Recursos para la predicación

18 Dic 2020
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Recursos para la predicación
Recursos para la predicación 31 EneroEne 2021

Verde


Marcos 1.21-28

Jesús echa a un espíritu maligno (ver Lc 4.31-37; cf. Mt 7.28-29).

En una sinagoga de Capernaúm, los presentes estaban maravillados de la confianza con la que hablaba Jesús; él era muy diferente a los demás maestros y en sus palabras había una nota de autoridad. Las personas quedaban admiradas de lo que Jesús decía o hacía, pero esto no los llevaba necesariamente a la fe en él. Podríamos decir que entraba a sus cabezas, pero no bajaba al corazón. No solamente los adoradores en la sinagoga se dieron cuenta de la autoridad de Jesús; también se dio cuenta un hombre poseído por un espíritu inmundo.

Bien se ha dicho que existen dos peligros igualmente grandes al pensar en Satanás. El primero es ignorarlo, o procurar desacreditarlo científicamente. El segundo es concentrarse en él de una manera insana, en vez de concentrarse en el Espíritu Santo. Las personas del Occidente han tenido la tendencia de hacer lo primero, pero también puede ser que la experiencia de las guerras mundiales y el derrumbe de la sociedad están obligando a los psicólogos a volver a mirar más profundamente para hallar las causas del mal.

Puede ser que tratemos de explicar o anular las referencias en la Biblia de aquellos que están bajo el poder del enemigo diciendo que así era como hablaban las gentes en una edad no científica ante las enfermedades corporales o mentales. Por lo general, la Biblia restringe la “posesión demoníaca” a los casos donde existe alguna resistencia a Dios, por quien la sanidad podría ocurrir. Tenemos que tener mucha cautela de no usar la expresión demasiado amplia o livianamente, pero de igual manera no debemos rechazarla del todo.

En el comienzo del Evangelio de Marcos se ve a Jesús luchando en un conflicto con el enemigo y que ha de continuar a través de su ministerio. La Biblia aclara que hasta que Cristo no nos liberte estamos todos bajo el poder del enemigo en grado mayor o menor, al igual que los cristianos están en grado mayor o menor bajo el control del Espíritu Santo. En ocasiones hay quienes (como bien lo saben los cristianos del Tercer Mundo) están tan entregados al enemigo que puede decirse que están “poseídos”. Al otro extremo está la “llenura” del Espíritu Santo (Ef. 5.18).

El hombre de la sinagoga de Capernaúm reconoció de inmediato la autoridad de las enseñanzas de Jesús y reaccionó violentamente. Hemos de notar que en la Biblia el echar espíritus malignos no es algún rito de magia, requiriendo encantamientos y nombres (como en otras religiones), sino que es la presentación de las buenas nuevas de Jesús a la persona interesada. Este es el significado de echar demonios “en el nombre de Jesús”, no una mera repetición mecánica del nombre mismo.

Por eso la palabra “exorcismo” no es buena porque hace pensar en algún encantamiento. La única clase de exorcismo que es duradera es reemplazar al enemigo poniendo a Jesús en el centro de nuestras vidas. Algo menos que esto conducirá sólo a tener problemas mayores (Mt 12.45).

La interrupción violenta de aquel hombre en el v. 24 llegó en respuesta a la predicación de las buenas nuevas por Jesús en la sinagoga ese día. El enemigo en su interior reconoció de inmediato a Jesús como el Santo de Dios (que, por lo menos, era un título mesiánico, si no uno divino). Jesús no aceptaba tal testimonio forzado contra la voluntad del hombre; no era el testimonio del Espíritu Santo. De manera que reprendió y echó fuera al espíritu (25). Esta exhibición de poder asombró a los que lo presenciaron, que no eran seguidores. Es posible que el hombre mismo llegara a ser seguidor de Jesús después de su sanidad.

El testimonio del espíritu inmundo como el que hemos visto aquí está en marcado contraste con la confesión de Pedro (8.29), que de muchas maneras sirve de punto culminante de todo el Evangelio.


