Misión, márgenes y crecimiento de la Iglesia
Hace tiempo que se expresa una profunda preocupación por el crecimiento de la iglesia. Esta preocupación se hizo evidente en la mayoría de las congregaciones que han venido sufriendo una disminución en la participación en los últimos años. Situación que se agravó durante la pandemia y el período posterior.
Si bien, siempre debería preocuparnos que haya hermanos y hermanas que dejaron de participar, esto debería ocurrir porque nos mueve el amor y deseo de cercanía y cuidado mutuo. No porque los templos se vacían y menos porque las ofrendas no alcanzan.
El Señor nos ha llamado a llevar las buenas noticias, a enseñar lo que él enseñó, a bautizar y a hacer parte. Nos prometió acompañarnos todos los días.
Es bueno poder detenernos y distinguir búsquedas en las que el mismo Señor nos acompaña y otras que tendremos que revisar porque tal vez no sean sus búsquedas, sino las nuestras.
En la Escritura podemos encontrar muchas búsquedas e invitaciones de Jesús, pero, a fin de sintetizar, es seguro que no nos dijo llenen edificios, colecten más para sostener más estructuras. Entonces, cabe la pregunta por el origen de aquello que nos preocupa y que suele sonarnos tan loable: buscar el crecimiento de la iglesia.
Tal vez, necesitemos enfrentar el hecho de que esas búsquedas que de pronto comenzaron a movilizarnos con bastante intensidad son la respuesta al miedo, no al Señor. No estamos haciendo lo que nos invitó a hacer en su compañía, en cambio, estamos buscando qué hacer frente al temor. Entre muchos temores, uno posible, es que la Iglesia a la que asistimos se vacíe tanto que se vuelva inviable y cierre. Tal vez, sea injusto el ejemplo y, aclaremos, que sólo ejemplificamos ante una serie más amplia de temores. No tenemos oportunidad en este espacio de analizarlo en detalle. Pero podemos mencionar miedo al fracaso, a que Dios no nos esté bendiciendo porque nos equivocamos, a la soledad y pérdida de pertenencia, etc.
Me parece muy importante analizar nuestros temores, los que a veces arman nuestras agendas, pero dejando esto para otra oportunidad, vamos a concentrarnos ahora en algo más importante aún: la misión.
No nos cansaremos de repetir que la misión es de Dios Missio Dei y que somos invitados/as a acompañarle, a caminar juntos/as. Con Dios, con hermanos y hermanas, en comunidad.
Daniel Bruno, en su artículo “La misión de la iglesia: dinámica y desafío” nos advierte:
“Hoy en día el concepto de “misión de la iglesia” es desafiantemente amplio y demanda a su vez de la iglesia una actitud militante y un espíritu creativo. Además, al ser un concepto genérico, debe necesariamente ser deconstruído para que pueda volver a traslucir sus sentidos implícitos.”
En el análisis del concepto genérico, señala que la palabra “misión” no se encuentra en el Nuevo Testamento, pero que su sentido puede ser rastreado y encontrado en una serie de acciones básicas de la iglesia primitiva, como son: kerygma, diakonia, koinonía, didaké y agreguemos liturgia.
A esas acciones respondemos con los dones que tenemos. Todos tenemos talentos, Dios en su inmensa y generosa creatividad nos ha regalado diversidad de dones y con ellos nos conectamos, nos entregamos, nos hacemos parte de un tejido que es capaz de proclamar y denunciar, de servir, sanar y cuidar, de compartir en comunión, de enseñar y celebrar.
Así el tejido de la comunidad se mantiene flexible, vivo, en conexión con Dios y con todas personas que lo integran. Ese tejido es también sensible, Dios le presta su mirada, su escucha, su ternura.
Sale al mundo en disposición a servir y a amar.
¿Pero será que hay iglesias que se preocupan por aumentar su membresía pero no salen al mundo a servir? ¿Se puede ser iglesia sin misión? ¿En encierro? Miedo, encierro… El ciclo litúrgico nos acerca a pentecostés que nos recuerda que la comunidad encerrada se volvió iglesia que proclama en diversidad de lenguajes que llegan a las personas, iglesia en salida. ¡A la que el Señor añadía cada día!!! Hch 2:44-47
Si realmente Jesús nos dijo “vayan” ¿Qué haríamos encerrados? A Wesley le costó salir a predicar fuera de la Iglesia pero una vez que lo hizo ya no hubo vuelta atrás. Y salió con el mensaje maravilloso de la lectura que Jesús hace en la sinagoga: “El Espíritu del Señor está sobre mí por cuanto me ha ungido para…” Lc 4:18
Misión en los márgenes
Si salimos es imposible que todo quede igual, que haya vuelta atrás. En Argentina, con más de la mitad de la población afectada por la pobreza monetaria y/o la pobreza multidimensional sería imposible salir y que todo quede igual.
