Navidad: el rostro humano de Dios – Carta Pastoral de diciembre
«Él es el eterno Niño, el Dios que faltaba; el divino que sonríe y que juega; el niño tan humano que es divino».
F. Pessoa
Con el nacimiento de la Iglesia Imperial en el siglo IV surge también la cristianización de la fiesta romana al Sol Invictus. El emperador Constantino, gran estratega unificador del imperio, promueve el cambio de la fiesta que se conmemoraba del 22 al 25 de diciembre en honor al regreso del Dios sol después de varios días invernales de oscuridad. El nacimiento del solsticio romano se transformaba en metáfora del nacimiento de Jesús: “Sol de justicia que traerá salvación”.
La navidad nos informa que Dios se encarnó para ser Sol de justicia que nos traería salvación, para traernos alegría, esperanza, fe, paz, amor. Pero no debemos perder de vista el poder transformador de ese acontecimiento, para no quedar tan solo con el relato de lo sucedido.
“Cuando se manifestaron la bondad y el amor de Dios nuestro Salvador, él nos salvó, no por nuestras propias obras de justicia, sino por su misericordia”.
(Carta a Tito 3:4-5)
En estos tiempos de desencuentro y confusión, cuando los valores éticos y solidarios parecen juegos ingenuos, cuando el cristianismo es más entendido como adoración cultural o entronización mística, resulta clave fortalecer una vinculación auténtica con el rostro misericordioso de Dios en Jesús y su papel transformador de la vida.
El teólogo Suizo Hans Küng comenta sobre la NAVIDAD: “Se es cristiano cuando se apunta el compromiso humilde en favor del prójimo, a la solidaridad con los desheredados, a la lucha contra las estructuras injustas; disposiciones de gratitud, de libertad, de generosidad, de abnegación, de alegría, como también de indulgencia perdón y servicio…”
¡A vivenciar y experimentar la Navidad como fuerza liberadora para una misión en el mundo, con el Espíritu del Señor realidad presente aquí y ahora! ¡Abrir los brazos para acoger, proteger, promover e integrar! ¡Hospedar, que es abrazar, acoger, acompañar, hacer sentir a la otra y al otro que no está sola, que no está solo!
Recuerdo, al escribir, el breve relato del gran Eduardo Galeano, “Nochebuena”:
Fernando Silva dirige el hospital de niños, en Managua.
En vísperas de Navidad, se quedó trabajando hasta muy tarde. Ya estaban sonando los cohetes, y empezaban los fuegos artificiales a iluminar el cielo, cuando Fernando decidió marcharse. En su casa lo esperaban para festejar. Hizo una última recorrida por las salas, viendo si todo quedaba en orden, y en eso estaba cuando sintió que unos pasos lo seguían. Unos pasos de algodón: se volvió y descubrió que uno de los enfermitos le andaba detrás. En la penumbra, lo reconoció. Era un niño que estaba solo. Fernando reconoció su cara ya marcada por la muerte y esos ojos que pedían disculpas o quizá pedían permiso.
Fernando se acercó y el niño lo rozó con la mano:
–Decíle a… –susurró el niño–. Decíle a alguien, que yo estoy aquí.
De El libro de los abrazos.
Navidad es el misterio de Dios que se vuelve humano, demasiado humano. Se convierte en carne para habitar el nosotros vulnerable, piel y venas, sangre y respiración, pies descalzos y el corazón desnudo.
Todo niño quiere ser hombre.
Todo hombre quiere ser rey.
Todo rey quiere ser ‘dios’.
Solo Dios quiso ser niño.
Que haya alegría por la llegada de un Dios profundamente humano que decide acampar entre nosotros. Salgamos confiados a su encuentro y abrámonos confiados a su gracia.
¡En el rostro del niño la aurora de la humanidad!
Celebremos que Dios irrumpe en medio de la vida para nuestro bien.
Pastor Américo Jara Reyes
Obispo