07 – Para Dios no hay imposibles
Guías Metodológicas
Libro de actividades 07
Génesis 18: 1-15; 21: 1-7
Milagros
En los relatos de milagros, la Biblia no se interesa primariamente por el acontecimiento referido, sino por la intención de lo narrado, no tanto por la forma de la declaración cuanto por su contenido. Los relatos de milagros no buscan la descripción, sino la admiración. Son relatos populares despreocupados tendientes a provocar una admiración creyente. Quieren ser signos del poder de Dios: ¡Cosas grandes ha hecho Dios entre nosotros!
Tales relatos intentan interpretar la voluntad de Dios y fortalecer la fe; están, pues, al servicio de la proclamación del poder y la bondad de Yahvé. No se exige una fe en que hay milagros o en que un acontecimiento determinado es realmente milagro. Se espera más bien la fe en Dios, el cual actúa en el hombre que realiza tales cosas, siendo los hechos milagrosos característicos “signos” de la acción divina.
Concretamente: lo importante no es el temblor del monte, sino el mensaje que en esa ocasión escuchó Moisés. Lo importante no son las plagas de Egipto, sino el testimonio de Dios, que demostró su poder. Lo importante no es el admirable paso por el Mar Rojo, sino el mensaje de Dios, el que el pueblo experimentó como Dios de la liberación.
Por consiguiente, los relatos de milagros no pretenden ser pruebas de Dios, sino referencias a su acción el mundo, pero referencias cuya claridad proviene sólo de la fe en él (y no en un segundo principio malo). El mensaje de estos relatos apunta al hombre en todas sus dimensiones: espacio y tiempo, individuo y sociedad, cuerpo y espíritu. ¿Qué proclaman? No proclaman un Dios amundano y ahistórico que abandona apáticamente el mundo a su suerte, sino un Dios que se “inmiscuye” en las vicisitudes del mundo y se compromete por él dentro de su historia.
Proclaman un Dios que no deja solo al mundo, que no permite que la historia se convierta para el hombre en un destino sombrío y amenazador, sino que la transforma en un conjunto de acontecimientos cuya coherencia puede conocerse mediante la fe. Dan noticia de un Dios que actúa en el mundo para imprimir una dirección distinta a la marcha de las cosas, de modo que este mundo no se halla abandonado a su suerte, sino que puede y debe ser transformado con la gran esperanza en una plenitud futura.
Hans Küng, ¿Existe Dios?, Ediciones Cristiandad, Madrid, 1978, pp. 886-887.
Leer: Génesis. 18.1-15; 21.1-7.
Después del establecimiento del pacto, tres hombres visitaron a Abraham. Él se dio cuenta de que eran representantes de Jehová –el antiguo nombre de Dios, Biblia RV)–, uno de ellos representando al mismo Dios, y dos ángeles. La sorpresiva visita resultó en un
diálogo fascinante entre el Señor y su amigo. Tal vez las partes más provechosas de la conversación fueron las preguntas que surgieron y las respuestas que se dieron.
El Señor reveló quién era. Abraham lo reconoció como Señor. Lo adoró. Lo recibió. Le sirvió. El Señor reiteró sus intenciones. Sara se rió de la Palabra del Señor. Dios hizo exactamente lo que dijo que haría. Dios cumplió sus promesas en cuanto a un heredero y les dio a Abraham y a Sara su hijo prometido.
Abraham y Sara habían pasado desde hacía tiempo la edad natural para tener hijos. Isaac fue un regalo muy especial de Dios, cuando ya no esperaban tener un hijo. Para la gente de ese tiempo, quedar sin hijos era como morirse sin que quedara ningún recuerdo de ellos.
Un hijo, una hija, siempre son regalos muy queridos para cualquier pareja, padre y madre. Y en este caso especial, Dios les regala a Abraham y Sara este hijo inesperado, Isaac, en cumplimiento directo de su promesa.
Abraham, en cumplimiento de la orden de Dios, llamó a su hijo Isaac (v. 3). El nombre Isaac, que significa “risa”, recordando la reacción de Abraham y de Sara ante la noticia de que tendrían un hijo. Era también un recordatorio del puro gozo que Isaac les dio a sus padres, el gozo de un niño después de décadas de esperar tener un hijo o una hija.
Como Abraham y Sara le creyeron a Dios, Él los recompensó con Isaac, el hijo de la promesa. Y sintieron gozo cuando se cumplió la promesa. De igual manera, cuando confiamos en Dios, Él nos regalará paz y gozo en nuestra relación con Él. Y eso nos dará oportunidades de hablarles a los demás de la fuente de nuestro gozo, Jesucristo.