Wesley llegó a sentir en carne propia el sufrimiento de los pobres y marginados de la sociedad inglesa del siglo XVIII.
«¿No es peor para una persona, después de un día de duro trabajo, volver a su casucha pobre, fría, sucia e incómoda, y encontrar que no hay ni siquiera el alimento que necesita para reponer sus energías gastadas? Ustedes que viven cómodamente en la tierra, que no les falta nada, sino ojos para ver y oídos para oír y corazones para comprender cómo Dios se ha comportado con ustedes.
Y continúa intentando definir el porqué de la falta de respuesta ante el drama “Una de las principales razones por qué los ricos en general tienen tan poca compasión de los pobres es porque muy raramente los visitan” T. Jennings, Good News to the Poor: John Wesley’s Evangelical Economics
Para J. Wesley quien acumulaba para sí o para gastos suntuosos, más allá de cubrir sus necesidades, le robaba a su prójimo pero sobre todo le robaba a Dios, quien es dueño de todo y lo ha dado para todos y todas. Tenemos delante una humanidad sufriente y Wesley nos llamaría a abrir los ojos, oídos y corazones, y también a salir a visitar a quienes viven en los márgenes de la supervivencia. Algo que él mismo hizo, incluso en condiciones límite y queda señalado en su diario hasta superados sus 80 años.
Puede ayudarnos pensar esta realidad volviendo al Evangelio, a la luz de aquella provocadora pregunta sobre el prójimo al que hay que amar. Es que si salimos, como el buen samaritano, nos encontramos hoy a más de la mitad de la población asaltada, despojada y medio muerta en los márgenes del camino. Digamos que es casi imposible dar un rodeo para esquivarlos y esquivarlas como hicieron el levita y el sacerdote. Lc 10:25ss Podemos, y tal vez debemos, preguntarnos cuánto ocupan los márgenes hoy.
Llamados y llamadas amar al prójimo, nuestra primer forma de proclamar será diacónica. Hay que levantar a toda esa humanidad asaltada, empezando por la que tenemos delante, desanesteciándonos.
En cualquier caso, si hay una proclamación a través de la diaconía, el cuidado, el compartir, también la habrá desde las buenas nuevas proclamadas que restauran la esperanza y desde la enseñanza que restaura nuestra humanidad. Desde la celebración que nos hace familia y desde la comunión cuerpo de Cristo.
Si salimos a hacer lo que fuimos invitados/as a hacer y con la compañía que Jesús mismo nos prometió, con su mirada y sensibilidad, con el amor vivo, no podremos pasar de largo. No podremos aceptar un sistema de exclusión, esclavizante, torturante que somete a vivir a la intemperie sin lo más básico.
Que somete a la tortura de la prostitución. Que somete a sufrir el hambre y frío de hijos e hijas que crecen sin horizonte y muchas veces se pierden en los tortuosos caminos de la droga.
Y entonces también nos sentiremos llamados a encontrar modos de señalar, denunciar y desarticular los mecanismos por los cuales se produce tamaño asalto.
¡Porque la visibilización y la incidencia para la transformación también es proclamación!
Y si algo nos tiene que pre-ocupar será descubrir los talentos que podemos poner en juego, formarnos para hacerlo de modo más efectivo, abrir la mente y el corazón para escuchar a Dios llamándonos en nuestro prójimo/a caído/a.
Pero esta no es teoría, podemos conocer experiencias de antes y ahora, que nos muestran que es posible, es anticipo del reinado de Dios, no siempre fácil pero concreto. Y si nos preguntan si la iglesia crece podremos dar testimonio de que la iglesia que sale, que se hace refugio, que levanta a quienes cayeron a manos de esos que acumularon la mitad de los bienes del mundo, a esa iglesia el Señor añade, pero sobre todo esa iglesia sirve.
Pastora Viviana Pinto para CMEW