puede con las ovejas o los bueyes. Mucho menos es posible, que criatura humana alguna nazca como esclava. La libertad es el derecho de toda criatura humana, tan pronto como respira el aire vital; y ninguna ley humana puede despojarla de tal derecho que proviene de la ley natural.[2]  

Wesley consideró una “abominable villanía”, “escándalo de la religión, de Inglaterra y de la naturaleza humana” el sistema económico que se sostenía sobre la explotación del comercio de esclavos y se involucró en la causa abolicionista predicando, escribiendo y apoyando a líderes políticos anti esclavistas.

En el amor mostrado en Jesucristo, en la lucha abolicionista de Wesley se nos marcan caminos que no estamos transitando mayoritariamente.


La explotación prostituyente se despliega ante nuestros ojos. No se ve lo que no se quiere ver. Quién no pasó por esas esquinas, esas “zonas rojas”, esas calles o parques.

Aquí es donde la identificación y la socialización de la búsqueda de protección tiene menos alcance porque nos cuesta la identificación. Nos falta conocer esas realidades, nos falta darnos cuenta que sí podemos ser nosotras o nuestras hijas y que todas somos ellas. Todas somos prostituidas, todas víctimas de una cultura pornográfica – prostituyente.


Como comunidades de fe tenemos mucho que reflexionar y analizar respecto a nuestros prejuicios y a nuestra lectura bíblica. Mucho más para ser aquello que estamos llamadas a ser, comunidades que rescatan, que reciben, que trabajan comprometidamente en la superación de toda forma de violencia, abuso y discriminación hacia las mujeres. Comunidades capaces de socializar la hermandad con aquellas más violentadas y sentirlas parte de nuestro cuerpo comunitario.

Comunidades que predican, escriben y, como Wesley, se involucran en la lucha abolicionista.

No podemos dejar de mencionar en este contexto que la Iglesia Metodista Argentina tiene en María Amelia Silva una persona que tuvo la capacidad de ver, acercarse, comprender y hacerse señal de reconocimiento de la hermandad con las más vulnerabilizadas hace décadas. Fue su apertura y comprensión la que nos llevó a otras a andar esos caminos de solidaridad y hermandad y a socializar nuestra lucha por la integridad, dignidad y libertad para todas. De su tarea hablaremos en un futuro posteo.

[1] Obras VII:99 ss
[2] Obras VII: 127

Viviana Pinto para CMEW


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