La mayordomía de la generosidad
Estudios Bíblicos escritos por el pastor Fabián Rey
La mayordomía de la generosidad
Texto II Co. 8:1-9:15
La gracia de dar
- El apóstol Pablo le está escribiendo a las iglesias de Acaya y les muestra el ejemplo de las iglesias de Macedonia, que hicieron una colecta para ayudar a los hermanos de Jerusalén, donde, en ese tiempo, había una gran hambruna y mucha necesidad.
Pablo les remarca cómo los hermanos de Macedonia en medio de difíciles pruebas y de su propia extrema pobreza tienen igualmente disposición para ofrendar a favor de aquellos que tienen necesidad, dieron “más allá de sus fuerzas” y lo consideraban un “privilegio”.(8:3-4)
Los macedonios estaban convencidos de que esta manera de entregarse, era conforme a la voluntad del Señor.(8:5)
Si bien Pablo reconoce en los de Acaya su fe, palabras, conocimiento, dedicación y amor hacia los hermanos, en su estimulación a la colecta, en realidad, los solicita aún más para sobresalir en la “gracia de dar” (8:7)
Esta gracia de dar esta basada en un sentido de igualdad, esta igualdad esta fortalecida en la fraternidad – Koinonia – (8:13-14), es decir no son acciones de limosna, sino maneras concretas del dar en amor. Sin fraternidad no hay un corazón desprendido, porque sino se tiene el lente opacado para ver la necesidad de mi hermano.
Se trata de superar que unos tengan escasez y otros tengan abundancia, es decir, que la abundancia de unos supla la escasez de otros “Ni al que recogió mucho le sobraba, ni al que recogió poco le faltaba” (8:15). Y esto, tanto en términos materiales, comunitarios, relacionales, espirituales. Se trata de estar atentos para atender las necesidades de la totalidad de la persona y de las personas.
Como lo expresa un comentario bíblico: “Por el bien de los demás, de las iglesias, el que tiene debe poner en común lo que posee a fin de que no haya necesidad”[1]. Siempre tenemos que tener presente la integralidad en el “tener y poner”.
Pensemos: sin fraternidad no hay un corazón generoso.
- Vemos que la intención y disposición que comenzó en las iglesias de Acaya (9:1-3), movilizó y entusiasmó a los de Macedonia que tanto tuvieron el querer como el hacer y cumplieron con la colecta (8:11-12). No bastó solo el objetivo, sino el cumplimiento de la meta. No solo quedaron en ideas fantásticas, charlas profundas, decisiones acertadas, sino que las llevaron a la práctica, se pusieron en movimiento y perseveraron con esfuerzo.
De allí, la insistencia de Pablo de no ser mezquinos ni tacaños, de no quedarse en palabreríos. El apóstol fundamenta su insistencia haciendo referencia a la metáfora de la siembra y la cosecha[2], donde hay que dar desde el corazón (es la actitud dadivosa lo que rescata), y con el gozo de servir por lo que Dios nos da.
Nos muestra una actitud de constancia con un claro énfasis de determinación, donde la necesidad de mi prójimo me conmueve a llevar adelante el compromiso de sostén, no solo de oraciones sino también material, en este caso con una ofrenda económica.
Pensemos: No basta solo el objetivo, sino el cumplir la meta.
- Es la bendición de dar generosamente (la liberalidad trae bendición Pv.22:9, 11:25). Esta manera de entregarnos nos ayuda a vencer la idolatría del tener, del poseer, de depositar nuestra confianza en “dioses ajenos”; es claro que la avaricia es idolatría (Col.3:5 comparar también con I Ti.6:7-10) que nos ata y nos quita la libertad.
El dar miserablemente nos aleja de la voluntad amorosa y llena de favor de Dios, pues aseguramos nuestra vida en falsas certezas. No olvidemos que no somos dueño de nada, sino sólo mayordomos.
Por esto, la dádiva generosa es un acto litúrgico, un servicio sagrado (9:12), un culto a nuestro Dios, un encuentro con Jesucristo y por él con nuestros hermanos. Este gesto santo, lleno de amor y gozo, se transforma en una ofrenda solidaria cuando “no solo suple las necesidades de los santos sino que también redunda en abundantes acciones de gracias a Dios” (9:12). Por esto, muchos alabarán a Dios y reconocerán al Señor, pues no es un evangelio de sólo palabras sino de “generosidad solidaria” 9:13b).
