Carta pastoral de Navidad
“Encontrarán a un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre”.
Lucas 2,10-12
Los textos que relatan el nacimiento son una fuente inagotable. A lo largo de la vida encontramos en ellos fuente de conversión y alimento para la caminata de fe como peregrinos por estas tierras. En esos relatos encontramos a Dios, pero también descubrimos nuestra propia humanidad.
El Dios infinito se encuentra allí en un pequeño niño. El llamado Todopoderoso se da cita en un recién nacido y la palabra se hace llanto. Un bebé desnudo en un pesebre es la expresión de Dios que se hace evidencia y presencia, no en la fuerza o la violencia, sino en quien requiere cuidado y asistencia.
Dios en el niño envuelto por pañales se hace rostro. Decide presentarse como el Otro haciéndose visible en esa cara que se convierte en una Epifanía y por ello podemos expresar alegremente ¡que nuestros ojos han visto al salvador! La gran revelación acontece y somos interpelados por ese Otro, que se hace rostro visible y palpable entre los otros y otras con quienes compartimos la peregrinación.
“Y la Palabra se hizo carne,
puso su tienda entre nosotros,
y hemos visto su Gloria…”[1]
El pensador lituano Emmanuel Levinas describe el rostro como vulnerabilidad e indigencia que, en sí, sin necesidad de añadir palabras explícitas, suplica al sujeto. Pero esta súplica es ya una exigencia de respuesta, y el rostro es así la fuente del despertar ético. Acoger el rostro conmueve las certezas y es una experiencia del infinito. Y esto va a avivar el sentido de responsabilidad infinita para con el otro. Asumimos sobre nosotros mismos el destino del otro y la otra, como vocación de santidad: la ética.
El que está envuelto en pañales nace en un pueblo sometido al poder imperial. No es de ciudadanía Romana, tampoco espera nadie su nacimiento en Roma. Pero es el Hijo de Dios hecho humanidad que trae la salvación para un mundo injusto.
¿Qué niño es este que al dormir en brazos de María
pastores velan, ángeles le cantan melodías?
Él es el Cristo, el Rey, pastores, ángeles cantad;
venid, venid a él, al hijo de María.[2]
¿Qué niño es este que nace como un excluido y pobre, sin lugar y sin poder, envuelto en pañales y en un pesebre?
En este pesebre comienza Dios su aventura entre los seres humanos. No le vamos a encontrar entre los poderosos, sino en los débiles. No habita en lo espectacular, sino en la necesidad y en lo pequeño.
Navidad nos recuerda que todavía no encontramos el verdadero rostro de humanidad, ya que esta humanidad sigue siendo cruel, egoísta, injusta e impiadosa ante quienes viven en los márgenes. Aunque al mismo tiempo nos alegramos con este Dios que se hizo niño para ser acogido y acunado con ternura infinita en el eternamente Otro.
Hermandad, vayamos a Belén, volvamos al origen de la fe. ¡Recuperemos al ser humano que habíamos perdido, al encontrarnos con el niño perdido, con el crucificado y resucitado! ¡Y busquemos a Dios donde realmente se ha encarnado!
Abrazo fraterno/sororal.
Pastor Américo Jara Reyes
Obispo