Predicación y milagros en Capernaúm

(Cf. Mt 4.13-17; 8.14-17; Lc 4.31-41) La reunión el sábado en la sinagoga, con su ritual de oraciones y lecciones de la Torá, seguidas de una instrucción, era una institución característica del judaísmo posterior al destierro. El jefe de la sinagoga tenía autoridad para invitar a un miembro de los presentes para explicar la lectura. Marcos llama la atención sobre la admiración de aquellos que oían hablar a Jesús, 1.27; 6.2; 11.18. Los oyentes se asombraban porque hablaba “como quien tiene autoridad”.

En la sinagoga ‘de ellos’ había un hombre con espíritu inmundo que lo increpa ¿Qué hay entre ti y nosotros?, un modismo hebreo que expresa disensión o protesta; cf. Mt 8.29; Mc 5.7; Lc 4.34; Jn. 2.4. La curación era una confirmación del “poder” que Jesús disfrutaba. “¿Qué es esto? Una doctrina nueva revestida de autoridad; manda incluso a los espíritus impuros y le obedecen”.

La autoridad no estaba sólo en la enseñanza, sino también en que se impone sobre “los demonios”. Su fama se extendía en toda Galilea. Los demonios y endemoniados conocían ahora que Jesús era el Mesías pero tienen un “mandato de guardar silencio”, segunda vez que aparece el Mesías escondido.


Para la homilía

A pesar de la sobreactuación de actuales “sanadores” como si estuvieran en la época de Jesús, sería adecuado señalar cómo actúan los espíritus inmundos actuales para los grandes males del presente, en los individuos, en la sociedad en su conjunto, en la política, en la economía y aún en la cultura. Es una ardua tarea para los predicadores descubrirlos.

Ricardo Pietrantonio (Iglesia Evangélica Luterana Unida, Argentina), Estudio Exegético-Homilético 70, ISEDET, enero de 2006, resumen.


Deuteronomio 18.15-20

¿Cómo puede conocer Israel la voluntad de Dios? Mediante el profeta levantado de entre ellos. Israel había prometido en Horeb (v 22-23) obedecer a Moisés cuando éste comunicaba la palabra de Dios, y había sido elogiado por ello. Dios ahora promete continuar con el testimonio profético, suscitando una serie de profetas que hablarían en su nombre.

Era natural que el testimonio cristiano viera en este pasaje una predicción de la venida de Cristo (ver Hch 3.22; 7.37), y tuvo razón, si ´pensamos que esta promesa fue cumplida muchas veces en Israel, pero su manifestación mayor e incomparable fue en Jesucristo. Cuando leemos, por ejemplo, en el cuarto evangelio (1.45): “Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la ley, y también los profetas”, puede ser una trefere3ncia a éste o algún otro pasaje particular, pero más bien al testimonio acumulativo el Antiguo Testamento.

Según la crónica deuteronomista recuerda, Israel se había comprometido a obedecer al profeta verdadero… ¡y además matar al falso! Un tratamiento demasiado duro para con aquellos que pueden estar equivocados en asuntos de religión, más allá de que la lealtad a la cual el Deuteronomio invitaba a Israel fuera justa: obediencia total al verdadero Dios y rechazo total de todo lo que es contrario a su voluntad. Pero en la vida no siempre es fácil, apreciar correctamente esta cuestión. Podemos aceptar esta división tajante entre la fidelidad al Dios de la vida, la justicia y la libertad, en contraposición a los dioses de la muerte, la injusticia y la opresión. Alguien más grande que el deuteronomista dijo: “ustedes no pueden servir a Dios y a las riquezas” (Mt 6.24).

El antiguo Israel debía obedecer a Dios y se jugaba en ello su misma existencia. Encontramos en Jeremías una esperanza confiada en que lo iban a escuchar, porque estaba anunciando la palabra de Dios (Jer 26.2-15), y además tenía la certeza de que si Israel no escuchaba sobrevendría el desastre. Algo parecido ocurre en el Nuevo Testamento: todos los anunciadores del evangelio son embajadores de Cristo (2 Cor 5.20), todos los cristianos son “colaboradores de Dios” (2 Corintios 6.1), y juntamente todos y todas deben escuchar y obedecer la verdad del evangelio (ver Gál 1.8).

