Corazón templado, botas embarradas: el nacimiento del movimiento metodista

22 May 2020
en Archivo histórico, Quiénes Somos
Corazón templado, botas embarradas: el nacimiento del movimiento metodista

El nacimiento del movimiento metodista gira en torno a dos fechas, dos momentos, dos experiencias, inseparables y complementarias que le impondrán su marca a la forma de comprender el evangelio y de materializar la misión de la iglesia.

24 de mayo de 1738

Juan Wesley asistió a un servicio religioso de la sociedad morava en la calle Aldersgate, en Londres. Allí escuchó al coro cantar el Salmo 130:1-5. Después el predicador leyó una porción del Prefacio de Martín Lutero a los Romanos. Wesley describe en su diario dicho momento:

“Como a las nueve menos cuarto, mientras escuchaba la descripción del cambio que Dios opera en el corazón por la fe en Cristo, sentí arder mi corazón de una manera extraña. Sentí que confiaba en Cristo, y en Cristo solamente, para mi salvación. Y recibí la seguridad de que Él había borrado mis pecados y que me salvaba a mí de la ‘ley del pecado y de la muerte’. Me puse entonces a orar con todas mis fuerzas por aquellos que más me habían perseguido y ultrajado. Después di testimonio público ante todos los asistentes de lo que sentía por primera vez en mi corazón.”

Después de 13 años de su ordenación como pastor anglicano, después de haber predicado muchos sermones, algunos de ellos memorables como “La circuncisión del corazón” en el cual criticaba la religiosidad superficial que se vivía en los claustros de Oxford, Wesley es sacudido por una movilizadora experiencia espiritual. Sería equívoco hablar de una conversión, más bien Wesley recibe la convicción de “recibir poder de lo alto” el cual, como una brisa que ayuda a reavivar el fuego, lo empujará con inusitada fortaleza a la aventura de ser testigo de las Buenas Noticias de salvación, hasta lo último de la tierra.


2 de abril de 1739

La otra “experiencia fundadora”

Su amigo y antiguo compañero del “Club Santo” en la Universidad de Oxford, George Whitefield lo llama para que lo ayude en su tarea de predicación a los mineros de carbón de Bristol.

Whitefield acababa de Volver de América donde había desarrollado junto a Jonathan Edwards una profusa tarea evangelística. Al no encontrar espacio para él en las Iglesias de Londres partió a Bristol.  Alli comenzó a predicar al aire libre a los mineros de Kingswood. De doscientos oyentes al principio, pronto pasó a ser una multitud cercana a los diez mil mineros, lo cual superaba sus posibilidades. Whitefield llamó a Wesley por ayuda.

Bristol era escenario de una situación social muy conflictiva. Había estallado recientemente una gran protesta entre los mineros de carbón de la región, particularmente en Kingswood, cuando dos de sus líderes fueron arrestados. Las autoridades tuvieron que llamar a los soldados para asegurar a los prisioneros “frente a muchas mujeres que pedían su liberación en medio de una lluvia de piedras”.

Los disturbios en torno a Bristol fueron parte de un patrón mayor de disturbios provocado por los altos precios del maíz, los bajos salarios y la pobreza opresiva de la nueva clase de trabajadores urbanos. Los años 1739 y 1740, justo cuando estalló el Metodismo, fueron años especialmente duros y los mineros de Kingswood fueron uno de los sectores más perjudicados.

Whitefield llama a Wesley conociendo su tarea de predicador y su capacidad organizativa. Pero Wesley hasta el momento solo había predicado en Iglesias con servicios oficialmente permitidos (la iglesia anglicana prohibía a sus clérigos predicar en otras jurisdicciones o en lugares no reglamentados por los obispos). ¿Aceptaría Wesley esta invitación? Carlos no lo hizo. Pero Juan sí.

El diario de Wesley del 31 de Marzo dice:

Por la noche llegué a Bristol y me encontré con el Sr. Whitefield. Me costó al principio aceptar la extraña idea de predicar en los campos, al aire libre… habiendo sido toda mi vida (hasta hace muy poco) tan tenaz en cada punto relacionado con la decencia y el orden, que pensaba que era casi un pecado predicar fuera de una iglesia.

El domingo a la tarde habló en una pequeña sociedad sobre el Sermón de la montaña “un hermoso precedente de la predicación al aire libre, dijo, pero yo pensé en ese momento que eran iglesias”. El lunes siguiente, escribe en su diario:

A las cuatro de la tarde me decidí a “ser más vil” (2 Sam.6,22) y proclamé en los caminos las buenas nuevas de salvación, hablando, sobre una pequeña lomada en una zona cerca de la ciudad a cerca de tres mil personas. El texto bíblico sobre el que hablé fue este…”El Espíritu del Señor está sobre mí, me ha ungido para dar Buenas Nuevas a los pobres”.

El avivamiento metodista había comenzado. La experiencia de Aldersgate le permitió a Wesley atreverse a más, a romper los formalismos, a “ser más vil” a embarrarse en los caminos junto a los más “pequeños”.  Ambas experiencias se potenciaron para lograr el estallido metodista cuyo lema podría ser “corazones templados y botas embarradas”.

Desde el comienzo el metodismo fue un movimiento por y entre los pobres, aquellos a quienes los “caballeros” y “damas” contemplaban como simples partes de la maquinaria del naciente sistema industrial.  Los Wesley predicaban, las multitudes respondían, y el Metodismo como un movimiento de masas, había nacido.

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