La promesa de Dios a Abraham respecto a un hijo debe de haber sido difícil de creer. La esterilidad de Sara y su edad avanzada parecían probar que Sara jamás habría tenido un hijo a no ser por la intervención de Dios. Pero Abraham conocía a Dios y tenía la seguridad de que iba a cumplir lo que prometió. Por lo tanto, Abraham reaccionó ante la promesa de Dios con una firme lealtad (Romanos 4.20). Y Dios recompensó a Abraham cuando Abraham confió en las promesas de Dios.
¿Qué queremos lograr?
- Explicar lo que significa creer y confiar en Dios.
- Entender lo que significa ser paciente.
- Apreciar la maravilla del cuidado de Dios en nuestras vidas.
Índice
./ niñas/os no lectores
Contar que Abraham ahora vivía en el lugar especial que Dios le había mostrado. Pero Abraham todavía no tenía el hijo especial que Dios le había prometido.
Un día de mucho calor. Abraham estaba en la puerta de la carpa. Abraham vio que venían tres visitantes (uno…, dos…, tres!). Y Abraham que era un hombre bueno los invitó a quedarse y les dijo que se sentaran bajo el árbol cerca de la carpa. Les lavó los pies porque los traían llenos de polvo. Eligió el mejor ternero que tenía y le pidió a un muchacho que lo fuera a cocinar. Sara empezó a hacer pan. Abraham les llevó leche para tomar y sus tres visitantes disfrutaron su comida.
Uno de los visitantes preguntó por Sara, la esposa de Abraham. Y Sara, que estaba haciendo pan, se acercó a la puerta de la carpa para ver qué le decía este señor que no conocía.
Y el visitante le dijo a Abraham que iba a regresar después de un año, y que cuando regresara, Sara iba a tener un hijo. ¡Un bebé!
¿Pueden las personas mayores, muy mayores, tener un bebé?
Parece que no, pero Dios todo lo hace posible.
Cuando el visitante escuchó reír a Sara, le dijo: “¿Acaso hay algo imposible para el Señor? El año que viene volveré a visitarte en esta fecha, y para entonces Sara habrás tenido un hijo.”
Tal como el Señor lo había dicho se cumplió con la promesa que le había hecho. Sara tuvo un hijo al que le pusieron el nombre de Isaac, que significa “risa”!
Hablar acerca de cómo Abraham confió en Dios aunque no entendía todo el propósito de Dios.
ORAR.- Den gracias a Dios por confiar en sus promesas.
Hacer títeres de Isaac, Abraham y Sara. Puede usar bolsas de papel, tubos de cartón o papel grueso.
./ niñas/os lectores menores
Leer: Génesis. 18.1-15; 21.1-7.
¿Qué pensarías si una señora viejita te dijera que iba a tener un bebé? ¡Probablemente pensarías que ella está loca!
Recordar lo trabajado en el encuentro anterior: que Abraham viajó y siguió a Dios por todos los lados que Dios le dijo que fuera.
Contar la historia bíblica o leerla de la Biblia: Dios le dijo a Abraham que sería “el padre” –es decir, el abuelo, bisabuelo, tatarabuelo– de muchas personas. Abraham sabía que Dios cumpliría Sus promesas, pero también sabía que él (Abraham) era muy, muy viejo.
Un día, tres hombres vinieron a visitar a Abraham y su esposa, Sara, en el desierto. Abraham corrió a recibirlos y los invitó a comer. Les pidió a sus empleados que prepararan comida para los visitantes. Uno de los visitantes realmente era un especial mensajero de Dios.
Mientras que hablaban, uno de los hombres le preguntó a Abraham donde estaba su esposa. Abraham le dijo que ella estaba en la carpa, porque realmente vivían en una carpa.
Entonces el hombre le dijo, “Volveré en un año y ella tendrá un hijo.”
Sara estaba escuchando desde dentro de la carpa. ¡Ella se rió cuando oyó esto porque tenía 89 años! Ella pensó: “Mi esposo y yo ya somos viejitos, buenos para tener nietos, pero no para tener un bebé.”
Entonces Dios le dijo a Abraham: “¿Por qué se ríe Sara? ¿Acaso hay algo imposible para el Señor?”
Abraham le creyó a Dios y confió que Él cumpliría Sus promesas. Tardó mucho tiempo para que Su promesa finalmente fuera cumplida. Dios le había dicho a Abraham años antes que tendría un hijo. La promesa no se cumplió hasta que Abraham cumpliera 100 años. Abraham tuvo que esperar pacientemente el tiempo de Dios. A veces necesitamos ser pacientes y esperar.
