Ser para las demás, ser para los demás

07 Jun 2021
en Episcopado
Ser para las demás, ser para los demás

“Tengan unos con otros la manera de pensar propia de quien está unido a Cristo Jesús, el cual:

Aunque existía con el mismo ser de Dios,
no se aferró a su igualdad con él,
sino que renunció a lo que era suyo
y tomó naturaleza de siervo.
Haciéndose como todos los hombres
y presentándose como un hombre cualquiera,
se humilló a sí mismo,
haciéndose obediente hasta la muerte,
hasta la muerte en la cruz.”

Carta a los Filipenses 2: 5-8

La Buena Noticia del Evangelio es que –en el rostro de Jesús–, Dios es servicio, gratuidad, donación, ternura y misericordia, en acción comprometida para todos y todas. La novedad y la alternativa que nos ofrece el Dios de Jesús es la del “abajamiento”, es la novedad y la alternativa de la “encarnación” hasta el extremo: “actuando como un hombre cualquiera se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y muerte de cruz”.

No hacemos ninguna exaltación ni legitimización de ninguna cruz como “deseada por Dios“, sino que, muy por el contrario, la denunciamos como Dios mismo la denuncia. Al asumir este lugar, anunciamos que el sufrimiento nunca es la palabra “última” en la historia, sino que el amor es lo que salva, libera y transforma, dando sentido y plenitud a la vida, aun en las circunstancias más oscuras, adversas o siniestras.

Hoy como ayer, la Buena Noticia interpela nuestras vidas, afirmando que el amor existe y es posible vivirlo hasta el fin. Desde nuestra misma debilidad y pecado es que podemos dejarnos enamorar por la libertad y compasión de Jesús hasta la locura –linda locura–, tal cual le sucediera a aquella mujer, que con un gesto de desprendimiento exagerado y amoroso le unge los pies con aquel exquisito perfume de nardo.

Søren Kierkegaard dice cómo afirman y ejercen su fe un cristiano o una cristiana: «Cuando se trata de un pecador, Dios no se queda simplemente plantado, para abrir sus brazos y decir: “ven acá”; no, al contrario, permanece en pie y espera, como esperaba el padre del hijo pródigo, o ni siquiera permanece en pie y espera, sino que se pone en camino para buscarle, como busca el pastor la oveja extraviada, como la mujer la dracma perdida. Él se pone en camino, o en realidad no se pone, porque ya ha caminado infinitamente más distancia que ningún pastor y ninguna mujer. Él ha caminado el camino infinitamente largo que va de ser Dios a hacerse hombre.»

Lo exquisito de este texto del teólogo danés estriba en que nos sitúa en la contradicción misma de la fe que profesamos, a saber, que Jesús ha transitado el extensísimo camino que va de ser Dios a hacerse humanidad.

El himno que la primitiva comunidad cristiana de Filipos cantaba, es recogido y utilizado por Pablo para delinear una identidad verdaderamente cristiana: una vida orientada hacia la humildad y la amistad, hacia la búsqueda activa y concreta del bien de la hermana y el hermano.

El teólogo Néstor Míguez, iluminando nuestra comprensión sobre la narrativa del himno, afirma que “…en esta ‘humildad’ que predica Pablo, no se trata simplemente de la modestia personal como virtud relacional, ni de la timidez que hace sonrojar ante el poderoso que avasalla, que se desanima ante el ambicioso que se impone; no es un consejo sabio de una ética individual. Es, en cambio, la experiencia mesiánica, por lo que es una experiencia de construcción colectiva, es el camino que lleva a la plena humanidad. La humanidad que se libera y construye desde las relaciones gratuitas, desde la entrega.”

El vaciamiento o abajamiento de Jesús es, por tanto, la realidad misteriosa de un Dios que es «Señor», pero que se comporta como «siervo» mediante una libre y consciente opción de vida. Este es el camino que cada discípulo y discípula tienen que recorrer para ser auténticamente siervos o siervas por amor a Cristo Jesús.

Lamentablemente en nuestra humanidad seguimos crucificando a Jesús y causando dolor a Dios con nuestras acciones y omisiones: cuando elegimos mirar en otra dirección ante la necesidad; cuando re-victimizamos a los que ya sufrieron las injusticias sociales; cuando pudiendo dar de nosotros en el acompañamiento a quienes viven en la vulnerabilidad no lo hacemos. Entonces nos convertimos en parte del problema y no de las soluciones; entonces no solamente causamos dolor a Dios, sino que lo crucificamos nuevamente. La iglesia, como movimiento de Jesús, solo es digna de fe cuando se empequeñece y sirve.

Querido hermano, querida hermana, te invito a que hagas tuya esta oración que nos propone Juan Arias, y que al decirla te reconforte como lo ha hecho conmigo[1]:

«Yo nunca creeré en un Dios que ame el dolor…, en un Dios que no necesita del ser humano…, en un Dios que juega a condenar…, en un Dios que manda al infierno…, en un Dios mudo e insensible en la historia ante los problemas de una humanidad que sufre…, en un Dios que le interesan las almas y no las personas…, en un Dios de los que creen que aman a Dios porque no aman a nadie…, en un Dios que causa el cáncer o la esterilidad a la mujer…, en un Dios que no tuviera un misterio que no fuera más grande que nosotros…, en un Dios que no fuese amor y que no supiera transformar en amor cuanto toca…, en un Dios que yo no pueda esperar contra toda esperanza… Sí, mi Dios es otro Dios».


Abrazo fraterno/sororal

Pastor Américo Jara Reyes
Obispo

[1] En El Dios en que no creo. Ed. Sígueme, Salamanca, 1978.
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