Aprender a contar bien nuestros días

30 Dic 2019
en Artículos CMEW
Aprender a contar bien nuestros días

Primera entrega

Este es el ruego del Salmo 90. Podemos deducir que tenemos alguna dificultad para aprender a “contar bien”, no se trata de un asunto de pericia matemática, ni tampoco es algo que se resuelva con un almanaque o una calculadora. “Aprender a contar bien nuestros días” es lo que nos permite alcanzar sabiduría en el corazón, eso dice el salmista.

La llegada de fin de año y la aproximación de uno nuevo nos plantea algunas cuestiones acerca del tiempo. Mientras tanto, la naturaleza por medio de los dos movimientos del planeta, nos permite una percepción del tiempo, es decir el día, la noche y las estaciones en cuatro ciclos. Esto sucede sin que nosotros podamos influir de modo alguno.

Pero existen otras maneras de medir el tiempo; por ejemplo, las Leyes de Murphy, con su característico y corrosivo humor sostienen: “La duración de un minuto depende del lado de la puerta del baño en que se encuentre” (Ley de Balance sobre la relatividad). Más allá del humor, hay una realidad en esa Ley de Murphy, existe un modo subjetivo de experimentar el tiempo. El tiempo de espera solemos percibirlo como muy lento y, por el contrario, los momentos de felicidad parecen ser breves, como si el tiempo transcurriese más rápido de lo habitual.

Sabemos que los relojes y los calendarios van al ritmo que la naturaleza ha establecido, pero nuestras percepciones del tiempo no siempre coinciden con la rotación y la traslación de la Tierra. En esa particular percepción que denominamos: duración subjetiva del tiempo, lo que se juega no es la cantidad sino la calidad de lo que acontece, el modo en que somos atravesados por los sucesos. Las emociones, los miedos, las sorpresas y las alegrías modifican, incluso a su antojo, la experiencia del tiempo.

Convencionalmente nuestra cultura ha aceptado que el fin de un año y el comienzo de otro es un tiempo “celebrable”, es decir, hay algo de fiesta allí. Se observa la transición como un ritual de pasaje entre lo que ha sido y lo que será.

En el año 1750 Carlos Wesley escribió un himno para el año nuevo, titulado: “Vengamos hoy de nuevo”. Transcribimos, a continuación, la primera estrofa:

“Vengamos hoy de nuevo
A continuar el viaje
Del giro de los años
Que nunca se detiene, hasta que el Cristo venga (…)”

Estas líneas merecen que nos detengamos un instante a pensar lo que Carlos Wesley sintetiza; las dos percepciones del tiempo que describimos más arriba, la objetiva y la subjetiva. La primera, que lleva la marca de la naturaleza, es descripta como “el giro de los años”. Pero a la vez, la poesía superpone la percepción subjetiva del tiempo: “vengamos hoy de nuevo”, pero “a continuar el viaje”. No se trata de un ciclo cerrado, mecánico y repetitivo, estamos en un viaje y al terminar un año hemos de continuar el periplo.

Al finalizar la estrofa, el musicalizador y poeta de la teología metodista, nos recuerda la linealidad del tiempo, no hay circularidad donde vivimos una y otra vez lo mismo. El tiempo “que nunca se detiene” al decir de Carlos Wesley, tiene una conclusión en la venida de Cristo. El principio y el fin, el alfa y la omega.

Es un buen momento para retomar el ruego del salmista: “Enséñanos a contar bien nuestros días para que nuestra mente alcance sabiduría” (Sal. 90:12 DHH), la traducción de Reina-Valera habla de “corazón” en lugar de “mente”, expresión que parece más ajustada a una comprensión total de la vida; no es sólo un ejercicio intelectual, pues la sabiduría impregna todo nuestro ser.

Aprender a contar bien nuestros días, podría ser un ejercicio entre las dos percepciones del tiempo, la objetiva y la subjetiva. El tiempo transcurre, el desafío parece ser, qué hacemos con ese tiempo que se mueve sin cesar. Carlos Wesley da a entender que el arte de vivir (aprender a contar bien nuestros días), se mueve entre la extensión del tiempo medible y la intensidad del tiempo subjetivo. En las próximas entregas compartiremos otras estrofas de este inspirado y bello himno metodista.

Agradecemos a la enorme comunidad de seguidores por este año compartido. Más de mil trescientas personas distribuidas en 36 países de cuatro continentes conforman la comunidad del Centro Metodista de Estudios Wesleyanos en Facebook.

Que sigamos aprendiendo juntos a contar bien nuestros días.

Segunda entrega

El tiempo posee almanaques y relojes, pero también, vivencias, relaciones, decisiones, placeres y desdichas. El Salmo 90 nos invita a sumarnos a su ruego: “Enséñanos a contar bien nuestros días”. Continuamos con el himno de Carlos Wesley “Vengamos hoy de nuevo”.

La segunda estrofa (la primera la compartimos en el posteo anterior) dice:

Su voluntad preciosa,
Gozosos realicemos,
Ampliando nuestros dones,
Con un amor activo y paciente.

