¿Para qué sirve un manual de culto?

12 Dic 2022
en Artículos CMEW, Liturgia, Publicaciones
¿Para qué sirve un manual de culto?

Si el culto es el encuentro del pueblo de Dios con su Señor ¿Por qué no dejamos que el Espíritu Santo nos guíe? ¿Necesitamos un manual de culto para alabar a Dios? Estas y otras preguntas pueden surgir al momento de tener en nuestras manos el nuevo Manual de Culto de la Iglesia Metodista.


El metodismo forjó su experiencia de fe en las sociedades donde las personas integrantes oraban, alababan y profundizaban la comunión fraternal de manera espontánea. El otro polo que encendía el fuego era la predicación al aire libre, donde el ámbito y la cantidad de personas establecían ciertas reglas no explícitas de una reunión de la Palabra y oración. Finalmente, el tercer polo de la fragua espiritual era la participación en el culto dominical y esto era en el marco de lo que la Iglesia Anglicana ofrecía. El Libro de Oración Común fue, entonces, el marco litúrgico, el manual de culto que daba forma a la experiencia cúltica. Sobre ese material, Juan Wesley decía:


“Creo que no hay una liturgia en el mundo, ya sea en lenguaje antiguo o moderno, que respire una piedad más sólida, escritural y racional, que el ‘Libro de Oración Común’ de la Iglesia de Inglaterra.”

Obras de Wesley, T IX, “El servicio dominical de los metodistas en Norteamérica, con otros servicios ocasionales”, p. 105

A pesar de esta definición tan firme de Wesley, tenemos derecho hoy después de 238 años, de repensarla y hasta criticarla, desde nuestras necesidades y contextos de hoy. Sin embargo, vamos a destacar algunas afirmaciones del texto citado.

Respirar una piedad. Aquí se invita a fijar la atención en algo que aparece como un criterio a tener en cuenta a la hora del culto. Nuestras celebraciones deben apuntar a cultivar una piedad que de ninguna manera debe entenderse como un intimismo emocional. Wesley tiene muy presente, no sólo en el culto, que la experiencia de fe es personal y social, entendiendo este concepto como la dimensión comunitaria del cristianismo. Es en ese marco comunitario (social, diría Wesley) donde se gestiona el necesario pluralismo en la forma de vivir la fe y de expresarla en el culto.

Sólida, escritural y racional. Wesley enuncia la piedad como criterio y rápidamente la adjetiva, para establecer de qué clase de piedad está hablando, ya que, recordemos, el metodismo es criticado por sectores del formalismo anglicano y de los denominados “entusiastas”, que, en las antípodas de los primeros, sostienen una fe que se mueve a impulsos erráticos, intentando seguir, supuestamente, los designios del Espíritu.

La piedad que ha de respirar el culto y que Wesley ve reflejada en el Libro de Oración Común, descansa en la solidez que le brindan las Escrituras y la razón, que como ya hemos explicados en otras ocasiones, forman parte del denominado cuadrilátero de la fe. Además, el Libro de Oración Común, da cuenta de la riqueza y profundidad de la tradición universal de la Iglesia, valor que el metodismo siempre ha estimado, como parte del espíritu ecuménico (al que Wesley llamaba acertadamente, “católico” por su etimología en griego).

Podemos concluir en este punto en que el metodismo tuvo un manual de culto desde sus orígenes mismos, ya que el Libro de Oración Común de la Iglesia Anglicana, lo es.  También es cierto que el espíritu ecuménico y el carácter movimientista del metodismo lo llevaron a incorporar la riqueza de otras denominaciones y la creación de estilos propios, tanto en la naciente iglesia de Estados Unidos, como en las varias versiones del movimiento metodista que surgieron en las primeras décadas del siglo XIX en Gran Bretaña. Este fenómeno fue congruente con el espíritu que movía a Wesley, en sus propias palabras:


“Adáptense a las modalidades de culto con las que estén de acuerdo, pero igualmente amen, como hermanos, a quienes no pueden adaptarse. Ocúpense de tal modo de sus ‘opiniones’ que, de ser posible, estén de acuerdo con la verdad y la razón. Pero tengan cuidado de no admitir la cólera, la antipatía o el desprecio hacia aquellos cuyas opiniones difieren de las suyas.”

