Recursos litúrgicos y pastorales – septiembre a noviembre 2021 – Pentecostés (Ciclo B)

02 Sep 2021
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Recursos litúrgicos y pastorales – septiembre a noviembre 2021 – Pentecostés (Ciclo B)

Septiembre a noviembre 2021 (Ciclo B)


LOS ELEMENTOS DEL CULTO: Predicación y Santa Cena

La proclamación “profética” de la palabra de Dios: la predicación

No podemos hacer aquí una historia de la predicación en el culto. Notemos solamente que el lugar y la importancia que se concede a la predicación cultual es quizás el barómetro más seguro para medir la voluntad de la fidelidad litúrgica de una iglesia. La atrofia o la hipertrofia homilética  –la historia de la Iglesia conoce las dos– son una señal de enfermedad, mientras que los períodos de salud en la vida eclesial son también períodos de gran seriedad homilética.

¿Cuál es la diferencia entre esta proclamación de la palabra y las demás? Es doble. La predicación es, en las manos de Dios, un medio fundamental para intervenir directa y proféticamente en la vida del pueblo de la Iglesia, consolando, rectificando, reformando, examinando…. La predicación tiene en el culto “un carácter histórico-concreto, libre y pneumático” (P. Brunner). Impide la petrificación de la palabra de Dios –en el allí y entonces de su cumplimiento en Cristo–, para reactualizarla en el aquí y ahora de la situación determinada, y demostrar así que las otras reactualizaciones, y en particular la eucaristía, no son ilusión, sino una realidad.

La segunda diferencia es que la predicación no es solo el signo de la libertad de Dios, sino también de la libertad humana. El culto es el momento en que el predicador o predicadora pueden testimoniar la verdad y la realidad de lo que las lecturas anteriores han dicho. Introduce así en el culto un elemento de testimonio. Uno de los misterios más profundos del amor de Dios es que si él se entrega a nosotros, es para entrar en nuestro interior y para invitarnos a que lo llevemos al mundo, tejido en nuestra carne.

La predicación de la palabra siempre tiene un fin sacramental, busca siempre un sacramento que la conformará y la sellará. Y si el sacramento necesita la proclamación de la palabra de Dios para evitar la autojustificación de cierto carácter mágico, también la predicación necesita el sacramento para evitar la autojustificación del intelectualismo de la charlatanería.

¿Es necesaria la predicación al culto cristiano? Lutero tenía razón al decir: “Donde no se predica la palabra de Dios, es preferible no cantar, ni leer, ni reunirse”. ¿Por qué esa necesidad? Brevemente, diremos que la predicación es necesaria al culto porque aún no se ha manifestado el Reino de Dios en todo su poder. En él no tendrá lugar la predicación.

Se podría decir que la liturgia, con la eucaristía, testimonia que la Iglesia participa en la historia de la salvación, mientras que la predicación testimonia que la Iglesia se introduce en el mundo gracias a dicha historia. La eucaristía afirma la presencia de la alegría del cielo y alimenta la esperanza. La predicación, por su parte, afirma la permanencia del eón presente, es una llamada a la fe y la alimenta. Así, cuando la predicación devora todo el culto, la Iglesia olvida que el reino se ha acercado: se encuentra, pues “desescatologizada”. Pero cuando la eucaristía devora todo el culto, la Iglesia olvida que el mundo dura aún, y queda “deshistorizada”.

La doble necesidad para el culto de la predicación y de la eucaristía es la señal más poderosa, quizás, de la situación dialéctica de la Iglesia: no es del mundo, por eso participa en el banquete celestial; pero está todavía en él, por eso tiene necesidad de las advertencias, enseñanzas, ánimos y consuelos de la predicación. Estas dos formas principales de la gracia atestiguan la tensión escatológica que vive la Iglesia en el culto. Si la eucaristía une la Iglesia con el futuro, la predicación lo hace con el presente. Por eso, la predicación no es solo necesaria, sino que  merece también el respeto y los cuidados más esmerados.

La santa cena

Antes no hemos ofrecido una teología de la palabra de Dios, y tampoco lo haremos ahora con la eucaristía o los sacramentos. Ello depende más de la teología sistemática que de la práctica.