En la primera estrofa, el trovador metodista, incursiona en, al menos, dos modos de percibir el tiempo. “Vengamos hoy de nuevo”, “continuar el viaje”, el “giro de los años”, son expresiones a través de las cuales Carlos Wesley describe el paso del tiempo y su linealidad. Pero también, la metáfora del viaje no se limita a describir un pasar (eso sería un pasajero), sino que el viaje implica transitar caminos y lugares, a la vez que interactuar con ellos. El tiempo, entonces, no es sólo un fluir de horas y minutos, sino también una experiencia por medio de la cual somos modificados.

En la estrofa que hoy tratamos, el fluir del tiempo deja su lugar a Cristo y su venida como un horizonte que da sentido a la vida del cristiano. Pero, a la vez, reclama una actitud y un accionar en la vida, de acuerdo al sentido que Cristo imprime en nuestras vidas.

Realizar la voluntad (de Dios) con gozo. Wesley, así, nos recuerda desde el comienzo de la estrofa una actitud ante la vida: no es la pesadumbre, ni el cumplimiento de un objetivo sin más. El gozo (que no es andar por la vida con una sonrisa dibujada en el rostro) es el producto de los tres dones que señala 1 Cor 13: la fe, la esperanza y el amor.

El gozo es consecuencia de los dones de Dios, por ello Carlos Wesley habla de ampliar los dones. Acogernos a todo aquello que Dios nos ofrece (nos regala). Es muy sugestivo y alentador este llamado que hace el himno: comenzar un año (el himno fue escrito con este motivo) y tener como propósito ampliar nuestra mirada y abrir el corazón a todo lo que Dios quiera darnos.

Estimado/a lector/a, si entre sus costumbres se encuentra la de plantearse algunas premisas al comenzar el año, apuntándolas en la agenda o en el almanaque hogareño, Carlos Wesley ofrece hoy una: disponernos a ampliar los dones. Abrir nuestra mente y corazón a lo que Dios nos está ofreciendo.

Pero, esta premisa sería apenas una ilusión o un buen deseo si no está acompañada de una firme convicción y un compromiso de nuestra parte. La estrofa del himno termina diciendo: “con un amor activo y paciente”. Somos llamados a poner algo de nuestra parte ante los regalos-dones que Dios nos brinda.

En primer lugar, Wesley afirma que nuestra respuesta al amor, ha de ser el amor. El autor parece consciente de que la palabra amor, es un sustantivo que necesita algunos adjetivos, porque quiere decir tantas cosas, ¡que corremos el riesgo de que no diga ninguna!

El primer adjetivo escogido es “activo”. De esta manera, se nos aclara el panorama: el amor recibido hace nacer un amor que se comparte con otras personas. Un amor que se hace, porque es actividad, es acto concreto. Del mismo modo que Dios lo hizo en Jesucristo.

El segundo adjetivo que elige Carlos Wesley para calificar el amor que responde al amor divino es “paciente”. Un amor que espera mientras actúa. Un amor que confía en medio de las incertidumbres del diario vivir. Este amor es paciente, porque somos apacentados por Dios mismo. Es oportuno recordar aquí las palabras del salmista: “En lugares de delicados pastos me hará descansar; junto a aguas de reposo me pastoreará.” (Sal 23: 2).

Carlos Wesley, por medio de las estrofas de este bello himno, nos invita a comenzar este año con la posibilidad de escoger unas premisas y unas actitudes que nos preparan a recibir lo mejor de Dios.

Continuará.

Tercera entrega

Continuamos con el análisis del himno “Vengamos hoy de nuevo” de Carlos Wesley, compuesto con motivo de la llegada de un nuevo año en 1750. En entregas anteriores vimos la primera y segunda estrofa. Ahora compartimos la tercera.

Nuestra vida es un sueño,
Y el tiempo, cual corriente
Que suave se desliza,
Y no hay fugaz momento que retenerse pueda.

La tercera estrofa, comienza con una afirmación que, seguramente, resonará en los oídos de cualquier lector de habla castellana. Parece tomado de la obra de Calderón de la Barca “La vida es sueño”, pieza teatral escrita por el autor en 1636.

Transcribimos la estrofa cuya frase coincide con la de Carlos Wesley, tomada del soliloquio de Segismundo, personaje principal de la pieza teatral.

¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.

La vida como un sueño es un tópico antiguo en la literatura, tanto religiosa como filosófica. En el caso de Calderón de la Barca, está relacionada con un tema que atraviesa su tiempo: los debates teológicos entre reformadores y contra-reformadores. El libre albedrío y la predestinación, sostenida por unos y otros.

No hay modo de saber si Carlos Wesley utiliza la expresión conociendo la obra del maestro del barroco español o la toma como parte de un asunto recurrente en mucha literatura desde tiempos antiguos. También el salmo 90 apela a la figura del sueño, en los versículos 4 y 5: “Porque mil años delante de tus ojos son como el día de ayer, que pasó, y como una de las vigilias de la noche. Los arrebatas como con torrente de aguas; son como sueño, como la hierba que crece en la mañana.”

