Recursos litúrgicos y pastorales – Noviembre 2022 a febrero 2023
Noviembre a febrero 2023 (Ciclo A)
ADVIENTO, NAVIDAD Y EPIFANÍA
LOS OFICIANTES DEL CULTO
El culto es el lugar y el momento de encuentro entre el Señor y su pueblo. Los oficiantes del culto son, pues, Dios y los fieles. Este encuentro implica también otros actores: los ángeles y el mundo que suspira por ser orientado de nuevo para glorificar al Señor. Revisamos estos cuatro integrantes litúrgicos.
Dios: Es tan obvio que suele olvidarse entre los oficiantes. Por su orden, el culto no es un anhelo. Por su presencia, no es una ilusión. Su gloria lo diferencia de la ceguera espiritual.
Su amor hace que el culto sea distinto al onanismo
espiritual. Su libertad le constituye como distinto al chantaje espiritual. Dios –Padre, Hijo y Espíritu Santo– es a la vez sujeto y objeto del culto cristiano; el que en el culto sirve y es servido por él; el que ordena y recibe; quien habla y escucha; al que se implora y el que otorga.
Todo lo visto hasta aquí presupone de tal manera esta presencia de Dios, su acción su acogida, que solamente hay que afirmar esto: sin la presencia de Dios, sin su acción y sin su acogida, el culto cristiano llegaría a ser una farsa criminal, una mentira atroz, un poder de seducción al que habría que combatir por todos los medios. Pero la Iglesia en la fe, y por intermitencias milagrosas en una convicción casi visual, conoce que su culto no es ni criminal ni embustero ni seductor.
La comunidad de fieles, el pueblo confesante: El pueblo creyente1 es oficiantes del culto. La gracia de poder celebrar el culto es para ellos y ellas un derecho y un deber. Porque el culto es un acontecimiento escatológico en el que participan quienes han sido transportados, por fe y por gracia de Dios, a una situación escatológica.
Esto no quiere decir que el culto esté reservado a “una élite elegida entre gente de cultura refinada…, o a una sociedad de perfectos… que ha practicado una larga ascesis y ha llevado una vida contemplativa”. La asamblea litúrgica, por el contrario, es una mezcla de lisiados andrajosos y mendigos recogidos de las encrucijadas; pero que precisamente por sus exigencias y, sobre todo, por la gracia operante que hay en ella, “es capaz de hacer santo a quienes llegan y de transformar en cortejo real y sacerdotal a este inverosímil multitud de pordioseros” (G A Martimort).
Si la comunidad confesante tiene el derecho de celebrar el culto, este derecho debe ser respetado. Lo será en la medida en que se cumplan las normas siguientes:
La primera condición es que la Iglesia celebre un culto que implique, en lo posible, todos los elementos legítimamente implicados. Podemos afirmar que es un desprecio a la gracia de Dios y un desprecio a la dignidad litúrgica de los fieles invitarlos a cultos mutilados. Por ejemplo, cuando no invita a todo el pueblo a participar en el banquete eucarístico, cuando no pone de ninguna manera la mesa para nadie, cuando escamotea la proclamación profética de la palabra de Dios.
En segundo lugar, que todos los fieles puedan ser los oficiantes del culto completo, más allá de su edad. Tenemos un testimonio explícito de que el pan de vida es también para los niños, ya que en la primera multiplicación de los panes “fueron como cinco mil hombres, sin contar a las mujeres y los niños” (Mt 14.21). Y la Iglesia primitiva admitía a la comunión también a niños y niñas. Es necesario darles la cena, teniendo en cuenta que ellos no tienen la posibilidad de reivindicar por sí mismos este derecho tan suyo. Desechar a niños y niñas por ser tales es hacer de la asamblea litúrgica un club de burguesía decente, un cuerpo de guardia o una escuela para intelectuales.
Respetar los derechos litúrgicos del pueblo confesante implica permitirle también celebrar el culto en su plenitud antropológica: que los fieles puedan participar en el culto con oídos y voz, miradas y gestos. Por la fe y por gracia de Dios han llegado a ser verdadera y plenamente humanos; es necesario que sus miradas y sus actitudes sean atraídas por el culto y encuentren en él su expresión, viviendo su derecho a la palabra, a la comunión eucarística y al compromiso comunitario en una celebración llena de alegría pascual.
Y según la antropología bíblica, la polarización sexual de los seres humanos forma parte de su plenitud antropológica: son, pues, hombres y mujeres quienes celebran el culto, no seres asexuados. Y lo hacen, ellos y ellas, como participantes y también como oficiantes2.
Para que sean respetados los derechos del pueblo confesante, hay que cuidar su educación litúrgica, con información de la doctrina y la historia del culto, con sesiones de trabajo litúrgico destinados al cuerpo pastoral y a los equipos locales de liturgia. La necesaria renovación litúrgica ciertamente no provocará por sí sola la renovación de la Iglesia; pero, acogiendo y formulando esta renovación, la inscribe en la historia de la Iglesia y no solamente en la de la teología.