Cuando Dios te promete algo, Él lo cumplirá. Dios siempre cumple sus promesas.
./ niñas/os lectores mayores
Leer: Génesis. 18.1-15; 21.1-7.
¿Qué pensarías si una mujer viejita te dijera que iba a tener un bebé? ¡Probablemente pensarías que ella está loca!
Recordar lo trabajado anteriormente que Abraham viajó y siguió a Dios por todos los lugares donde Dios le dijo que fuera.
Contar la historia bíblica o leerla de la Biblia.
¿Estás seguro de que siempre vas a cumplir tus promesas? (tal vez, sí, no) ¿Cumplís siempre tus buenos propósitos? (Trato, no.) ¿Cómo se sienten cuando las personas no cumplen las cosas lindas que les han prometido? (Tristes, frustrados, etc.)
Leemos Josué 23.14
Leer el versículo siguiente: Isaías 41:10 para memorizar en voz alta. Explicar que refiere a la promesa de Dios a sus hijos para siempre.
Libro de Actividades
Imprimir 1: Crucigrama (Libro de Actividades)
./ adolescentes
Leer: Génesis. 18.1-15; 21.1-7.
¿Hay acaso algo tan difícil que el Señor no pueda hacerlo?
Génesis 18. 12 (en lo posible, que éste versículo sea un cartel que se vea bien).
En la historia, Dios hizo algo que a los ojos de todos era imposible. Que Sara tuviera un hijo.
¿Creen que Dios puede hacer posible, cosas que son imposibles a los ojos de otros? ¿Alguno de ustedes estuvo cerca, alguna vez, de un imposible que se hizo posible?
Comentar que Dios le concedió el hijo a Abraham y Sara porque era necesario que tuvieran descendencia, no fue porque quiso demostrar su poder, ni tampoco quiso hacerse publicidad.
Siempre que Dios hace algo maravilloso es porque hay una necesidad y porque confiamos en Él.
¿Podemos pensar en situaciones nuestras o de amigos que estén necesitando un verdadero milagro de Dios?
Comentar que Abraham y Sara confiaron en Dios y entonces Él les regaló esa maravilla en sus vidas con ese hijo que nunca habían tenido. Así también el Señor se da cuenta de que nosotros confiamos en Él, y nos cuidará y hará cosas maravillosas en nuestras vidas.
Con Dios al frente de tu vida todo se puede. ¡Porque Dios hace maravillas!
Contar el siguiente cuento, y preguntarse una vez leído o –mejor aún– contado el cuento:
La gran señal
Cada uno respetaba los gustos del otro, y se llevaban bastante bien. Ella era muy familiera, y no se perdía casorio, bautizo o lo que fuera, con tal de reunirse con los suyos que vivían lejos. Él en cambio prefería la soledad. Le encantaba navegar, a vela y solo. Nada de motor, o cosa que hiciera ruido. Con mucho esfuerzo y sacrificio se había agenciado un pequeño velero y con él salía mar adentro a gozar de la libertad que da tener como únicos compañeros al mar y el cielo.
Ese fin de semana venía con feriado trasladado al lunes. La señora aprovechó para irse con sus dos hijos al casamiento de su sobrina que vivía en una ciudad del interior. A él le quedaba la oportunidad de dos días de navegación. Y se preparó para ello, con dos bidones de agua potable, y una conservadora con lo necesario para dos o tres jornadas. Dejó sus datos en la prefectura de la costa y se largó mar adentro aprovechando un día algo bochornoso pero con mar sereno y viento suave.
Al rato de haberse alejado de tierra, se fue quedando dormido, acunado por el vaivén de las olas, y cansado de una semana agotadora de trabajo bancario. Las horas transcurrieron sin que se diera cuenta, sólo al despertarse se percató de la imprudencia. Un frente de tormenta amenazaba en el horizonte. No había mucho más que prepararse para enfrentarla, y pedir a Dios que pasara cuanto antes. Fue bajando la vela, arrollándola al pie del mástil para ofrecer la menor resistencia posible al viento. A los primeros embates del temporal, se sentó sobre la vela y se sujetó fuertemente al palo.
Siempre había sido un hombre de fe. Pero en aquellas circunstancias, su oración se hizo más intensa: –Señor Dios, soy tu hijo. Me pongo en sus manos. Yo sé en quien confío. Pero no te olvides de mí en estas circunstancias. Sólo vos podés ayudarme. Hacé que la tormenta pase pronto, y pueda volver sano y salvo a tierra con mi gente en mi velerito.
