¡Vive la vida sabrosa e iluminada! – Carta Pastoral de octubre
Ustedes son la sal de este mundo… Ustedes son la luz del mundo.”
Evangelio de Mateo 5: 13-14
Aunque la sal y la luz no tienen nada en común, coinciden en que ninguna de las dos es provechosa por sí misma. La sal sola no sirve, solo es útil para acompañar los alimentos. La luz no se puede ver, es absolutamente oscura hasta que tropieza con un objeto. Y entonces podemos ver los objetos que nos rodean porque la luz que se refleja en ellos llega hasta nuestros ojos. No somos absolutamente nada separadas o separados del resto de la gente. Nuestro existir solo tiene sentido en la medida que pase a formar parte de los demás, en un amor que sea eficaz y que se muestre en una práctica que exorciza el fatalismo y el desaliento.
Jesús constituye un pueblo de gente que ilumina, un pueblo de personas transformadas en luz. Personas que alumbran con generosidad y gratuitamente para que todos vean y vivan relaciones solidarias, tejiendo vínculos entre hombres y mujeres que buscan justicia y paz. No se trata de una lucha de la luz contra las tinieblas, sino de un alumbramiento de vida, es decir que todos puedan ver. ¡La luz de Jesús el Cristo es ofrecida como regalo generoso para todas y todos!
Me gusta el decir de Eugene Peterson, en su traducción libre del texto en el Evangelio de Mateo: “Mantén la casa abierta; sé generoso con tu vida. Al abrirte a los demás, incitarás a las personas a abrirse con Dios, este generoso Padre en el cielo”. ¡Así que vive la vida sabrosa e iluminada!
Ahora, si la luz tiene un sentido positivo, advirtamos que nosotros y nosotras, la comunidad, también podemos apagarla. Y la sal, si no está sazonando la vida, muestra nuestra existencia como inútil en cuanto a la misión de la Iglesia al mundo todo. No se trata de parecer luz y sal, sino de serlo. Luciérnagas en noche oscura y cerrada, somos convocados a que con humildad ofrezcamos un resquicio de luz o con una pizca de sal hagamos la diferencia en la desabrida comida del mundo. En esta línea nos inspira esta canción que solemos usar en nuestras liturgias:
“Parte tu pan donde hambre hay,
Habla con quien no puede hablar.
Canta con quien triste hoy está:
Abre a los solos tu hogar.”
Tomo prestadas las palabras de Xabier Pikaza, que nos ayudan en la reflexión:
‒ Ser como la sal… La tierra corre el riesgo de podrirse, porque no tiene sal o porque la tiene mala y excesiva (el Mar Muerto). La sal no vale para sí, sino para conservar y sazonar, para diluirse en el proceso de la vida de la tierra… No somos sal para nosotros mismos, para un grupo pequeño, sino sal para la tierra entera.
‒ Ser luz… Tampoco la luz vale en sí, sino para alumbrar a otros… El peligro de cierta iglesia ha sido petrificar la luz o, mejor dicho, confundiendo su oscuridad con luz, y queriendo imponerla sobre los demás…
Amada hermana, amado hermano, oramos pidiendo al Espíritu nos acompañe para amar y servir, y así nuestro pueblo reconozca la presencia de Dios y seamos sal y luz de la tierra. Y lo hacemos con los ojos puestos en Jesús, el autor y consumador de la fe.
Caminamos fortalecidos en prácticas de ojos abiertos, de corazones compasivos y de amor eficaz. Nunca tratamos de apagar, sino de iluminar; nunca de amargar, sino de dar gusto y sabor. Compartimos para todas y todos la palabra de Jesús, convocados a ser sal que mantiene la vida en la totalidad de la casa común y luz que hace amanecer días claros y llenos de sentido.
Abrazo fraterno/sororal
Pastor Américo Jara Reyes
Obispo