Entre los creyentes, oficiantes del culto de la iglesia, contamos a los elegidos reunidos en tal o cual lugar, pero también con ellos y ellas, al pueblo elegido en todas partes y de siempre, porque el culto es un acontecimiento escatológico que recapitula la historia de la salvación, nunca interrumpida ni por el espacio ni por el tiempo. Nunca se tiene a Cristo sin sus miembros; cuando él está allí, también está con él todo el pueblo rescatado por él.
Desde ya, miembros de la familia parroquial retenidos por una enfermedad o un viaje, como también los que en ese mismo día dominical están congregados en otros lugares para celebrar el mismo culto, ausentes de cuerpo, pero presentes en el espíritu (1 Cor 5.3). Como Iglesia necesariamente localizada y datada en el espacio y el tiempo, es epifanía de la santa Iglesia católica y apostólica; y así su culto es ya participación en el culto del reino que reunirá al pueblo convocado de todas partes y de siempre, para vivir por siempre de la gracia de Dios. No hablamos de una oración por los muertos, se trata de la oración con los vivos de todas partes y de siempre.
Los ángeles, compañeros litúrgicos: Para la fe cristiana, los ángeles son “esencialmente seres marginales” (K Barth): ellos rodean, obedecen, no tiene la iniciativa. Son secundarios, pero reales, participan en la doxología de los seres celestes descritos por el Apocalipsis (en particular, 4.8). La Escritura conoce y confiesa su existencia y nos llama así a desconfiar de nuestro espíritu racionalista, ciego y sordo a la plenitud del cosmos, poblado de tal manera como no pueden imaginar nuestros sentidos.
Esta participación del culto de la Iglesia en el culto celeste de los ángeles es importante no solo por la alegría que da, sino también porque permite comprender que el culto de la iglesia terrestre no está cerrado en sí mismo, no tiene su razón de ser en él mismo. Los ángeles son, esencialmente, como su nombre lo indica, “enviados” para proclamar la obra de Dios y para recoger el resultado de la misma y presentarla a Dios en la acción de gracias.
El mundo y sus suspiros: Dios y los fieles son los oficiantes principales del culto de la Iglesia. Pero su encuentro no es sin testigos, ya que los ángeles están allí; pero además tiene lugar en el tiempo y en el espacio de este mundo. Hemos hablado ya del culto como expresión del misterio de la creación, y notamos también que el culto convoca y justifica el arte.
Recordemos que no es la Iglesia quien participa en el canto, en la doxología del mundo, sino el mundo el que participa en el canto, en la doxología de la Iglesia. El pueblo confesante se hace liturgo del mundo. Así es como el Salmo 148 ha convocado a la alabanza a los cielos, los astros, plantas y animales, los pueblos y sus reyes, hombres y niños. El culto no puede arrancar a la Iglesia del mundo, sino, al contrario, la vuelve solidaria del mundo.
Se podría afirmar, en una palabra, que la liturgia del mundo en el culto de la Iglesia consiste en el ofrecimiento que el mundo hace de su tiempo y de su espacio al culto de la Iglesia. El mundo pide a la Iglesia que asuma litúrgicamente el mundo. Y lo hace santificando el tiempo: domingo, año litúrgico, avatares de la vida; y santificando el espacio: agua y pan, vino y madera, luz y colores, sonidos y movimientos. Por este día del culto, toda la historia reencuentra su orientación; y por los sacramentos, toda la creación se reanima y se explica.
Jean Jacques von Allmen, en El Culto Cristiano, su esencia y su celebración. Sígueme, Salamanca, 1968, pp. 182-189. Resumen y adaptación de GBH.
1 Discrepamos con el autor en referirse a los fieles como “los bautizados”. Preferimos las nociones de fieles, confesantes, o seguidores y seguidoras de Jesucristo o pueblo de creyentes, entendiendo el bautismo como señal o sacramento de la fe.
2 Texto adaptado, porque de nuevo discrepamos con el autor en su justificación de la exclusión de la mujer como oficiante que puede presidir o dirigir el culto, la eucaristía, el bautismo y la predicación.
El tiempo de Adviento
El año litúrgico comienza con el tiempo del adviento, término que significa advenimiento o hacia la venida; procede del verbo venir. En el lenguaje religioso pagano, adventus indicaba la venida periódica de Dios y su presencia teofánica en el templo. Es, pues, retorno o aniversario.
Desde el punto de vista cristiano, adventus era la última venida del Señor, al final de los tiempos. Pero al aparecer las fiestas de la navidad y la epifanía, significó también la venida de Jesús en la humildad de la carne.