Ya hemos visto antes, en Dt 13.1-5, que ninguna profecía puede ser cierta si socava la fe de Israel en el Dios viviente. Pero, ¿qué prueba positiva hay? En Jer 23.22 vemos otra prueba de efectividad, pero esta prueba no encara la interioridad total del problema de la verdadera profecía, porque si bien la palabra de Dios podrá probar en algún momento su poder de acción efectiva, puede ser que ello no suceda dentro de los límites del tiempo en que hemos de emitir el juicio.

Fue Jeremías quien profundizó en este problema, al tropezar en su propia experiencia con el no cumplimiento de profecías pronunciadas en obediencia a Dios. Por sus propias dificultades, Jeremías ha puesto definitivamente en claro en qué contexto se decidirá si una profecía es verdadera o no: en el contexto de la renovación y vitalidad moral del pueblo y en la realidad viviente de su comunión personal con Dios. Jeremías no solucionó el problema personalmente, porque la verdad no la posee el profeta mismo, sino que ésta se realiza en la edificación del pueblo de Dios, en la totalidad de su fe y en su realización histórica.

Sobre este pasaje del Deuteronomio, John Kinner comenta: “Los autores del Deuteronomio eran conscientes de los peligros que implicaba el libre ejercicio de la profecía; y en este intento de regularla y controlarla tenemos la primera intimación de la oposición radical entre el código escrito y la viva voz de la profecía, conflicto que conduciría finalmente a la extinción de la segunda.”

Esto es demasiado duro. Debemos recordar también que la ley no un “código legal” en el sentido moderno, sino una “ley predicada”, y que esta ley es una ley de promesas. El profeta, por supuesto, debe ser fiel al testimonio interior del Espíritu Santo dado a la Iglesia. Lamentablemente, a menudo hay conflicto entre el profeta individual y la Iglesia institucional, y en este conflicto la culpa la tiene a veces el uno, a veces la otra. Pero necesariamente al fin ambos se unirán, siendo justificada la fe del profeta por la renovación de la fe de toda la Iglesia.

Este mismo asunto aparece en el Nuevo Testamento. “Pongas a prueba los espíritus, para ver si son de Dios”, dice 1 Jn 4.1-6. El principio fundamental fue asentado por Pablo: “Nadie que hable por el Espíritu de Dios puede maldecir a Jesús; y nadie puede llamar ‘Señor’ a Jesús, si no es por el Espíritu Santo” (1 Cor 12.3). Charles H. Dodd relaciona 1 Jn 4.1-6 con Deut 13.1-5 y dice del judaísmo y del cristianismo: “Ambas religiones reconocen la libertad del Espíritu y ambas deben algo de su carácter esencial al ejercicio de esa libertad. Pero ambas necesariamente trazan una línea más allá de la cual tal libertad es restringida por las demandas de alguna verdad fundamental”.

H. Cunliffe-Jones en Deuteronomio, La Aurora y CUPSA, Bs As-México, 1960, pp 139-142, extracto y adaptación de GBH.


1 Corintios 8.1 13

Introducción general

1 Corintios es una carta. Como tal es imprescindible recordar que no se dedicará a realizar especulaciones teológicas sino más bien buscará responder a problemas concretos que surgen en una comunidad. Algunas inquietudes llegaron a Pablo a través de una carta, y otra fuente de información es un informe oral que le dan “los de Cloe” (1 Co 1.11) sobre la división existente en la congregación, y posiblemente los casos de inmoralidad sexual, 5.1.

Este modo de entender la lectura de 1 Corintios es importante ya que nos llevará a buscar no sólo la respuesta paulina sino los problemas detrás de la carta. Por otro lado hay que imaginar la lectura de la carta en medio de la comunidad. ¿Se hizo en una asamblea, en forma particular? Esto puede llevarnos a dinámicas litúrgicas nuevas en nuestros cultos.

Pablo en 1 Corintios va a marcar con fuerza la teología de la Cruz (1.17-18), por la cual no es el poder según el mundo el que determina actitudes y acciones sino la falta de poder (1.25), la elección de Dios de “lo que no es para reducir a la nada lo que es” (1.28).

