La novedad en Jesús: un Dios de amor

08 Jul 2022
en Episcopado
La novedad en Jesús: un Dios de amor

“Yo los amo a ustedes como el Padre me ama a mí; permanezcan, pues, en el amor que les tengo… El amor más grande que uno puede tener es dar su vida por sus amigos”.

Juan 15:9,13

En medio de esta humanidad, judía o gentil, del centro o de la periferia de los imperios, de varones señores o de esclavos y esclavas, en medio de esta humanidad oprimida de hecho por la creencia en poderes y divinidades rivales del ser humano, aplastantes y humillantes, en medio de esta humanidad frustradora de plenitudes y felicidades, aparece Jesús.

Sólo se puede conocer lo que es Dios a través de Jesús: «El que me ve a mí, está viendo al Padre». Desde la fisonomía de este Dios que va iluminando la experiencia de Jesús a lo largo de sus años de ministerio, me atrevo, hermanos y hermanas, a destacar algunos rasgos fundantes que nos pueden ayudar a vivenciar una eclesiología de la misión para nuestro tiempo basada en relaciones amorosas y serviciales.

La historiadora Diana Butler Bass ilumina y mucho con la siguiente afirmación:


«El cristianismo no comenzó con una confesión. Comenzó con una invitación a la amistad, a crear una nueva comunidad, a formar relaciones basadas en el amor y el servicio”.


El Dios/amor no es solamente un Dios bueno, sino que es exclusivamente bueno. Es un Dios diáfanamente positivo, sin rasgo alguno de negatividad o tergiversación alguna. Juan en su primera Carta lo va a expresar así: «Dios es luz, y en él no hay tiniebla alguna» (1 Jn 1:5). Jesús va a enseñar que Dios –puro amor y vida– no se relaciona en base a tergiversaciones. Por ello es que no amenaza ni pone en peligro la vida.

La presencia activa de Dios es fuente de seguridad y profunda alegría. Se revela para potenciar y dar vida abundante a la humanidad sufriente. En labios de Jesús queda expresado sin equívocos «que Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él”. En tiempos de Jesús se imaginaba muy ambiguamente la figura de Dios: por una parte se afirmaba su amor al pueblo, y por otro lado se lo concebía como un Dios exigente, celoso y airado.

El Dios únicamente bueno ama a la humanidad como es, y se lo comunica dando a conocerse en el rostro de Jesús. Y este amor que comunica supone estima; Dios no ama simplemente a un ser miserable; ama a un ser que, aunque de momento pueda estar en la miseria, lleva dentro posibilidades y potencialidades que pueden hacer de él o ella «un hijo», «una hija», es decir, alguien semejante a él. Esta valoración profunda, a pesar de las miserias humanas, es la expresión de la fe inquebrantable de Dios en el ser humano. Un Dios que busca comunicarse para revelar en Jesús su ofrecimiento de amor y vida a la humanidad sin distinción.

Fue precisamente la aceptación de los «pecadores», «gente de mala reputación» lo que provocó el escándalo de Jesús en su tiempo. La inauguración de mesas con cobradores de impuestos y pecadores fue motivo de críticas desde las prácticas de la pureza y la supuesta verdadera religiosidad. La respuesta de Jesús fue que su modo de proceder traducía el modo de ser de Dios. La universalidad del amor de Dios en Jesús no tiene límites. ¿Quién les digo que eres? Diles que soy el Dios que está amando incansablemente, continuamente y haciendo todas las cosas nuevas.

El amor crea igualdad; de ahí que el Proyecto de Dios pretende que la humanidad alcance la condición divina a fuerza de amar. Esta igualdad que Dios desea se muestra cuando en la persona de Jesús llama «amiga» a la humanidad. Ya no los llamo siervos sino amigos y el gesto se expresa en el lavado de los pies de la comunidad de Jesús por parte de su señor y maestro. Quien se hace servidor regalando su propia condición de señor, para reconocerlos a todos como hombres y mujeres libres, demuestra su amor sin límites, un amor ilimitado.

El Dios-amor que se da cita en Jesús difiere absolutamente de un Dios impasible e insensible. Porque Dios es amor es que no permanece indiferente ante la suerte de hombres y mujeres que padecen situaciones que se oponen a esta vocación del amor. El mal de la humanidad le afecta y lo conmueve. Los evangelios sinópticos subrayan que Jesús fue conmovido hasta la profundidad de su ser ante determinadas situaciones humanas de dolor en varias oportunidades. El conmoverse es la sensibilidad de Dios en acción y posibilita, desde esta profunda conexión, una nueva vida y un nuevo amanecer. Comparte con hombres y mujeres su mismo ser, su actividad creadora y redentora y como si fuera poco su misma gloria.


Amar, amar, amar es entregarse
con alma y cuerpo a la humanidad.
Vivir, vivir, vivir siempre sirviendo
sin que tú esperes, algo para ti.

Manuel Bonilla

Amada hermandad, que nuestra actitud sea de apertura a un adviento de Dios, que con su soplo poderoso y amoroso sustenta a cada ser y al universo todo.

Afirmaba el filósofo Heidegger que “solo un Dios puede aún salvarnos”. Sí, el supremo amante de la vida, que nos vocaciona para brillar, convivir y ser felices es quien nos salvará. Y esta esperanza no defrauda, sino que por el contrario nos anima a seguir sosteniendo que nada ni nadie nos podrá separar del amor de Dios que conocimos en Cristo Jesús, Señor nuestro.


Abrazo fraterno/sororal

Pastor Américo Jara Reyes
Obispo

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