Mayordomos de nuestras posesiones
“Ahora bien, lo que se requiere de los mayordomos es que cada uno sea hallado fiel… Cada uno ponga al servicio de los demás el don que ha recibido, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios.” (Corintios 4:2; 1 Pedro 4:10)
Este segundo estudio nos lleva a pensar sobre el significado de ser buenos administradores de nuestras posesiones. En el estudio anterior vimos como la mayordomía sobre la creación está íntimamente ligada al tipo de mayordomía que ejercemos sobre nuestras posesiones. Gran parte de nuestra vida está ocupada en lo que podemos llamar la esfera económica: el trabajar, ganar, gastar, comprar, vender, y compartir. Para Wesley, la clave de la santificación de nuestra vida económica es la mayordomía.
Solemos escuchar la palabra “mayordomía del dinero” vinculada solamente con las ofrendas y a las necesidades económicas de la iglesia. Lo cual es cierto. Pero veremos que esto es solo una consecuencia, es el resultado final, es la visibilización de nuestra real comprensión y práctica de lo que significa ser administradores de los bienes de Dios en toda su extensión.
Como vemos en la Biblia y en la enseñanza de Wesley, la manera en cómo manejamos nuestras ofrendas y diezmos para la iglesia son solo el reflejo de cómo ejercemos la mayordomía sobre la totalidad de nuestras posesiones.
Jesús advirtió a sus seguidores que uno de los peligros más destructivos para la vida del cristiano era la manera de relacionarnos con la vida económica, recordando, además que “economía”, significa “saber cuidar la casa” y dentro de esa casa, el cuidado por los más vulnerables.
Dice por ejemplo: Ninguno puede servir a dos señores: porque o aborrecerá al uno y amarará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas. [Mt.6:24] Y explica esto diciendo: Por lo tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida que habéis de comer, o que habéis de beber, ni por vuestro cuerpo, que habéis de vestir. [Mt. 6:25]
En la parábola del sembrador, Jesús la explicaba de esta manera: Estos son lo que fueron sembrados entre espinos. Los que oyen la palabra, pero los afanes de este siglo y el engaño de las riquezas, y las codicias de otras cosas, entran y ahogan la palabra, y se hace infructuosa. [Marcos 4:19]. Uno de los peligros más graves para la vida cristiana son las trampas en la esfera económica.
Ser buenos mayordomos de lo que Dios pone en nuestras manos implica en primer lugar reconocer que todo lo que poseemos no es propio, sino de Dios: cuerpo (1 Cor.6,19-20), tiempo (Efesios 5, 16), capacidades (1Cor.12, 27-29) relaciones (Hechos 2, 46), naturaleza (Salmo 24, 1- 2) , dinero (Mateo 25, 14-30)
¿Cómo los usamos? ¿De qué manera nos relacionamos con ellos? ¿Nos sentimos dueños y propietarios o nos reconocemos administradores?
El concepto de mayordomía que surge del Nuevo Testamento, está vinculado con una infinidad de esferas de nuestra existencia, nuestro ser en sociedad y nuestra vinculación con la creación toda. Ciertamente podríamos afirmar que toda mayordomía fiel y responsable es sinónimo de justicia y una seria advertencia sobre el uso del dinero.
Mayordomía y el sentido de la propiedad
Juan Wesley nació en una época y en un lugar que fue el epicentro de la emergencia de la cultura capitalista. Por eso, a modo de antídoto para que el pueblo llamado metodista no cayera en el círculo vicioso de la ambición Wesley les decía: «El peligro no está en el dinero en sí, sino en cómo se utiliza. Puede usarse para mal y puede usarse para bien. … La mayor preocupación de todos los que temen a Dios es saber usar este talento. … Primero, … Gana todo lo que puedas. Aquí podemos hablar como los hijos de este siglo. La segunda regla de la prudencia cristiana es ésta: Guarda todo lo que puedas. No lo gastes para la gratificación personal. Pero lo más importante es la tercera regla, Da todo lo que puedas. El que posee el cielo y la tierra … te ha puesto en este mundo, no como propietario, sino como mayordomo”
El cristiano está llamado a una vida en conciencia de su gran responsabilidad de ser un administrador honesto, dedicado y fiel, porque por sus manos pasarán muchos bienes que deberán llegar a su objetivo: el de ser bendición para otros. Por ese motivo, aunque la ley civil sostenga el derecho a la propiedad individual, esta es un contrasentido desde el punto de vista de la ética económica evangélica. Una vez más los cristianos estamos urgidos a discernir la voluntad de Dios y a “ir más allá de las leyes de los hombres”, como sugiere Jesús en el Sermón del Monte dándole a la ley “su verdadero significado” (Mateo, 6, 17).
Sin duda Wesley cuestionó al sistema capitalista, aún sin conocerlo como tal, cuando rechaza uno de sus postulados centrales: el derecho a la propiedad privada, por considerarlo anti-evangélico: «Ya no hables de tus bienes, ni de tus frutos, sabiendo que no son tuyos, sino de Dios. Del Señor es la tierra y su plenitud. Él es el propietario del cielo y de la tierra.”