Es posible distinguir tres aspectos interrelacionados e igualmente importantes en la celebración de la santa cena. Si se privilegia el aspecto memorial, se corre el peligro de inclinarse hacia una concepción principalmente sacrificial de la cena: esta puede celebrarse entonces sin que comulgue nadie más, fuera de la persona oficiante. Y si se privilegia solo el aspecto de la comunión, existe la amenaza de convertir la cena en una simple comida fraterna, un ágape, en la que los elementos sacramentales no tienen valor propio. Por último, si se quiere privilegiar solo el aspecto de la irrupción del futuro y de su gloria, se corre el peligro de no poder justificar la existencia de esos elementos que son el pan y el vino, y se corre por tanto el riesgo de disolver la vida sacramental en el silencio de los cuáqueros, en un éxtasis colectivo o en la mística

Veremos más adelante algunos temas prácticos de la celebración de la santa cena, como también una reflexión sobre los elementos de la cena, el pan y el vino. Aquí tenemos que tratar en qué medida la cena es un elemento del culto, hasta qué punto la celebración de la cena es necesaria o no, para que el culto de la Iglesia sea un culto cristiano. Hay que ver la historia eclesiástica para averiguar cómo se ha obedecido a la orden dada por Jesús en el momento de la institución de la cena: “Hagan esto en memoria mía”.

Se dice de los primeros cristianos y cristianas que “eran fieles en conservar la enseñanza de los apóstoles, en compartir lo que tenían; en reunirse para partir el pan y en la oración” (Hch 2.42). Esto quiere decir que ya entonces era una costumbre. Se refiere también, incidentalmente, que la comunidad de Tróade se había reunido el primer día de la semana “para partir el pan” (Hch 20.7), y según este texto, parece que existe un lazo automático entre “día del Señor” y “partir el pan”. En la primera carta a los corintios, nada deja suponer que las asamblea no fueran, como norma general, eucarísticas. Y por el contrario, el apóstol acusa a los corintios, en un contexto que habla de lo que sucede en sus reuniones, de haber corrompido la cena del Señor por la forma de celebrarla.

Hasta el siglo V era obvio que el conjunto de los creyentes participasen de la eucaristía cada domingo. Pero, por diversas razones, y en particular, por causa de un desequilibrio en el interior de la doctrina de la cena, la comunión de los fieles se hizo cada vez más rara. Este desequilibrio favorecía, sobre todo en occidente, el elemento “memorial” de la eucaristía con perjuicio de sus elementos de “comunión” y “escatológico”. En el siglo IX, la comunión se hizo anual, y esto amenazaba en convertirse en un abandono casi total, hasta tal punto que el concilio de Letrán exigió que los fieles comulgasen al menos una vez al año, en tiempo de pascua.

Esta fue la situación que encontraron los reformadores. Lutero mantuvo la eucaristía dominical, como también más tarde los anglicanos, y con ellos el movimiento metodista. Solo los reformados renunciaron a ello, por razones culturales, por necesidad de mostrar un culto diferente de la misa católica, o por un motivo psicológico, el de la renovación brusca de los ministros tras la ruptura con Roma, con el riesgo de hacerse pasar por usurpadores, ante comunidades que todavía mantenían algunas nostalgias romanas. Karl Barth, el gran teólogo reformado, se pregunta “¿cómo se ha podido comprender tan mal a sí misma la Iglesia reformada, que ha podido parecer que era una Iglesia sin sacramentos y hostil a ellos”?

¿Es necesaria la cena para que el culto de la Iglesia sea un culto cristiano? Intento dar tres respuestas. En primer lugar, simplemente, porque Cristo la instituyó y dio orden de celebrarla. Por tanto, es necesaria por simple obediencia. Su orden de llevar el evangelio al mundo no es un mandato litúrgico, sino apostólico.

Las otras dos razones son más teológicas. Al exponer el fundamento cristológico del culto hemos dicho que éste reflejaba las dos grandes etapas de la vida de Cristo: la de Galilea, centrada en la palabra, y la de Jerusalén, centrada en la cruz. La historia de Jesús lleva a la cruz. Sin ella, su ministerio profético y magisterial está vaciado de su verdadera sustancia. Pero este ministerio profético y magisterial es necesario también para su ministerio sacerdotal, no solo para hacerlo inteligible, sino para motivarlo y hacerlo posible.

