La regla general que estableció Wesley
El metodismo fue visto en el protestantismo académico como el “patito feo” de la gran familia de la Reforma. Para algunos, una corriente de entusiastas sin teología ni liturgia. Desde fuera de los claustros, el metodismo era observado con cierto estupor: una ola apasionada que podía oscilar entre el llamado enérgico a la conversión personal y, simultáneamente, involucrarse en los conflictos sociales de la época con un compromiso sólido.
¿Qué era el metodismo? Un fenómeno religioso difícil de encasillar, al menos para las categorías del siglo XIX. Hacia finales de ese siglo y comienzos del XX, se desarrolló una implosión del universo wesleyano, de la cual surgieron las iglesias de santidad (Nazarenos y pentecostales) y, en otro proceso en paralelo, el Ejército de Salvación. Por supuesto, también permanecía el metodismo, a través de distintas iglesias.
La santidad personal y social, el amor a Dios y al prójimo y la experiencia espiritual y la razón, dejaron de ser binomios en tensión que dinamizaban al movimiento. Los distintos fragmentos de la implosión se convirtieron en banderas doctrinales y la parte se convirtió en el todo.
A lo largo del siglo XX se desarrollaron corrientes de unidad que permitieron reencauzar la dispersión, pero a la vez, nuevas fragmentaciones aparecieron en el horizonte. Hoy, la llamada “familia wesleyana” es un conjunto multiforme de iglesias y movimientos, atravesados en su gran mayoría por una característica común: tomar algunos elementos del cuerpo doctrinario wesleyano, en detrimento de otros.
A esta altura de esta limitada exposición de la cuestión, conviene preguntarnos: ¿Existe una premisa o regla fundamental que permita al colectivo wesleyano articularse y que, de esa manera, se establezca un punto de partida hacia el entendimiento y el mutuo reconocimiento?
En 1781 Juan Wesley recibió una carta de un grupo de metodistas, que el mismo Wesley califica de “hombres de espíritu de amor y de una conversación incensurable, y que son dignos de todo respeto.” La lectura de esa misiva, en las propias palabras de Wesley “me obligó a repasar mis sentimientos”.
En dicha carta, este grupo de metodistas le plantean a Wesley, qué deben hacer ante las corrientes calvinistas que conviven en el seno del movimiento, dado que el fundador del metodismo hacía años que había guiado al movimiento hacia una comprensión arminiana de la salvación.
“La consulta de ustedes plantea una cuestión delicada e importante que apenas sé cómo contestar.” Así comienza Wesley su respuesta a la carta, que será tan breve como sorprendente:
“No puedo establecer una regla general. Todo lo que puedo decir en el presente es: ‘Si no les daña, escúchenlos; si ocurre lo contrario, absténganse. Dejen que sus conciencias determinen lo que han de hacer y que cada uno actúe según esté plenamente convencido en su propia mente.’”
Una interpretación rápida y literal, podría hacernos concluir que Wesley apela a la conciencia individual sin más, con los riesgos que esto implica, ya que todo quedaría librado al subjetivismo personal. Sin embargo, la respuesta a la carta debe leerse en el marco de todo el pensamiento wesleyano: amar a Dios y al prójimo como a uno mismo, fundar nuestra fe desde la experiencia de Jesucristo, tal como las Escrituras lo atestiguan y vivir nuestra experiencia personal de fe en el marco de la iglesia, de la comunidad de creyentes.
De hecho, la respuesta de Wesley está inspirada en palabras del apóstol Pablo a los romanos, cuando aborda el tema de las opiniones divergentes en ciertas prácticas que no eran centrales a la fe (ver Rom 14).
Entonces, nos hallamos ante una respuesta desconcertante de Wesley: no es posible establecer una regla general. Si bien Wesley ejercía un liderazgo personal fuerte, no quiso ponerse en el lugar de ser él la palabra definitiva e inapelable en cuestiones que no ponen en riesgo la integridad del testimonio cristiano.
Esta particular manera de vivir la experiencia de fe en un marco dinámico, lleno de tensiones no siempre resueltas y no someterse a dogmatismos que hacen rígidas las posiciones, puede que genere no pocas disputas. También, es posible, que dé lugar a episodios angustiosos, ya que muchas veces preferimos las respuestas rotundas, sin margen para la duda.
El metodismo “piensa y deja pensar”, afirmación que implica dos deberes: pensar y garantizar la libertad del prójimo a hacer lo mismo. En este sentido, a lo largo de este año han sucedido entre nuestros seguidores algunas discusiones, siempre bienvenidas en el marco del amor y el respeto, ya que está claro que no siempre tenemos un pensamiento unánime.
Desde este espacio el Centro Metodista de Estudios Wesleyanos, ha querido ofrecer un canal de divulgación de las obras de Juan Wesley, de los primeros metodistas y también de aquellas figuras que forjaron el metodismo latinoamericano. Procuramos ofrecer una variada temática, tanto en asuntos teológicos como pastorales. Es posible que no siempre hayamos hecho las cosas bien, pero decimos con alegría que los y las casi 1800 seguidores, como también sus comentarios, palabras de aliento y críticas, han sido un estímulo permanente en nuestra tarea.
Al terminar este año, damos gracias a Dios nuestro Señor por permitirnos trabajar en su obra desde este humilde lugar. Agradecemos a todas las personas que semanalmente u ocasionalmente nos brindan su apoyo. Que el año próximo, nos encuentre a todos y todas unidos en la hermosa causa de seguir a Jesucristo, de anunciarlo en el mundo y de amar al prójimo con el mismo amor de Jesús.
Claudio Pose para CMEW