Carta Pastoral de abril
“Sean hospitalarios los unos para con los otros, sin murmuraciones”
Primera carta de Pedro 4:9
La palabra griega “hospitalidad” (philoxenon) no indica el amor por los extraños o extranjeros en sí mismos, sino poder disfrutar de la relación huésped/anfitrión. El placer de dar y recibir de quienes participan del intercambio se fortalece en la esperanza de que Dios mismo está en medio de la relación de hospitalidad.
Darse uno mismo al cuidado del pueblo de Dios significa compartir la vida del hogar con otros. Un hogar abierto es señal de un corazón abierto y de un espíritu amoroso. De alguna manera la hospitalidad está reñida con la xenofobia, el odio a la persona extranjera y al que es diferente.
Construir comunidades hospitalarias es un gran desafío en el presente tiempo, en un mundo violento, frío y calculador. Levantar comunidades que hospeden, que creen un espacio seguro y acogedor en donde descubrir la humanidad, la dignidad, la ternura y la alegría. Con ello creamos oportunidades para las relaciones es vital y por ello es resistir y no acomodarse al tiempo presente.
El tema de la hospitalidad resulta crucial para la vida de cualquier iglesia, pero con mucha frecuencia entra en crisis cuando la hospitalidad que profesamos requiere la inclusión de quienes son de afuera, extraños o diferentes.
Byung-Chul Han –en su ensayo “La expulsión de lo distinto”– afirma que
la política de lo bello es la política de la hospitalidad. La xenofobia es odio y es fea. Es la expresión de la falta de razón universal, un indicio de que la sociedad todavía se encuentra en un estado irreconciliado. El grado civilizatorio de una sociedad se puede medir justamente en función de su hospitalidad, es más, en función de su amabilidad. Reconciliación significa amabilidad.”
“No me diste agua para los pies…, no me diste el beso…, no ungiste mi cabeza con aceite” es lo que Jesús le va a reclamar a Simón el fariseo. Simón no se preocupa por hospedar ni por tratar amablemente al forastero que habita en Jesús. “Anduve como forastero, y me dieron alojamiento”, dirá Jesús agradeciendo por cada visitante recibido.
En la sociedad del miedo y del odio resulta urgente afirmar modelos de construcción que tengan que ver con hospedar al otro, ya que cuando este se extingue uno se ahoga en sí mismo.
No se puede construir el mundo sin la otra o el otro. El Jesús de los caminantes de Emaús nos anima a recibirnos, porque en ese encuentro vivimos la comunión más profunda y luminosa.
Pastor Américo Jara Reyes
Obispo