Luego de hecha y repetida hasta el cansancio esta sencilla pero ardiente oración, no le quedaba más que resistir y esperar. Y su fe fue puesta a prueba. El temporal arreciaba cada vez más y no parecía detenerse: en vez de parar duró toda la noche del sábado y toda la jornada del domingo. Ya no tenía puntos de referencia ni en el cielo ni en la tierra, por lo que se fue dejando llevar a la deriva, puesta su confianza sólo en Dios su Padre.
Así amaneció el lunes, en medio del oleaje y del viento. Y entonces sucedió lo inesperado. El velero se estrelló violentamente contra unos arrecifes, destrozándose por completo. Se aferró aún más fuertemente a Dios y al mástil de su embarcación que lo mantuvo a flote hasta que las olas lo arrojaron a una playa desconocida. Agotado, su deseo de supervivencia le dio ánimo para arrastrar el palo que lo había salvado y del cual aún colgaba la vela.
Con las pocas fuerzas que le quedaban trepó al médano de la orilla y se refugió detrás de unos matorrales. Puso el mástil horizontalmente sobre unos troncos, y extendió la lona haciéndose una carpa provisoria. Aseguró sus bordes con troncos y piedras y la cubrió con ramas verdes que arrancó de los árboles. Al menos tendría un refugio provisorio, mientras esperaba el auxilio que rogaba a Dios no tardara demasiado.
El hambre lo atenazaba y también el frío, al estar totalmente empapado por el agua. Buscó en sus bolsillos la brújula pero no la encontró. Solamente pudo encontrar entre sus ropas un pequeño encendedor. Una prueba más de que Dios estaba con él, a pesar de todos los pesares. Después de muchos esfuerzos logró sacar del encendedor la chispa para encender un fueguito.
Había que buscar algo para comer, y tratar de secar su ropa. Se fue sacando una a una casi todas sus prendas, colgándolas como pudo del mástil que hacía de cumbrera de su improvisada carpa, suficientemente cerca del fuego como para que se fueran secando. Tiritando de frío salió a caminar por la playa tratando de encontrar algo con qué alimentarse: algún pez, cangrejo o marisco que las olas hubieran arrojado a la arena, y tal vez alguna fruta silvestre con la que Dios lo ayudara en aquella playa extraña y solitaria.
Aunque su fe era puesta a una dura prueba, no quería abandonar esa última esperanza. Confiaba en el amor de Dios por sus hijos, y en especial su cuidado para con él, ya que se había puesto totalmente en sus manos. Pero faltaba aún lo peor. En ese momento vio una densa humareda en el lugar donde estaba su carpa.
Un golpe de viento había tirado sobre el fuego el pantalón que se estaba secando. Y a partir de allí ardió la ropa, luego la lona de la vela y con ella todo el ramaje verde que había colocado encima. Espantado, comenzó a correr hacia el lugar. Pero cuando llegó, todo era ya un montón de brasas. Nada le había quedado de lo poco que se había salvado del naufragio. Se sentó sobre un tronco y comenzó a llorar, con la cara entre las manos, acurrucado como un chico. Y su oración se volvió protesta:
–Señor Dios, me puse en tus manos. Mirá cómo me respondiste. Esto era lo único que tenía, y te lo había confiado. No me escuchaste. ¿Por qué, Padre, me has abandonado? Si eras vos mi sola esperanza, en la que me apoyaba. ¡No te entiendo! ¡No te entiendo…!
Pero el sueño y el cansancio finalmente lo vencieron. Y allí se quedó, sentado sobre aquel tronco, con la cara sobre las rodillas, profundamente dormido. Tan dormido estaba, que le costó reconocer en la penumbra del amanecer, la sirena de un barco.
Cuando finalmente logró darse cuenta, la alegría y la esperanza lo hicieron ponerse de pie de un salto. Cortando al pasar una rama verde, trepó a todo correr el médano para hacer señales a aquel barco para que lo descubriera y lo rescatara. Pero no fue necesario. Al llegar a la lomada, vio que un bote de la prefectura con cuatro marineros venía a su encuentro desde el barco.
–Sí. Venimos a buscarte–, le dijeron con la alegría de haberlo encontrado.
–¿Y cómo descubrieron que yo estaba justamente aquí?–, les preguntó.
–¡Por la gran señal de humo que nos hiciste ayer a la tarde!
Padre Mamerto Menapace, en Inventario de cuentos y recuerdos, Edit. Patria Grande, Bs. Aires, 2004. Adaptación.
¿Qué les parece el inesperado milagro del barco salvador? ¿No les ha pasado enojarse con Dios por un aparente “descuido” de Dios, y después darse cuenta de que él había transformado un desastre en una bendición? ¿Podemos contar otras “maravillas” o “milagros” de Dios en nuestras vidas?