Notamos que en sus escritos Wesley plantea una tensión entre el derecho civil que protege la propiedad individual y el imperativo ético evangélico de superarla, esta tensión deberá ser resuelta mediante la práctica de la Gracia sobre la ley. “Oísteis a los antiguos, más yo os digo”. De esta manera, la Gracia y el amor deberán ser la nueva “base legal” que legitime un nuevo horizonte de sentido para la ética económica cristiana, un horizonte que debe empujar a ir más allá de lo que establece como “justo” la ley temporal:
“El mayordomo no está en libertad de usar como le plazca lo que se le ha puesto en sus manos… No tiene ningún derecho de disponer de nada de lo que tiene en sus manos, sino de acuerdo a la voluntad de su Señor…ya que no es el propietario de ninguna de esas cosas sino que otro se las ha confiado bajo condiciones expresas….(Obras Wesley: El buen mayordomo III, 240)
En este sentido la conciencia de mayordomía que debe poseer el cristiano no es una opción posible entre otras, sino es práctica de justicia, por lo tanto requisito de vida, prueba inequívoca de una fe puesta en obras. Así, mientras que la conciencia de lo privado lleva a la legitimación de la propiedad individual, la conciencia evangélica distributiva que promueve la mayordomía, lleva a la exigencia de una propiedad para el bien común. (Hechos 2, 32-35).
Mayordomía y redistribución evangélica de las riquezas
Para Jesús y así lo entiende también Wesley, la riqueza no es necesariamente abundancia de cosas sino todo aquello que sobra una vez que están cubiertas las necesidades básicas de la familia:
«Quien tenga suficiente para comer, vestimenta para cubrirse, y un lugar donde recostar la cabeza, y algo que le sobra, es rico. … ¿No están aumentando sus bienes, amontonando para sí tesoros en la tierra, en lugar de restaurárselo a Dios por medio de los pobres, no una cantidad fija, sino todo lo que puedes?» (Obras Wesley, El peligro de las Riquezas)
La riqueza es vista por el evangelio como el oponente de Dios (Mateo 6, 24) y su concentración lleva a perder de vista la voluntad de Dios (Mateo 6, 19-21). Es interesante que Wesley no reniega de ganar dinero, ni de ahorrarlo, pero su tercera regla es la clave que condiciona a las dos primeras: dar todo. Ganar y ahorrar, no para acumular, sino para transformarlo en herramienta útil en consonancia con la voluntad de Dios.
Esa es la diferencia entre los dos tipos de propiedad, una es para acumular privadamente, la otra está disponible para el bien común.
Una de las consecuencias prácticas del principio evangélico de propiedad para el bien común, es que este señala el triunfo de la distribución sobre la concentración, de la equidad sobre la desigualdad, el compartir sobre el poseer. La multiplicación de los panes y los peces es una muy buena metáfora de este principio en (Juan 6, 1-14). Este relato responde a la pregunta ¿Por qué distribuir?.. Porque hay otros que lo necesitan. Y lo que tienes en tus bolsas no es tuyo, sino que vino de la gracia y de la mano de Dios.
¿Y el derrame?
Ciertamente, tanto ayer como hoy hay quienes resisten esta idea, afirmando teorías que intentan probar que cuanto más se acreciente la acumulación extraordinaria en pocas manos, tarde o temprano esta hará caer migajas a “los de abajo”. Esta cínica teoría, hoy conocida como “teoría del derrame” fue sostenida una vez por un interlocutor de Wesley, como así él lo cuenta:
“Una vez tuve una conversación con un hombre ingenioso que había probado que era deber de todo hombre que pudiera hacerlo “vestirse de púrpura y lino fino” y “andar suntuosamente todos los días”, de esa manera él podría hacer mucho más, de lo que podría hacer “alimentando al hambriento y vistiendo al desnudo” Oh, la profundidad del entendimiento humano. ¿Qué no puede creer un hombre si lo desea? (Obras, Diarios, Enero 21, 1767)
Pero el evangelio es claro al respecto: el pecado de la acumulación solo se salda con la mayordomía de la distribución (Lucas 18, 18-30). Cuando esto no ocurre y el clamor del pobre no es escuchado y el dinero se acumula negándolo al que lo necesita, se comete un robo contra Dios y contra el pobre. También Wesley es muy claro al respecto. El consumo ostentoso de su época, como en la nuestra, el “poseer” como valor de identidad, la carrera consumista por mantenerse cerca o “pertenecer” a grupos sociales “prestigiosos”, son todos ellos pecados que revelan una absoluta ignorancia y desprecio por la voluntad de Dios y por nuestra responsabilidad como fieles administradores de sus bienes:
«Cada chelín gastado innecesariamente en vestimenta es, en efecto, robado a Dios y a los pobres. … Y todo lo que tienes en que has gastado más que su deber cristiano hubiera exigido, es la sangre de los pobres.», agrega Wesley.
Por eso la mayordomía cristiana es, hoy más que nunca, una visión evangélica de las relaciones económicas, en las que queda claro que la redistribución de las riquezas no es solo una cuestión de caridad, sino de justicia.
Como afirmaba Gregorio el Grande uno de los padres del pensamiento cristiano de los primeros siglos, quien fue muy claro a la hora de hablar de mayordomía: «Porque cuando compartimos los bienes con los pobres, no les damos de lo nuestro, sino les estamos entregando lo suyo; nosotros estamos saldando nuestra deuda de justicia, antes que haciendo obras de caridad»
La iglesia, hoy más que nunca, deberá reconocer el alcance profundo y determinante que conlleva poner en acción este imperativo bíblico, el cual es parte central de la vida cristiana y el corazón del Reino de Dios y su dinámica búsqueda de justicia.
Aplicación
Leemos más arriba:
Notamos que en sus escritos Wesley plantea una tensión entre el derecho civil que protege la propiedad individual y el imperativo ético evangélico de superarla, esta tensión deberá ser resuelta mediante la práctica de la Gracia sobre la ley.
¿De qué manera podemos superar esta tensión?
¿En qué antigua imagen bíblica del Éxodo se muestra claramente la condena de Dios sobre la acumulación? (Ayuda….. Éxodo 16, 15-21..)
¿Cuál te parece que es la razón para ese resultado tan negativo? ¿Qué enseñanza hay en esa figura?
¿Qué piensan de la frase citada de Gregorio el Grande?