Se puede decir que la cena es necesaria a la predicación, como la cruz lo es para el ministerio de Jesús. Este quedaría embotado, sin cabeza, y sería sectario y moralizante. Un culto sin cena es como un ministerio de Jesús sin viernes santo. Pero si la cena es necesaria para que el culto de la Iglesia sea verdaderamente cristiano, ¿da ésta algo más que la palabra? Ciertamente da algo distinto de la predicación, porque da el evangelio, y con él la vida. Pero también sucede algo más que en la proclamación de la palabra: la comunión existencial que Dios espera puede manifestarse, y el don de los fieles puede corresponder al don de Dios de forma visible creando un compromiso; además de ser una carga de fuerza y de bendiciones para enviarnos al mundo en nombre del Señor. Por eso es una “eucaristía”, donde nosotros, los fieles, estamos invitados a presentarnos delante de Dios para consagrarnos a él como sacrificio vivo y santo, para alabarle y bendecirle con el don de nosotros mismos.

La palabra, por tanto, no es suficiente para hacer del culto de la Iglesia un culto cristiano, sino que es preciso también que exista la cena además de todos los elementos que nos falta revisar: las oraciones, incluyendo las confesiones de fe y los himnos y cánticos, y los testimonios litúrgicos de la vida comunitaria. Esperamos presentar estos elementos en la próxima entrega, siguiendo a

Jean Jacques von Allmen, en El Culto Cristiano, Sígueme, Salamanca, 1968. Resumen y adaptación de GBH.

En el archivo encontrará

  • Orientaciones para la predicación
  • Orientaciones para la acción pastoral
  • Orientaciones para la liturgia del culto comunitario


Esta ha sido una nueva entrega de Recursos Litúrgicos y Pastorales, siguiendo el tiempo de PENTECOSTÉS, de Septiembre a Noviembre 2021, (Ciclo B). Reedición de 2017-2018 con nuevos materiales, incluyendo sugerencias de recursos musicales.

  • para hermanos y hermanas encargados del ministerio de la Palabra,
  • realizando trabajos pastorales en amplio sentido y con distintos grupos
  • y a encargados y encargadas de la liturgia del culto comunitario.

Cotejando el “Leccionario Común Revisado”, en ediciones de varias iglesias hermanas. Nos permitimos abreviar o extender algunos de los textos y proponemos también otras alternativas.

Este material circula en forma gratuita y solamente en ámbitos pastorales, dando crédito a todos los autores hasta donde los conocemos, valorando mucho su disponibilidad.

Agradecemos todos los materiales que hemos usado –ya disponibles en varias redes–, como aportes para estos “recursos”. Y especialmente agradecemos una buena cantidad de materiales litúrgicos enviados por la pastora Cristina Dinoto.

Las indicaciones de las fuentes musicales son:

  • CA – Cancionero Abierto, ISEDET.
  • CFCanto y Fe de América Latina, Igl. Evangélica del Río de la Plata.
  • HCN – Himnario Cántico Nuevo, Methopress.
  • MV – Mil Voces para Celebrar, himnario de las comunidades metodistas hispanas, USA.
  • Red Crearte, https://redcrearte.org.ar/
  • Red de Liturgia del CLAI: www.reddeliturgia.org
  • Red Selah: www.webselah.com

Y anotamos las versiones de la Biblia mayormente usadas:

  • DHH – Dios habla hoy, desde la tercera edición o Biblia de Estudio.
  • RV60 o RV95 o RVC – Reina-Valera o Reina-Valera Contemporánea
  • BJ – Biblia de Jerusalén –Desclée de Brouwer, Bélgica-España
  • NBI – Nueva Versión Internacional – Edit. Vida, USA
  • Libro del Pueblo de Dios – Verbo Divino, Argentina

Fraternalmente, Laura D’Angiola y Guido Bello, desde la congregación metodista de Temperley, Buenos Aires Sur.



En estos “Recursos” procuramos usar un lenguaje inclusivo. En nuestros textos optamos por palabras abarcativas e incluyentes. Casi siempre preferimos alternar el femenino y el masculino, en vez del “los/as”, los “otres” o l@s. Usamos “los seres humanos” o “la gente”, en vez de “los hombres”, etc. Pero siéntanse todos y todas en libertad: nunca haremos de esta inclusividad una herramienta de exclusión ni de condena…

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Septiembre a noviembre 2021 (Ciclo B)

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