Hacia una Ciudadanía Ecológica – Carta Pastoral de septiembre
El Señor Dios tomó [a la humanidad] y la puso en el jardín de Edén, para que lo cultivara y lo cuidara.”. Libro del Génesis 2:15
“¿Será que la crisis ambiental y climática nos puede ayudar a salir del lugar de dominadores y sojuzgadores de este ambiente del que somos parte?”, nos preguntábamos en relación a la Justicia Ambiental, sobre los temas de la Gran Parroquia que revisamos en nuestra última Asamblea General.
Nos exhortamos entonces mutuamente a practicar una mayordomía responsable, siendo verdaderamente justos con el Creador y con la totalidad del mundo creado, obra de sus manos. Nuestra civilización –y la palabra “cultura” viene de “cultivo”– estableció una relación no de cuidado sino de utilización y de consumo con toda la creación.
El mensaje bíblico nos invita a mirarnos más bien como mayordomas y mayordomos responsables, preocupándonos tiernamente por todo lo que Dios ha puesto en nuestras manos, entendiendo que la creación toda le pertenece a Él. La cita del Génesis enfatiza el propósito de la humanidad desde el umbral de la creación, que es ocuparse con amor en el cultivo y el cuidado de la creación toda. “Pues es Dios quien nos ha hecho; él nos ha creado en Cristo Jesús para que hagamos buenas obras, siguiendo el camino que él nos había preparado de antemano” (Efesios 2.10).
¿Qué está al inicio –se preguntó un día Rubem Alves, poeta y pedagogo brasileño–, el jardín o el jardinero? El jardinero, responde. Habiendo jardinero, tarde o temprano aparecerá un jardín. Pero un jardín sin jardinero tarde o temprano desaparecerá. ¿Qué es un jardinero? ¡Una persona cuyo pensamiento está lleno de jardines! Lo que hace un jardín son los pensamientos del jardinero.
Estos migrantes, jardineros, invisibles casi siempre, clandestinos a veces, van coloreando y enriqueciendo paisajes, sembrando de nuevos matices, pétalos, perfumes y pensamientos a otras ciudades…
La imagen de jardinera o jardinero no solo es bella, sino que además nos conecta con la hermosura y la profundidad de la misión encomendada por Dios a la humanidad. Y este propósito no puede desarrollarse explotando y destruyendo la casa común. Esta civilización tecnicista nos ha llevado a la barbarie, y nos vamos transformando en jardineros que destruyen sus propios huertos, desembocando en una degradación a escala planetaria. No podemos ni debemos permanecer como jardineras impávidas, sino asumiendo que la supervivencia de la humanidad está en juego hoy como para las generaciones venideras.
John Wesley, en su Sermón 23, nos ilumina con su afirmación de que “la gran lección que nuestro bendito Señor nos enseña aquí… es que Dios está en todas las cosas,que debemos ver al Creador en cada criatura como en un espejo, y que no deberíamos usar y considerar nada como separado de Dios… que penetra y anima todo lo creado y es, en un sentido verdadero, el alma del universo”.
Vivir la vocación de ser ciudadanos jardineras o jardineros cuidadoras y cuidadores del Huerto/Jardín, no es opcional. Es un llamado urgente a comprometernos en la construcción de una necesaria ciudadanía ecológica, que luche por el desarrollo sostenible en la sociedad, la economía y el medio ambiente.
Referentes de diversas confesiones y tradiciones religiosas el año pasado se reunieron en Wuppertal, Alemania, bajo el lema “Juntos por la ecoteología, la ética de la sostenibilidad y las iglesias respetuosas con el medio ambiente” afirmando lo siguiente:
“Los delicados equilibrios de la Creación han sido perturbados hasta un punto sin precedentes en el Antropoceno (como se ha dado en llamar a esta nueva era geológica afectada por la actividad de la humanidad). Hemos transgredido los límites del planeta. Parece que la Tierra ya no es capaz de sanarse a sí misma. La Creación gime a una, y a una sufre dolores de parto (Rom. 8:22). Hemos sido incapaces de mantener unidas las preocupaciones ecuménicas relativas a la justicia en contextos de pobreza, al desempleo y la desigualdad, a una sociedad participativa en medio de diversas formas de conflicto violento, y junto a la sostenibilidad en medio de la destrucción ecológica.”
El planeta agoniza y la humanidad se desgarra, lo que nos debe llamar a una necesaria conversión ecológica, una transformación del corazón, mente, actitudes y prácticas cotidianas. Hemos de oír el llamado sagrado a ser mayordomas o mayordomos responsables y preocuparnos amorosamente por la creación que Dios nos ha regalado.
Hermana, hermano, de nosotros dependerá si cortamos la rama donde estamos sentados o si nos ocupamos de evitar que se rompa y cuidar del árbol… Descubriendo el inmenso amor de Dios en su Creación, el gran jardín, permitamos que su Santo Espíritu que renueva la faz de la Tierra, obre en nosotras y nosotros a fin de que seamos alegres instrumentos de Dios para regar la tierra y hacer florecer la justicia de un nuevo tiempo.
Celebramos la presencia vibrante del Espíritu en medio nuestro y en todo el mundo: comunidades que esperan “el anhelo ardiente de la creación”, ciudades y campos, montañas, ríos y mares.
Amado Dios Padre y Madre, levanta nuestros espíritus para alegrarnos con la tierra, las flores del campo y todas tus criaturas, como continuadores del ministerio profético y compasivo de tu hijo Jesús, quien reconcilia y renueva toda la creación.
Abrazo fraterno/sororal.
Pastor Américo Jara Reyes
Obispo