Decimoctavo domingo después de Pentecostés

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Mt 21.23-32; Ez 18.1-5, 29-32; Sal 78.1-8; Flp 2.1-11
Evangelio de Mateo 21.23-32: Jesús expulsó a los mercaderes del templo. Y ahora los jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo judío lo interpelan: “¿Con qué autoridad haces estas cosas? Jesús les cuenta de dos hijos, uno que dice que cumplirá lo que el padre le pide, pero no lo hace, y otro que dice que no lo va a hacer, pero que finalmente cumple.
Profeta Ezequiel 18.1-5, 29-32: Ustedes creen en el refrán de que los padres se comieron las uvas agrias y a los hijos se les pican los dientes, pero yo les digo que solo quien peque va a la muerte, nadie más. Forjen en ustedes un corazón y un espíritu nuevos, vuélvanse a mí, y vivirán.
Salmo 78.1-8: Pueblo mío, atiende mi enseñanza, te lo diré con los refranes de nuestros antepasados, para que pusieran en Dios su confianza y no fueran gente sin memoria y de espíritu infiel.
Carta a los Filipenses 2.1-11: Si viven la consolación y comunión del Espíritu, muestren el mismo amor y el mismo sentir de Cristo
Jesús, que no se aferró al ser igual a Dios, sino que se humilló a sí mismo, hasta la muerte; ocúpense de su salvación, aferrados a la palabra de vida… ¡y nos regocijaremos todos juntos!
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