Carta Pastoral de octubre
«Si el Espíritu de aquel que levantó a Jesús de entre los muertos vive en ustedes, el mismo que levantó a Cristo de entre los muertos también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de su Espíritu, que vive en ustedes.»
Carta a los Romanos 8:11, Nueva Versión Internacional
El Espíritu habita los cuerpos y hace habitable los espacios con una nueva luminosidad. Cuerpos diversos y contradictorios, bellos y frágiles, sanos y enfermos son visitados por el Espíritu de vida. Esta vida la llevamos en ollas de barro para mostrar que este tesoro tan grande viene de Dios y no de nosotros, como nos recuerda el Apóstol en una de sus cartas.[1]
Somos cuerpos y en él vivenciamos el dolor, la alegría y el disciplinamiento, el placer, el hambre y la sed; el cuerpo es nuestro ámbito de maldición o bendición. La teóloga brasileña Ivone Gebara afirma que “el cuerpo es el punto de partida de la teología.”
Es en nuestro cuerpo donde reproducimos el modelo de construcción social tantas veces piramidal y jerárquico, donde hay cuerpos que valen más que otros, donde algunos son menos valiosos, prescindibles o descartables.
La iglesia que hace misión vive en su cuerpo el poder del Espíritu de Dios que trae vida, ¡y vida en abundancia! Y al ser habitados por el Espíritu de Dios descubrimos un cuerpo muchas veces domesticado y castigado, con historias de libertad y de abrazo, de sufrimiento y de dolor.
La vida recibida del mismísimo Dios de Jesucristo provoca un acto de liberación en nosotros, haciendo posible habitar un nuevo tiempo y un nuevo proyecto de fe y de esperanza, de plenitud y alegría para estos cuerpos mortales.
Vivir en el poder del Espíritu, en el Espíritu de Jesús, es vivenciar una fuerza de vida que nos humaniza. De modo que la vida se hace placentera y llena de energía, haciéndonos sentir, pensar, actuar y hablar desde Dios y desde su proyecto: el reino se ha acercado, el Reino de Dios está entre nosotros,[2] entre nuestros cuerpos.
Vivir en conformidad con el Espíritu es descubrir en nosotros al Dios que realiza lo que la ley de preceptos y mandamientos no pudo realizar: dar nueva vida a nuestros cuerpos y hacerlo en abundancia. El Espíritu Santo sopla para que Cristo sea formado y conformado en los creyentes[3]. El Espíritu que habita en nosotros hace impotentes los propios deseos negativos de la existencia anterior, que tienden a la muerte.
Dios quiere renovarnos a su imagen –la imagen de un Dios santo y amoroso–, y esta renovación abarca nuestra comprensión de Dios y nuestra práctica de la fe, así como la realidad espiritual de la presencia transformadora de Dios en nuestras vidas. El resucitado transforma hasta lo más inalcanzable, llegando a ser nuestros cuerpos “ofrenda viva, santa y agradable a Dios”[4].
El Espíritu de Jesús hace posible “hacer de la interrupción un camino nuevo, hacer de la caída un paso de danza, del miedo, una escalera, del sueño, un puente, de la búsqueda…, un encuentro”.[5] ¡Sí, un encuentro con el Dios de la vida!
Hermandad y pueblo amado, afirmemos nuestras espaldas agobiadas, elevando al Señor corazones y cuerpos, declarando una vez más que lo mejor de todo es que Dios está con nosotros.
Abrazo fraterno/sororal.
Pastor Américo Jara Reyes
Obispo