Pensemos: la dádiva generosa es parte de nuestro culto a Dios, Padre de Jesucristo
La Cristología de la generosidad
Todo el texto escogido resalta la figura de Cristo: (destacamos 8:9, 9:9)
* Desde su abundancia, él se dio, se entregó por nosotros.
* De ser rico, él se hizo pobre por nosotros.
Esto nos muestra que no es solo un texto socio económico sobre la relación que tiene que haber entre los hermanos y las iglesias, sino fundamentalmente es un texto Cristocéntrico, donde vemos que las ofrendas y dádivas, son primeramente de Jesús[3] hacia nosotros.
La justicia de Dios se manifestó en el don de Jesús. De la misma manera, se muestra nuestra centralidad en Cristo cuando nos proveemos unos a otros con generosidad, con entrega para que se de gracias a Dios por su justicia.
Jesucristo es el paradigma de nuestra actitud gratuita, generosa y fraterna. La ofrenda, el diezmo, la colecta son maneras concretas de mostrar nuestro testimonio como discípulos.
Avivar la generosidad
¿Qué podemos extraer como enseñanza para nuestras vidas e iglesias?
Lo primero que tenemos que rescatar es que hay que estimular la generosidad, reconociendo que en medio de las pruebas y adversidades, de la escasez y pobreza aún tenemos mucho para dar. Que tenemos abundantes recursos en la iglesia, es decir entre las hermanas y los hermanos, para que mutuamente podamos servirnos y evitar que la abundancia de unos se quede contemplando la escasez de otros.
Para esto, tenemos que erradicar de nuestros corazones la idolatría de la avaricia, de la mezquindad que nos corrompe, divide y aleja de Dios, y tenemos que entusiasmarnos[4] unos a otros en ser dadivosos, pues esto trae bendición.
Por eso, es necesario la humillación como IEMA, como región, como iglesia, como miembro, para cortar toda idolatría. Tenemos que reconocer que hemos dado la espalda a Dios y levantado nuestros propios dioses en los que hemos depositado nuestra confianza, y así hemos quedado.(II Cro.7:12-18)
Pensemos: sin arrepentimiento, sin confesión, no hay cambio.
Lo segundo que tenemos que rescatar es que la generosidad tiene su correlato en la fraternidad. No hay ofrenda si no hay amor. Es la actitud del corazón lo que mueve a dar, a dar con gozo, no fijándome en mi propio bienestar, sino en el del Cuerpo. Dios es el que convierte nuestro corazón y nos hace ver la necesidad de nuestros hermanos, de las iglesias.
Pensemos: solo el amor nos hace más generosos
Por último, aunque no necesariamente sea éste el orden, nuestro seguimiento a Jesús, implica “seguir sus huellas”. La misma liberalidad de Cristo es el camino que tenemos que recorrer. Vivir el culto al Señor, no como un espacio dominical sino como un “servicio sagrado”, donde cada día nos abnegamos y disponemos con una actitud gratuita en favor de nuestro prójimo. ¿Será también éste el culto racional a nuestro Señor? (Rom 12:1-2) No hay duda de que si.
Pensemos: no hay verdadero culto a Dios si no hay una entrega absoluta
Como iglesia, la misión se aborda desde la gracia redentora de Dios, en Jesucristo y ese mismo gesto nos moviliza en una actitud de generosidad integral para emprender la tarea a la que el Señor nos ha vocacionado. En esto contamos con la presencia viva del Espíritu Santo que nos conduce y ayuda en la realización del plan de Dios.
Fabián E. Rey
Preguntas para trabajar en Grupos
- A partir del texto de II Co.8:1-9:15 que nos sugiere la premisa “sin generosidad no hay misión”.
- Para desarrollar la misión ¿Cuáles son las actitudes de idolatría a las que tendríamos que renunciar?
- ¿Es, en nuestra vida y en la iglesia, la ofrenda, el diezmo y la colecta un privilegio que vivimos con gozo y entusiasmo?
- ¿Son las economías de nuestras iglesias un parámetro para “medir” el amor entre unos y otros?