Del desamparo a la alegría del encuentro con el resucitado

“Al llegar la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, los discípulos se habían reunido con las puertas cerradas por miedo a las autoridades judías.
Jesús entró y, poniéndose en medio de los discípulos, los saludó diciendo:
–¡Paz a ustedes!
Dicho esto, les mostró las manos y el costado.
Y ellos se alegraron de ver al Señor.”
Juan 20:19-29
El martirio sufrido por Jesús–bajo el poder de las autoridades políticas romanas y las jerarquías religiosas judías–entrelazalas diferentes expresiones de la violencia que el poder acostumbra ejercer sobre los más vulnerables, y aquellas que se resisten al disciplinamiento del poder: escarnio público, torturas crueles, dolorosa ejecución pública en la cruz.
No es por nada que la comunidad de Jesús se encuentra encerrada y con las puertas atrancadas. Este encierro los protege pero al mismo tiempo los aísla y los asfixia. Protegidos de algún modo de la violencia adentro de la casa, padecen la incomunicación con el afuera que temen enfrentar.El miedo y el terror los paralizan por sobre toda esperanza.
La narrativa del evangelio nos ayuda a dimensionar que solo la presencia del amor hará posible la liberación de ese temor paralizante. La presencia del Resucitado va a quebrantar la parálisis de una comunidad escondida, atemorizada y sin ninguna audacia para expresarse en público a favor dequien fuera injustamente condenado. Parecía no solo el fin de la vida de Jesús, sino también el fin del caudal de esperanzas que su mensaje y su accionar habían levantado en esos miles y miles de seguidoras y seguidores en Galilea y Samaria, en Judá, en los pueblos sirofenicios y en la misma Jerusalén.
Sabemos que algunas mujeres –¡bien por esas mujeres!– y en particular María Magdalena, habían salido corriendo a contar la noticia de la resurrección a los discípulos, pero el testimonio estaba todavía atrancado, en esa comunidad del miedo y el terror paralizante. Es que sólo la presencia misma del resucitado puede dar seguridad y alegría y paz en medio de la oposición y hostilidad del reino de este mundo.
Mi querida hermana y hermano, efectivamente podemos convenir en que hay tiempos y eventos que parecen aniquilar todo rastro de esperanza. Volvemos entonces al relato del evangelio, y nos ubicamos en ese escenario del encuentro con Jesús que es la alegría, Jesús que él es el centro de la comunidad, Jesús fuente de vida y centro convergente de unidad.
Y ya que estamos en ese escenario, si bien toda la escena es muy profunda y provocativa, me gustaría que fijáramos nuestra atención en las manos del resucitado. ¿Qué significancia y relevancia tienen las manos del resucitado?
Las manos de Jesús no son las manos de un fantasma incorpóreo.Son manos llenas del Espíritu de vida. Las manos del crucificado son las mismas que las del resucitado. Son manos seguras que brindan seguridad a su comunidad, son las manos potentes y poderosas del Jesús que las defiende.Son las manos libres señales de su victoria sobre todo proyecto de muerte y opresión. Las manos del Resucitado partirán el pan, prepararán el desayuno, bendecirán y se dejarán tocar. Hay una experiencia de resurrección en las manos del Resucitado que debe ser descubierta, posibilitando que sus manos se desplieguen a través de las nuestras.
¿De qué manera la presencia de Jesús transforma los temores de la vida en alegría del encuentro? ¿Cómo se expresa en nuestras comunidades el aliento del Espíritu, que es capaz de hacer que el desierto florezca en el encuentro con el resucitado? ¿Cómo sus manos nos indican el camino en la misión?
Ciertamente que podemos sentirnos encerradas y temerosos como los discípulos.Ciertamente en estos días tenemos muchos motivos de amargura y de tristeza.Pero también es cierto que el encuentro con Jesús nos llena de esperanza y enciende nuestro amor. También es cierto que en nuestro desasosiego, la presencia de Jesús nos trae paz, nos renueva la vida y nos brinda el soplo tierno de ese Espíritu que hace nuevas todas las cosas.
¡Que el Espíritu derrame su ánimo entre nosotros y nosotras! ¡Que el Espíritu Santo siga animando la iglesia de Cristo!
Abrazo fraterno/sororal
Pastor Américo Jara Reyes
Obispo