Estas dos venidas (la de Belén y la última) se consideran como una única venida, desdoblada en dos etapas. Esta doble dimensión de espera caracteriza todo el adviento.
Adviento es el tiempo litúrgico que precede, como preparación, a la fiesta de navidad. Nació en el siglo IV con tres semanas de duración, a imitación de la cuaresma, o de las tres semanas de preparación pascual, exigidas por el catecumenado. La duración del adviento variaba, según las iglesias, entre tres y seis semanas. Se caracterizó en unos sitios por la penitencia (las Galias) y en otros por la alegría (Roma). En todo caso, el aspecto de la espera prevaleció sobre el de la preparación.
Casiano Floristán, en Diccionario abreviado de pastoral, Verbo Divino, España, 1999, ver Adviento.
Adviento y liturgia
La espiritualidad del Adviento combina dos grandes temas: la preparación para celebrar el nacimiento de Cristo –primera venida– y la espera de su venida gloriosa al final de los tiempos. (Augé 1996)
El adviento anuncia la tensión entre el ya de la salvación cumplida en Cristo y el todavía no de la manifestación plena de la salvación. La espera del tiempo nuevo no es una actitud pasiva. Esperamos el mundo nuevo preparando las condiciones para su alumbramiento.
La esperanza escatológica se alimenta de las acciones concretas que cristianos y cristianas realizan para anticipar ese mundo justo y fraterno que soñamos. Es por esta razón que el Adviento también apunta hacia el carácter misionero de la Iglesia. En tanto celebra la primera venida de Cristo y aguarda su regreso, la iglesia actúa. (Amós López)
Escenario y ambientación para todo el ciclo
El Adviento comienza cuatro domingos antes de Navidad. Una de las tradiciones más conocidas, originada posiblemente en Escandinavia, es la CORONA DE ADVIENTO. Ramas verdes unidas en círculo, cuatro velas moradas o violetas y una blanca en el medio.
El verde, símbolo de vida unido en círculo nos hace pensar en la vida eterna, la vida que no se acaba. El morado (o violeta), tradicionalmente ha sido referido a la espera, al tiempo preparatorio. El blanco, la pureza, directamente relacionado con el niño de Belén.
Este año proponemos darle este significado a las cuatro velas: la esperanza, el camino, la promesa, los sueños.
En el archivo encontrará
- Orientaciones para la predicación
- Orientaciones para la acción pastoral
- Orientaciones para la liturgia del culto comunitario
Esta es una nueva entrega de Recursos Litúrgicos y Pastorales, siguiendo los tiempos de Adviento, Navidad y Epifanía, Noviembre de 2022 a Febrero 2023, (Ciclo A). Reedición de 2019-2022 y 2016-2017 con nuevos materiales,
- para hermanos y hermanas que asumen el ministerio de la Palabra,
- realizando trabajos pastorales en amplio sentido y con distintos grupos
- y a personas encargadas y colaboradoras en la liturgia del culto comunitario.
Cotejamos el “Leccionario Común Revisado” (LCR), en ediciones de varias iglesias hermanas. Nos permitimos abreviar algunos textos para la lectura pública, y algunas veces extendemos los textos bíblicos comentados, proponiendo también otras alternativas, generalmente dentro del LCR.
Este material circula en forma gratuita y solamente en ámbitos pastorales, dando crédito a todos los autores y autoras, hasta donde les conocemos, valorando mucho su disponibilidad.
Agradecemos todos los materiales que hemos usado –ya disponibles en varias redes–, como aportes para estos “recursos”. Y especialmente agradecemos los materiales litúrgicos enviados por la pastora Cristina Dinoto, y las fotos de la pastora Hanni Gut.
Las indicaciones de las fuentes musicales son:
- CA – Cancionero Abierto, ISEDET.
- CF – Canto y Fe de América Latina, Igl. Evangélica del Río de la Plata.
- CN – Himnario Cántico Nuevo, Methopress.
- MV – Mil Voces para Celebrar, himnario de las comunidades metodistas hispanas, USA.
- Red Crearte, https://redcrearte.org.ar/
- Red de Liturgia del CLAI: reddeliturgia.org
- Red Selah: www.webselah.com
Y anotamos las versiones de la Biblia mayormente usadas:
- RV60 o RV95 o RVC – Reina-Valera o Reina-Valera Contemporánea
- DHH – Dios habla hoy, desde la tercera edición o Biblia de Estudio.
- NBI – Nueva Versión Internacional – Edit. Vida, USA
- BJ – Biblia de Jerusalén – Desclée de Brouwer, Bélgica-España
- Libro del Pueblo de Dios – Verbo Divino, Argentina
Fraternalmente, Laura D’Angiola y Guido Bello, desde la congregación metodista de Temperley, Buenos Aires Sur.
Descargar
Noviembre 2022 a febrero 2023 (Ciclo A)
Noviembre 2022 a febrero 2023 (Ciclo A)