Despenalización del aborto: ponencia del Obispo de la Iglesia Metodista Argentina
Américo Jara Reyes, pastor y obispo de la Iglesia Evangélica Metodista Argentina, en el Congreso de la Nación Argentina, acerca de la despenalización y legalización del aborto.
Palabras de nuestro obispo
Muy buenos días.
Agradezco la invitación y la posibilidad de compartir una mirada en relación a la despenalización del aborto, o interrupción voluntaria del embarazo, frente a este cuerpo de legisladores.
Represento a la Iglesia Metodista, quien lleva en la Argentina más de 180 años de activa presencia en la vida de nuestro país.
El movimiento Metodista nace en Inglaterra a mediados del siglo 18, en plena crisis civilizatoria, producida por la revolución industrial y sus consecuencias sociales: masas de marginados e invisibilizados en la sociedad inglesa. Surge como un movimiento renovador dentro del anglicanismo.
En 1836, la Iglesia Metodista Episcopal de Norteamérica llega a Buenos Aires y establece un pequeño trabajo misionero entre ciudadanos norteamericanos.
En 1880 el Metodismo desarrolla una participación muy activa durante la lucha por las leyes laicas, tales como la ley de matrimonio civil, de divorcio vincular, de educación laica, la creación del Registro Civil y la prosecución de la separación total entre la Iglesia y el Estado.
Durante la historia reciente debe destacarse que, bajo los obispados de Carlos Gattinoni (1969-1977), Federico Pagura (1977-1989) y Aldo Etchegoyen (1989-2001), la Iglesia Metodista desarrolló una tarea muy comprometida en relación a la denuncia nacional e internacional de las violaciones a los Derechos Humanos ejercidas por la dictadura cívico-militar instaurada en 1976, como así también la atención pastoral a las víctimas y sus familiares.
Los obispos, junto a muchos pastores Metodistas, estuvieron en los comienzos de las distintas organizaciones de defensa de los derechos humanos, tales como la Asamblea Permanente y el Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos. También los templos Metodistas en esa época estuvieron abiertos para las reuniones que los incipientes grupos de familiares de desaparecidos como Madres y Abuelas, se pudieran reunir y organizar.
“Pensar y dejar pensar”, ha sido y sigue siendo históricamente parte fundante de nuestra identidad como Metodistas.
Somos conscientes que en la intensidad del debate que nos atraviesa como sociedad se han dicho y emitido juicios, que debilitan de alguna manera el pluralismo, que ha de caracterizar la construcción de nuestra sociedad. Pido perdón a los colectivos de mujeres quienes han instalado el debate, si se han sentido de una u otra manera agraviadas por diversidad de argumentaciones.
En muchas ocasiones, la discusión de un tema se enreda de tal forma que es imprescindible volver al principio y preguntarse qué es lo que se está discutiendo.
Volver al principio es recordar que el punto de discusión es la “despenalización” del aborto. Es decir, la supresión del carácter penal asignado al mismo.
El aborto es una realidad determinante en nuestro país y también en otros. Su existencia es un hecho que no se puede ignorar y que aparece como una “necesidad” de orden público. Así lo han entendido numerosos países del primer mundo quienes optaron por su despenalización. Y también México, Uruguay y Cuba, quienes se han inclinado por brindar un marco de legalidad.
Nuestra mirada evangélica afirma que la vida toda es don de Dios y ello nos hace reticentes a apoyar el aborto. Pero también es cierto que respetamos el sentido sagrado de la vida y el buen vivir de la mujer, para quien un embarazo inaceptable puede ser devastador.
Entendemos que la vía penal no es la que resuelve la problemática que venimos discutiendo como sociedad y que padecen directamente las mujeres. Por el contrario, se requiere de un proyecto de apoyo a la mujer, el derecho a la información y formación sexual desde un abordaje multidisciplinario y multisectorial, dando respuesta a las diversas implicancias que posee la situación desde una mirada integral de la vida.
No hay solución al aborto penalizando a la mujer que lo practica y que deja de lado la responsabilidad del varón. El problema es, en definitiva, un problema de todos.
El aborto es una situación límite, que conlleva una decisión trágica, pues produce un daño difícil de reparar. Ninguna mujer aborta gustosamente, todas son expuestas a un daño psíquico, fisiológico y social. Afrontan un dilema ético, psicológico y la penalización empuja a una mayor clandestinidad, tantas veces riesgosa, en condiciones sin seguridad alguna, que puede terminar en la muerte. En todos los casos de mí no tan extenso pastorado, la realidad ha marcado que las situaciones de aborto han sido tomadas por la mujer sin el varón y con una profunda conmoción en su existencia.
Por ello es necesario fortalecer una adecuada educación sexual integral, planificación familiar e igualdad de género lo que contribuirá enormemente a dar una respuesta eficaz a la problemática que se debate.
Por otro lado hay que tomar conciencia de que el aborto se ha constituido en un verdadero comercio. Los sectores medios y altos de la sociedad pueden acceder a una atención clandestina segura, pero para muchísimas mujeres de limitados recursos terminan recurriendo a prácticas no profesionales y altamente inseguras atentando contra su propia vida.
Entendemos que el papel del Estado ha de ser legislando sobre la despenalización, para evitar también la muerte de las mujeres y garantizando condiciones de equidad económica, educativa y sanitaria para que el aborto no sea una opción. Ello atendiendo a que se inserta en una temática social mucho más profunda y grave como para tomar el tema del aborto como cuestión aislada.
Despenalizar el aborto para hacerlo seguro y gratuito no quiere decir que sea un acto fácil o sin consecuencias. Estaría enmarcado en las condiciones de ley y más allá de ello queda el hecho de que estamos ante una decisión que debe mensurarse “con temor y temblor”
Coincidimos con la Iglesia Metodista de Uruguay quien afirma en su declaración sobre salud reproductiva: “La Iglesia debe asumir una actitud profundamente pastoral, de amor, acompañamiento y apoyo frente a personas que en medio de una crisis de embarazo no buscado como de aquellas que optan dar término a su embarazo. Se puede estar contra el aborto, pero a la luz del Evangelio no se puede ser jueces de la mujer que en su vivencia, con complejidades profundas, llega a abortar.”