Pablo es consciente que la predicación de la cruz es solamente entendida, aceptada y vivida por los creyentes. Pero nota, también, que dentro de la comunidad esta predicación de la cruz está siendo puesta en cuestión como la única necesaria para la salvación.


Repaso exegético: 1 Corintios 8.1-13.

Pablo responde a preguntas que se hacen en la comunidad. Concretamente en este caso se refieren a la comida de los alimentos sacrificado a los ídolos o demonios (cf. 10.18-23).

vs 1. Rápidamente Pablo cambiará el foco de la discusión llevándolo del problema de la comida a un concepto que se repite a lo largo del capítulo 8: el conocimiento. Y realiza a modo programático la oposición que luego llevará adelante la continuidad del relato: el conocimiento vs el amor. El efecto del conocimiento es el bien propio y el efecto del amor la construcción (social), es decir el bien común. Entonces podemos ver cómo para Pablo el amor se expresa en la acción que se realiza por construir comunidad.

En cuanto a los propietarios el conocimiento es de “todos” y esto es algo que en la comunidad no era dado por sentado. La palabra para conocimiento es “gnosis” y ya en este tiempo se podía percibir el florecimiento de “protognósticos” que afirmaban que algunos podían tener un conocimiento superior o “espiritual” mientras que la mayoría tenía un conocimiento natural. Por lo tanto que Pablo afirme que todos poseen gnosis es un desafío en sí a los problemas que surgían en este grupo de creyentes.

vs 7. Pero la afirmación del vs 1 se relativiza en este vs. Hay una gnosis que todos tienen y hay otra que no todos tienen. Esta afirmación de fe es central: el conocimiento que sirve es el que tiene el espíritu de los vs. 4-6: hay un Dios y un Señor. Esta confesión de fe es similar a la de Deuteronomio 6.4. Y esta confesión de fe no se está haciendo en cualquier lugar y en cualquier momento, la estaba realizando Pablo en medio de un imperio con muchos dioses y muchos señores, 1 Co 8.5.

Vs. 9-13: La afirmación de los vs 4-6 puede tener varias consecuencias prácticas, entre ellas obtener una libertad tal que permita comer la carne sacrificada a los ídolos puesto que éstos no tienen “realidad”. Pero aquí se volverá a la oposición que se estableció en el vs 1 (conocimiento – amor): el conocimiento me “permite” comer lo sacrificado a los ídolos, el cuidado del hermano débil, no. El conocimiento envanece, es decir me hace sentir solo en mis decisiones. El amor es algo relacional, construye comunidad, me hace cuidar al hermano débil en sus convicciones.


Posible esquema para la predicación

  1. Este es un texto que nos lleva pensar en las verdaderas consecuencias de nuestros actos. Pablo se niega a discutir solamente sobre comida ofrecida a los ídolos y el efecto sobre uno mismo. En cambio amplía las consecuencias ubicándolas en la comunidad. De modo que una de las posibles líneas de predicación sería revisar actitudes, acciones en nuestra comunidad y darles la visión amplia, es decir la que hace sentir sus efectos sobre la comunidad. Esto es más que importante en tiempos donde prevalece “lo que a mí me pasa” y no sobre la comunidad amplia.
  2. Otra posibilidad es trabajar el tema del conocimiento. Dentro de una comunidad se manejan o circulan una diversidad de conocimientos sobre una diversidad de situaciones. Sería importante buscar qué conocimientos (o saberes) están jugando en nuestra congregación a favor de su propio crecimiento y cuáles la están debilitando. De la misma forma sería útil revisar cuántos de estos saberes son tomados de afuera, de la cultura y cuántos responden a una convicción evangélica. Este tema de predicación tendría que enfatizar la oposición conocimiento-amor y sus implicancias prácticas.
Pablo Manuel Ferrer, biblista metodista argentino, en Estudios Exegético-Homiléticos 35, ISEDET, febrero de 2003, resumen y adaptación (en el repaso exegético, introducción).
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