Disfrutando la fe
Una mirada desde la ventana de la carta a los Filipenses
La carta a los Filipenses es la epístola más personal que Pablo escribió a una comunidad. El apóstol tiene un afecto entrañable por Filipos, la primera comunidad a la que dio vida en lo que siglos después sería Europa.
La ciudad de Filipos fue fundada en el año 358 aC por el rey Filipos, padre de Alejandro Magno, que dará comienzo al gran imperio Griego. Tres siglos más tarde, ya dominando el imperio romano, Filipos es una colonia militar romana. Distintas religiones y cultos mistéricos pululan en la ciudad.
Pablo llega a Filipos por el año 50 dC y encuentra allí una importante colonia judía, que tiene un lugar de oración fuera de la ciudad. Se convierte Lidia a la fe de Jesucristo, por la predicación de Pablo. Y ella, comerciante de telas, hospeda al equipo de misión en su casa. Esta comunidad acompañará la misión encarnada por Pablo con ofrendas permanentes. Todo un privilegio de la comunidad cristiana filipense, ya que Pablo nunca quería ser carga para nadie, y se ganaba el sustento con el trabajo de sus manos, haciendo tiendas para los viajeros.
Pablo escribe su carta estando en prisión, probablemente encarcelado en Éfeso, con un proceso incierto que no conocemos. ¿Tenemos entonces una carta sobre la experiencia desoladora de la prisión? Al revés, ¡es una carta que convoca y vuelve a convocar a la alegría! La fe en Cristo no se deja arrastrar por hechos penosos como la misma cautividad y una posible condena a muerte. La alegría por la fe y la redención en Jesucristo es más fuerte que todas las tribulaciones infringidas por el mundo.
Desde la cárcel, el apóstol de la gentilidad no se preocupa por sí mismo. Más bien se interesa por la buena marcha y el valiente testimonio de la comunidad en Filipos. Sus preocupaciones reiteradas son la unidad y la comunión, la alegría y la libertad en la fe. ¡Cómo no tener en cuenta la tremenda dimensión de la lucha personal de Pablo, a la espera del incierto desenlace de su proceso judicial! Pero Pablo no se deja llevar por el miedo y menos aún por el espanto, sino que se fortalece en la alegría y la confianza.
Los destinatarios de la epístola probablemente son mayormente mujeres, grandes y valerosas lideresas. Ellas, junto con otros líderes varones, como Clemente y el misterioso “amigo fiel” (4:3), están al frente de la comunidad cristiana en Filipos. Están angustiadas por la situación de Pablo en la prisión y realizan un gran esfuerzo para solidarizarse con Pablo económicamente. Hasta sufren la intimidación de parte de alguna gente del lugar que se opone al evangelio. Es probable que la hostilidad provenga también por su negativa a rendir culto al César.
Esta carta nos ayuda a fortalecernos en confianza y alegría, fuerzas mucho más fuertes que los desconsuelos y adversidades que enfrentemos, por más grandes que sean.
- Te invito que leas Filipenses 3:1.“Mientras tanto hermanos míos, estén alegres en el Señor. A mí no me cuesta nada escribir las mismas cosas, y a ustedes les da seguridad”.
Aquí resuena el motivo principal de la carta a los filipenses. Pablo no se cansa de exhortar a la alegría. Una alegría no fundamentada en un desenlace favorable a su proceso judicial ni solo en la amistad entrañable con la comunidad de fe, sino que tiene su fundamento en el Señor, en la nueva vida centrada en Jesucristo. Es saberse refugiado, sostenido por su amor. Un amor que impregna la vida transformando la existencia misma.
Fue Jesús mismo quien prometió que su alegría estaría en medio nuestro y no sería destruida por humores pasajeros, decepciones, tristezas o adversidades. Esta alegría nunca se agota, porque tiene su manantial en Dios. Es la “comunión en el evangelio desde el primer día hasta ahora” (1:5).
- Y aquí otro texto en Filipenses 4:4-5. Alégrense siempre en el Señor. Repito: ¡Alégrense! Que todos los conozcan a ustedes como personas bondadosas. El Señor está cerca…”
Pablo nos anima a fijar nuestra mirada en la fuente de nuestra fe, que es el Señor. Ciertamente no nos resulta muy fácil, porque en nosotros conviven tristeza y alegría, miedo y confianza, esperanza y desesperación, luces y sombras…Pero es aquí, en esta existencia contradictoria, es aquí donde tenemos el desafío de vivir en el espíritu de Cristo. Es aquella certeza y confesión de fe de Tomás en el evangelio de Juan: largo itinerario desde la humana desconfianza, hasta la plena confesión del arrodillado que humildemente exclama: “Señor mío y Dios mío”.
Pero Pablo no se conforma con convocar a los hermanos y hermanas filipenses a la alegría y al festejo. La alegría se manifestará en nuevos modos de comportamiento, reflejando bondad y amabilidad, hasta simpatía y encanto. Y ello depende de la cercanía del mismo Señor. No alcanza con que nosotros pasemos por el Señor. Se requiere que el Señor pase por nosotros. ¡¡Ser habitados por Jesús mismo!!
Pablo depende absolutamente de la gracia de Dios en medio de la hostilidad y la muerte. La fuerza que le ayuda a seguir bajo ese horizonte es el modo de vida de Jesucristo. ¡Y allí radica esta fortaleza, que no nos deja darnos nunca por vencidos!
La resurrección de Cristo es como una luz en el corazón de la fe cristiana. Misteriosa fuente de alegría que nuestro pensamiento nunca llegará a comprender en toda su dimensión. Al beber de esta fuente, cada uno puede “llevar en sí la alegría, porque sabemos que finalmente la resurrección tendrá la última palabra” según lo afirma el teólogo ortodoxo Olivier Clément.
Amada hermandad: que te inunde la alegría y la serena certeza de que la vida tiene sentido, que nace de la confianza de sabernos amados por Dios. Y por ello no le escapamos a los desafíos del presente tiempo, sino que somos aún más sensibles a los sufrimientos de los demás, y en ello abrazamos la vida.
…alegría…
Como la tierra
eres
necesaria.
Como el fuego
sustentas
los hogares.
Como el pan
eres pura.
Como el agua de un río
eres sonora.
Como una abeja
repartes miel volando.
Alegría…
Pablo Neruda, Oda a la alegría (extracto)
Abrazo fraterno/sororal
Pastor Américo Jara Reyes
Obispo