Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen

La conocida expresión “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” aparece en el relato de Lucas 23 precedida por unos versículos en los cuales se relata cómo la multitud pide que Barrabás sea liberado y vocifera a Pilatos que crucifique a Jesús.
Desde el inicio de su actividad pública la praxis de Jesús generó resistencia, ya sea por parte de las autoridades religiosas, como, en definitiva, del representante del Imperio Romano (Pilato) y de esa multitud iracunda que parece haber tenido un rol determinante en este desenlace.
Las palabras de Jesús, si bien expresan su amor infinito por nosotros, no dejan de llamarnos la atención sobre los problemas de las conductas “masivas”, de la conducta que adoptamos o podemos adoptar cuando actuamos de acuerdo al “hombre-masa” (en el sentido de humanidad).
Los suplicios de Jesús en el viernes santo, que hoy conmemoramos, pudieron ser interpretados, por algún tiempo, como muestras de abnegación de quien voluntariamente da su vida en rescate por todos.
Con el tiempo se despertó la sospecha de que ese acercamiento a los sufrimientos de Jesús podía connotar una cierta “legitimación” del sufrimiento: “y bueno… así como sufrió Cristo, nosotros también tenemos que sufrir…”
La teología de la cruz, que asociamos al nombre de Lutero y de la cual nos sentimos herederos, de un modo u otro, permitió entender que el Dios crucificado, como decía el teólogo Moltmann, se identificaba con las víctimas de la historia; revelaba los mecanismos opresivos, las estructuras diabólicas de la muerte, sin legitimarlas.
Se trataba de entender a Dios como un Dios “sufriente”, pero que toma partido por los que sufren en contra de quienes causan sufrimiento.
En este sentido, la expresión “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” nos puede llamar la atención sobre los peligros de la conducta de masas, la conducta i-reflexiva a la que somos arrastrados cuando ingresamos en esa lógica.
Quisiera proponerles pensar en nuestra conducta en las redes sociales, desde esta perspectiva. Vemos en la imagen que ilustra este segmento un mar de comentarios violentos que ahogan a una persona en las redes sociales.
El algoritmo —que no es otra cosa que la expresión de quienes configuran las interacciones que se dan en las redes— premia la violencia, las expresiones de odio, la banalización. Esos son los posteos que más vistas generan. Las expresiones de odio van desde la celebración del sufrimiento ajeno hasta la banalización de luchas históricas como la que hemos tenido en Argentina en torno a los derechos humanos. Es muy injusto que acuñen frases como “el curro de los derechos humanos”, al menos así lo vemos quienes pertenecemos a esta tradición metodista argentina, de muchos hermanos y hermanas que nos han precedido en la fe, como el obispo Federico Pagura, el obispo Carlos Gattinoni, la familia Míguez, Raúl Cardoso y tantos otros…
Desde esa tradición de lucha y resistencia frente a las injusticias es que recibimos estas palabras de Jesús, como una invitación a examinar nuestra conducta en ese ámbito tan particular que terminaron siendo las redes sociales. Diría, para finalizar, que debemos ser conscientes de los efectos de nuestras acciones “digitales”, para evitar reproducir ese espiral de violencia que vemos en las redes sociales, espiral que se traduce en las condiciones materiales de la vida humana. Así como una multitud fue manipulada para gritar “crucifícale”, tenemos que pensar en quiénes terminan siendo crucificados por el odio que circula entre las redes —aunque esta no sea, obviamente, la única causa—. Hemos sido “redimidos para lo humano”, como decía Bonhoeffer.
No es fácil ser pacificadores en un mar de discursos violentos, como se ejemplifica en la esta imagen. Pero al menos, tengamos el coraje de existir para cortar ese pernicioso círculo de la violencia. Seamos conscientes de lo que hacemos.
Alocución presentada el Viernes Santo de 2025, en la Iglesia Evangélica Metodista de Villa Sarmiento, 18 de abril de 2025
David Roldán para CMEW