Las otras líneas de la estrofa plantean el tiempo humano en un fluir vertiginoso: como una corriente que se desliza. Culmina, con cierto dramatismo, que la fugacidad del momento no puede retenerse. El himno provoca una tensión, casi angustiosa, que en las estrofas siguientes resolverá. Mientras tanto, se trata de una descripción del tiempo humano que no puede retenerse, que se escurre en su fugacidad.

Cuarta entrega

Seguimos con el himno “Vengamos hoy de nuevo” de Carlos Wesley escrito con motivo de la llegada de un nuevo año en 1750. La cuarta estrofa contrapone el tiempo humano y el tiempo divino, que finalmente confluyen en la obra de Cristo. Es destacable el modo en que la poesía del himno se mueve entre la reflexión teológica y filosófica sobre el tiempo, la condición humana y el amor de Dios.

La flecha ya está en vuelo,
Pasado está el momento,
El año milenario
Al encuentro nos sale; la eternidad ya es hoy.

Esta estrofa retoma el transcurrir del tiempo (“la flecha ya está en vuelo”) para llevarnos a otro tiempo, el oportuno. Este tiempo que el Nuevo Testamento denomina “Kairós” como un momento propicio para algo especial. El Kairós es el tiempo de Cristo que vino a nosotros. Carlos Wesley lo denomina “el año milenario” que viene a nuestro encuentro. Nótese que no dice que el fluir del tiempo humano nos lleva a Dios, sino que Dios viene a nosotros: “al encuentro nos sale”.

La estrofa culmina con una expresión paradójica: “la eternidad es hoy”. Lo eterno, aquello del tiempo a lo que el ser humano no tiene acceso, surge “hoy”, en este presente de nuestro tiempo humano. Lo divino y lo humano confluyen en Jesucristo. Este verso parece embebido del prólogo del evangelio de Juan (Jn 1:1-18): “La luz verdadera que alumbra a toda la humanidad venía a este mundo” (v. 9); “Aquel que es la Palabra se hizo hombre y vivió entre nosotros.” (v.14).

De esta manera el himno nos invita a vivir la eternidad en este hoy que nos toca transitar. Será un tránsito siempre en tensión entre “la flecha en vuelo” y “el año milenario”, pero, afirma Carlos Wesley: “la eternidad ya es hoy”. Concisa y bella descripción de nuestros días.

En la próxima semana nos detendremos en las dos últimas estrofas de este himno poco conocido del musicalizador y poeta de la teología del metodismo, Carlos Wesley.

Quinta entrega

Llegamos al final del recorrido por el himno “Vengamos hoy de nuevo”, compuesto por Carlos Wesley en 1750 con motivo de la llegada del año nuevo. Las estrofas quinta y sexta se refieren al final de nuestros días en esta vida y al final de los tiempos cuando Cristo vuelva.

¡Oh, que todos podamos,
En el día de su arribo,
Decir: “ya hemos peleado
La batalla y cumplido la labor que nos diste”!

Y que todos podamos
Recibir la palabra
Del Señor que nos diga:
“Bien buen siervo, has vencido, ven, siéntate en mi trono.”

El himno culmina con dos estrofas que funcionan en paralelo. El primer verso de cada estrofa es casi el mismo; en el segundo, se menciona la llegada de Cristo y el acto de recibir su palabra. En el tercer verso el paralelo se establece por el decir, en el primer caso, somos nosotros los que decimos; en el segundo es el Señor quien habla. Por último, en el cuarto verso, en ambos casos son citas bíblicas retocadas para la métrica.

A lo Largo del himno se desarrolla un concepto del tiempo humano, caracterizado por el fluir (no se repite, no es cíclico) y la linealidad (opuesto al concepto circular). El tiempo divino, lo eterno, es yuxtapuesto al tiempo humano, para destacar que es la obra de Cristo la que se convierte en puente entre las dos realidades del tiempo. De esta manera, la humanidad accede al tiempo divino, a la eternidad, tal como estas dos últimas estrofas se encargan de señalar.

La experiencia de terminar una etapa y comenzar otra, como en este caso, el final de un año y el comienzo de otro, es la oportunidad que utiliza Carlos Wesley para presentar la realidad humana frente al tiempo y el sentido de la vida y, por otro lado, lo que Dios nos ofrece en Jesucristo, permitiéndonos acceder a la vida abundante en la cual el tiempo se transforma, ya no es el fluir constante que marca nuestros días.

Luego de haber recorrido en detalle las estrofas de este himno, es necesario destacar algo que hemos repetido en muchas ocasiones: el extraordinario recurso de pedagogía popular del metodismo para transmitir complejos asuntos de la vida y la reflexión teológica por medio de la música y la poesía, cantada comunitariamente. Volvemos a comprobar la acertada afirmación de que “los metodistas cantan su teología”.

Claudio Pose para CMEW

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