No me besaste…

03 Jun 2025
en Episcopado
No me besaste…

Entonces (Jesús) se volvió a la mujer y le dijo a Simón: «Mira a esta mujer. Cuando llegué a tu casa, no me diste agua para lavarme los pies, pero ésta los ha bañado con sus lágrimas y los ha secado con sus cabellos. No me diste un beso, pero ésta no ha dejado de besarme los pies desde que entré. No ungiste mi cabeza con aceite, pero ésta ha ungido mis pies con perfume”.

Evangelio de Lucas 7:44-46

Podemos leer este texto entendiendo que los pueblos antiguos del este del Mediterráneo interpretaban toda la realidad en términos de división de género, es decir, desde el punto de vista del honor y la vergüenza, especialmente aplicadas a varones y mujeres. Y esto movía el conjunto de las relaciones sociales, como nos enseña la antropología cultural.

En esta narrativa de Lucas sobre la mujer que unge a Jesús, vemos que los comensales y el mismo anfitrión desprecian a Jesús y a la mujer, considerándoles “personas que han perdido la vergüenza”.

Y en la historia que Lucas nos relata resulta vital comprender cómo la persona de Jesús, por medio de sus actitudes y enseñanzas, libera a las mujeres de los códigos sociales que las mantenían atrapadas y confinadas al interior de la casa. Jesús las estimula a desarrollarse más allá de las prohibiciones de su sociedad, a expresar con libertad sus sentimientos como personas, hijas amadas de Dios, incluso en la esfera pública.

Una mujer sin nombre –y en ella todas las mujeres y todos los sin nombre– estimulada por el Espíritu de Jesús, quebranta los condicionamientos sociales y decide intervenir en los retos públicos, al defender el honor de Jesús como profeta, cuestión que el mismo Jesús no defiende, pero que en definitiva permite el atrevimiento de esta mujer. Destaco aquí que –así como al honor se le consideraba una virtud masculina– la vergüenza se consideraba una responsabilidad primaria de las mujeres, y era tarea de ellas mostrarse en público de forma silenciosa, sumisa y recatada… ¡para no mancillar el honor masculino!

En su comentario a los evangelios sinópticos, los teólogos Bruce Malina y Richard Rohrbaugh dicen que “en la Antigüedad, las comidas eran lo que los antropólogos llaman ‘ceremonias’. A diferencia de los ‘rituales’, que confirman un cambio de estatus, las ceremonias son acontecimientos reguladores, predecibles, en los que se reafirman o legitiman los roles o el estatus dentro de una comunidad”. Por ello, cualquier ruptura de los códigos ceremoniales se valoraba en aquella sociedad como una ofensa al honor, es decir, pérdida del honor o desvergüenza. Normalmente, las reglas de la mesa y de la comida van a reflejar y sostener el orden, los valores y las jerarquías existentes en cualquier grupo social.

En el texto vemos el escándalo que se levanta entre los comensales y, sobre todo, con el fariseo anfitrión, por las actitudes permisivas de Jesús hacia las transgresiones de la mujer que le unge, que se salta con su homenaje a Jesús varios tabúes de los códigos sociales judíos de esa época quedando impuro, según los ojos altaneros del anfitrión.

Simón el fariseo desprecia al campesino galileo Jesús, al no brindarle las elementales muestras de cortesía doméstica: lavado de los pies, saludarlo con un beso, ungirlo con perfume. Y encima lo enjuicia por no comportarse como profeta, mostrando y demostrando ante él, fariseo encumbrado, que Jesús debería haber rechazado el contacto de la mujer que lo toca y le besa en público, no siendo su esposa.


Hay besos que parecen azucenas
por sublimes, ingenuos y por puros,
hay besos traicioneros y cobardes,
hay besos maldecidos y perjuros.

Judas besa a Jesús y deja impresa
en su rostro de Dios, la felonía,
mientras la Magdalena con sus besos
fortifica piadosa su agonía.

Gabriela Mistral

Jesús altera el panorama, marcando que la mesa compartida es justo el símbolo de la misericordia y el amor de Dios para todos sus hijos e hijas, que forman una familia de iguales, sin jerarquías de ninguna índole.

Tenemos el gran desafío de reflexionar cómo estamos constituyendo nuestras mesas. Necesitamos pasar por el corazón, una y otra vez, la necesidad de transformar las mesas de Simón en las mesas que inaugura Jesús en torno al amor incondicional de Dios.

El mensaje de Jesús en Lucas es que la santidad/justicia que se expresa en la mesa compartida no consiste en pureza ritual y jerarquías, sino que la verdadera justicia está en el Espíritu del amor leal, en la solidaridad, la acogida, la igualdad basada en el amor y el perdón.

Mis hermanos y hermanas, lo verdaderamente valioso es formar personas y comunidades piadosas, solidarias, respetuosas de la vida de las y los demás, que defiendan la paz, la justicia y la hermandad.


¡Abrazo fraterno/sororal!

Pastor Américo Jara Reyes
Obispo


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Ilustración: Unction, obra de Julia Stankova. Utilizada con fines ilustrativos y educativos. Todos los derechos reservados a su autora.
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