El canto congregacional y el culto

26 Feb 2019
en Artículos CMEW
El canto congregacional y el culto

El canto en el culto metodista no es, simplemente, una expresión artística. El canto congregacional articula el vínculo entre Dios y su pueblo, se vive la experiencia de ser comunidad y de serlo en el nombre del Señor.

Juan Wesley escribió un brevísimo tratado sobre el canto de la congregación en el culto, denominado “Direcciones para el canto congregacional” (Obras, Tomo IX, pag. 239). Son apenas cinco notas que destacan la actitud en el canto y asuntos prácticos, que hoy llamaríamos “tips”.

El tratado comienza, a modo de introducción, señalando varias afirmaciones sobre el significado del culto. Hecho esto con tal poder de síntesis que se hace necesario detenerse un momento allí para que no pasen desapercibidas. Transcribimos el párrafo:

“Para que esta parte del culto sea más aceptable a Dios y de mayor provecho para ti y los demás, ten cuidado en observar las siguientes instrucciones:”

En primer lugar, Wesley designa al canto congregacional como una “parte del culto”. No en el sentido de lo que hoy llamamos un momento del culto, como la alabanza o la confesión de fe; sino como algo constitutivo de la experiencia del culto.

Pero ¿qué es el culto para Juan Wesley? Continúa diciendo “sea más aceptable a Dios y de mayor provecho para ti y los demás”. De este modo nos aclara que el culto es el encuentro de Dios con su pueblo, de manera comunitaria, sin perder la dimensión de la persona (“para ti y los demás”).

La importancia del canto congregacional, entonces, radica en ser una parte constitutiva del encuentro de Dios y su pueblo, como lo es la Santa Cena y la Palabra.
El primero de los cinco consejos que conforman el documento que hoy tratamos es:

“Canten todos. Procura reunirte con la congregación tan frecuentemente como te sea posible. No permitas que un poco de debilidad o cansancio te lo impida. Si tal cosa es una cruz para ti, tómala, y descubrirás que es una bendición.”

Wesley comienza hablando del valor de la participación en el culto, sin siquiera mencionar nada del canto. Este aspecto, señalado casi con humor, es condición indispensable para el canto congregacional en el culto: necesitamos participar.

Otro elemento, dicho como al pasar, es de suma importancia: aunque tu participación en el culto sea “una cruz para ti”, Wesley invita a tomarla hasta descubrir en ello una bendición. Esto forma parte de un principio en el metodismo: la disciplina nos lleva a la gracia, como también la gracia nos lleva a la disciplina. Pero esto, merece un desarrollo que haremos en otro momento del año.


Segunda entrega

Continuamos presentando el tratado de Juan Wesley sobre el canto congregacional, titulado: “Direcciones para el canto congregacional” (Obras, Tomo IX, pag. 239). Ya hablamos acerca del primero de los cinco puntos que contiene el material. Presentamos, a continuación, los siguientes tres temas.

“Canta fuertemente y con vigor. No cantes como si estuvieras medio muerto o medio dormido. Levanta tu voz con fuerza. No tengas más temor de oír tu voz, ni más vergüenza de ser oído ahora., que cuando cantabas los cantos de Satanás.”

“Canta con modestia. No grites, como si quisieras sobresalir o distinguirte del resto de la congregación, para que no destruyas la armonía. Procuren todos unir sus voces a las del resto de la congregación para producir un sonido claro y melodioso.”

“Canta a tiempo. Cualquiera sea el tiempo en que se cante, procura guardarlo, no te adelantes ni te atrases; sigue a las voces que guían y ve con su tiempo tanto como te sea posible. No cantes muy despacio. El arrastrar el tiempo es cosa natural en los vagos y ya es tiempo de que esa costumbre desaparezca de entre nosotros y de que cantemos todos nuestros himnos tal y como los cantábamos al principio.”

Así como en la introducción al tratado y en la primera directriz se habla sobre todo del culto y el lugar de la persona y la comunidad de fe, ahora el tema aterriza directamente en las cuestiones del canto, no en un sentido técnico ni de la calidad vocal, sino en la actitud del creyente que canta.
Se trata de sugerencias prácticas que colaboran con el horizonte mayor del sentido del culto: la comunión con Dios y la comunión con la comunidad de fe. La actitud personal en el canto se define a partir de estas dos premisas que Wesley anunciara en la introducción al tratado, manteniendo coherencia en el énfasis: en el culto se conjugan la presencia de Dios, la participación personal y la experiencia congregacional.

Para finalizar, llama la atención la frase “y de que cantemos todos nuestros himnos tal y como los cantábamos al principio.” Es claro que Wesley nota un enfriamiento o cierto mecanicismo en los cultos que denotan una pérdida de la actitud inicial en la experiencia de la fe.


Tercera entrega

Llegamos al final de las “Direcciones para el canto congregacional” que escribiera Juan Wesley para las congregaciones. En esta última, de las cinco directrices, el foco está puesta en la actitud con que se canta. El autor señala que el canto congregacional ha de ser espiritual.

“Sobre todo, canta espiritualmente. Piensa en Dios en cada palabra que cantes. Que tu intención sea complacerlo a él antes que a ti mismo o a cualquiera otra criatura. Para lograr esto, pon mucha atención en el sentido de lo que cantas y cuida de que tu corazón no se envuelva demasiado con la melodía, sino ofrécelo a Dios continuamente, para que tu canto sea tal que el Señor pueda aprobarlo aquí y tú puedas recibir tu recompensa cuando venga de su gloria en las nubes.”

Las recomendaciones expresadas en este consejo, apuntan a la razón misma de porqué cantamos en el culto: para Dios, junto a su pueblo. La finalidad es complacer al Señor. Inmediatamente, Wesley indica que es necesario poner “mucha atención” en el sentido de lo que se canta. La letra de un himno o cántico no es un adorno poético, es expresión de nuestra fe, es nuestra oración y compromiso.

Somos llamados a ofrecer continuamente ese canto a Dios. Recordándonos, de esta manera, el propósito del acto de cantar. Así como se corre el riesgo de ser envueltos “demasiado con la melodía”, también es verdad que alguna palabra u oración de la letra del himno puede disparar nuestra mente hacia otros rumbos.
Por detrás de estas recomendaciones está presente el cuidado de que nada desplace a Dios del centro de cuanto sucede durante el culto. Tarea ésta, a la que estamos llamados cada uno y mutuamente en toda circunstancia.

Cantar espiritualmente no significa desarraigarse o abstraerse individualmente de la comunidad en medio de la cual alabamos. Tampoco significa tomar distancia de la cotidianeidad ni de la realidad que nos rodea. Cantar espiritualmente es concentrarnos en buscar primeramente el Reino de Dios y su justicia.

A muchos llegó a preocupar la actitud de los metodistas al cantar su fe. El arzobispo de Canterbury en una carta de 1760, dice acerca de los metodistas: “Debe hacerse algo para asentar nuestra salmodia sobre mejores bases; los sectarios ganan multitud de adherentes a causa de su mejor canto.”

Claudio Pose

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