Obras de Wesley, T V, “Consejos al pueblo llamado metodista”, p.p. 68-69

Este año ha sido editado el Manual de Culto de la Iglesia Evangélica Metodista Argentina, que intenta recoger esta larga y generosa tradición que hemos resumido más arriba. También, este nuevo material es heredero y deudor del Manual de Culto y Ritual de 1959 y de Festejamos Juntos al Señor de 1989.

A lo largo de los años en el ministerio litúrgico hemos ido registrando opiniones y posiciones acerca del tipo de liturgia que se desarrolla en los cultos. Es difícil exponer todas y cada una, pero vamos a seleccionar dos, a las que hemos exagerado en sus énfasis, con la idea de que podamos ver con claridad qué pensamientos, emociones y sensaciones nos atraviesan ante las formas de culto.


El fuego y las cenizas. En ocasiones, algunas personas se acercaron a expresar su disconformismo con ciertas formas de culto argumentando “esto no es un culto metodista”. Ante la pregunta ¿Cómo es un culto metodista? La respuesta suele hacer referencia a experiencias personales de la infancia y/o heredadas de la familia. Es decir que el “metodismo” del culto se mide desde una experiencia subjetiva que no pasa de una o dos generaciones. Este argumento tiene dos dificultades, desconoce la rica herencia de la iglesia universal y de todo el metodismo.

Generalmente, el apego al antiguo Manual de Culto y Ritual (1959) es el marco de referencia, junto a una estética de la solemnidad, himnos clásicos y una retórica que ha quedado desfasada en el tiempo. Ante esta mirada, es adecuado recordar una frase atribuida al escritor G. K. Chesterton “la tradición es la transmisión del fuego, no la adoración de las cenizas.”


Que la espontaneidad te acompañe. En el otro extremo, hay quienes reclaman un culto desacartonado, libre de fórmulas y muchas veces, parecido a cultos de otras denominaciones. Sin desmerecer la riqueza que puede haber en aquello que el Espíritu quiera darnos más allá de lo que se ha preparado, que siempre es bienvenido, el riesgo de esta “sensación de espontaneidad” es que suele ocurrir un culto desarticulado, que no logra expresar la vida de la fe de los/as creyentes y de la comunidad.

Los cultos con sensación espontánea, suelen ser tan rígidos y repititivos como las liturgias más estructuradas de la antigüedad. La flexibilidad, la participación comunitaria y la espontaneidad convendría que formaran parte de un culto que ha sido elaborado, con un eje temático y que dé cuenta de los distintos momentos que reflejan la experiencia del encuentro personal y comunitario con Jesús.

Entre estas dos lecturas, recordamos que deliberadamente exageradas en la descripción, debemos tener presente el trasfondo de riqueza que nos permite la tradición universal de la liturgia, que también nos mantiene en comunión con la nube de testigos de todos los tiempos. A la vez, los énfasis metodistas en la santidad personal y comunitaria, como en el amor a Dios y al prójimo deben estar presentes en nuestras celebraciones.

La conexionalidad metodista no es simplemente una forma de gestión administrativa y de gobierno de la iglesia, es la expresión de integrar un cuerpo mayor junto al que caminamos el sendero del testimonio cristiano. Los cultos metodistas deben poder expresar esa conexionalidad, a la vez que registrar lo contextual y propio de la comunidad concreta, de tal manera que como lo expresaba el Manual de Culto y Ritual de 1959 “un metodista se sentirá cómodo en cualquier iglesia metodista”. (p.9).

Entonces ¿Para qué sirve un manual de culto? En primer lugar, es necesario puntualizar que el culto se mueve en dos dimensiones: lo permanente de la fe, que nos identifica como discípulos e iglesia de Jesucristo a la luz de la riqueza de la tradición y, lo contextual que tiene que ver con la vida y misión de la comunidad insertada en su medio local. El manual de culto ofrece modelos y herramientas para facilitar la dimensión permanente de la fe en el culto. Lo contextual es fruto del diálogo en oración y comunión fraterna, la búsqueda desde las Escrituras de discernimiento para conocer la voluntad de Dios para la congregación en el aquí y ahora. Esto último no forma parte de un manual, ya que es labor permanente de las comunidades.

Finalmente, recordar que la asistencia del Espíritu Santo en nuestras celebraciones no es producto de nuestra espontaneidad ni de ningún manual de culto, sino de una comunidad viva que clama en oración y testimonio a su Señor.


Claudio Pose para CMEW



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