¿Qué queremos que hagas en nuestras vidas, Jesús?
–¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!
Jesús, que le pregunta: –¿Qué quieres que haga por ti?
El ciego le contesta: –Maestro, quiero recobrar la vista.
Jesús le dice: –Puedes irte; por tu fe has sido sanado.
En aquel mismo instante el ciego recobra la vista, y sigue a Jesús por el camino.
Del Evangelio de Marcos, 10.46-52
A la salida de Jericó yace este mendigo ciego, sentado a la vera del camino. Y reconoce a Jesús que va pasando por ahí: ¡el predicador galileo, el hijo de David, el Mesías, tal vez el hijo de Dios! Bartimeo se dirige a Jesús como Rabuni, que en arameo significa mi Maestro, palabras usadas en el trato con rabinos y escribas. Jesús accede a su súplica, recibiendo mucho más que una clase en respuesta a la confianza y a la fe que ha mostrado.
Y en este relato de Marcos nos podemos sentir representados todas y todos, también quienes ya hace tiempo conocemos a Jesús y somos reconocidos por él. Como hombres y mujeres que necesitamos ánimo y orientaciones, somos ciegos y ciegas, y buscamos mayor claridad para mirar la vida tal como la miraba Jesús. El ciego estaba sentado en el borde del camino: inmovilizado y sin fuerzas, doblemente excluido del camino, por su pobreza y su discapacidad.
Pero el ciego ve aquello que otras y otros no son capaces de descubrir. Como afirma el teólogo Gustavo Gutiérrez: “la Biblia nos revela la presencia de un Dios ligado a los ‘ausentes’ de la historia, aquellos a los que se quiere hacer callar, pero con quienes el Señor desea entablar un diálogo.”
En medio de su caminata Jesús se hace tiempo para atender el dolor y la esperanza de este hombre que grita desde las márgenes, desde los mismos bordes de la vida y de la historia. Y pone en evidencia que la justicia, la solidaridad y la inclusión son expresiones claves de ese ministerio que trae vida plena y abundante, visión y significación. La lección que ofrece Marcos es que en la persona del que será aclamado y luego rechazado en Jerusalén, el crucificado y posteriormente resucitado Jesús, en él y desde él, es posible la plenitud de vida para toda persona sin distingos o jerarquías.
En el texto queda expresado con gran potencia y evidencia, que Bartimeo es más que un objeto de desprecios o de indiferencias, sino que es sujeto de deseos y de derechos. Y que como tal lo percibe Jesús, brindándole un trato afectuoso y respetuoso. Y hará un gran milagro en su vida: provocará que de marginado viviendo de las limosnas pase a ser un discípulo, que puesto en pie se entrega al maestro, dejando atrás su capa y una vida de opresión. Luis Alonso Shökel comenta al respecto que “el ciego, al dejar su manto, deja tras de sí una ‘vieja’ vida para asumir una nueva detrás de Jesús. Quien estaba al margen del camino, ahora sigue a Jesús, que es el camino.”
Jesús vino para traer la vida y abundantemente en todas sus dimensiones. Este amor de un Dios que es vida y que por ello hace nuevas todas las cosas, trastocando tantas situaciones de menosprecio, sufrimiento y marginalidad humana. Este amor es la fuente de nuestra alegría, de nuestro seguimiento y de nuestro compromiso con Jesús.
El relato de Jesús y Bartimeo es una invitación a comprender que la compasión –pasión compartida– es don y compromiso de un corazón que se abre al otro, que se aproxima a la otra. Es la evidencia de la cercanía de un Dios que consuela, que camina con su pueblo y engendra esperanza. El ciego en el camino nos representa a todos como necesitadas y necesitados de que Jesús nos siga sanando, acompañando y enviando como a Bartimeo. Afirmemos nuestra propia necesidad de ver con esta canción de la comunidad de Taizé:
La luz de luz eres tú.
Señor, disipa mis tinieblas.
Oh Dios, mi Dios, disipa mis tinieblas,
Oh Dios, mi Dios, disipa mis tinieblas.
Por nuestra parte solo resta seguir construyendo un Reino de compasión desde nuestros territorios y con nuestras vidas, desde nuestra pandemia y nuestras esperas y esperanzas, gestando comunión y vínculos, en especial con las y los sufrientes de las márgenes.
Que en medio de nuestras tinieblas, encontremos la audacia para poder pedir: Maestro, que pueda ver, en la certeza más absoluta de que “sin Dios nada podemos hacer…; que no podemos pensar ni hablar ni mover la mano… sin el acuerdo de la divina energía; y que todas nuestras facultades son un don de Dios, y ninguna puede ser ejercida sin la asistencia de Su Espíritu” (J. Wesley).
Oremos juntas y juntos:
“Oh luz que en mi sendero vas, descansa mi alma siempre en ti;
es tuya y tú la guardarás, y en lo profundo de tu amor, más rica al fin será.”
Abrazo fraterno/sororal
Pastor Américo Jara Reyes
Obispo