Mensaje de la XXV Asamblea General de la IEMA a las Congregaciones Metodistas de Argentina
Los miembros de la XXV Asamblea General de la IEMA, nos dirigimos a las Congregaciones y Comunidades de nuestro país, para hacerles llegar nuestro abrazo de comunión en la Gracia y la Paz de nuestro Señor Jesucristo.
En la certeza de que nos ha acompañado el Espíritu Santo, guiándonos en la elección de quienes nos presidirán e iluminándonos en la responsabilidad misionera que tenemos por delante, como Iglesia Metodista en Argentina.
Siendo parte de la tradición evangélica-protestante celebramos los 500 años de esa renovación espiritual y cultural que fue la Reforma. Cada vez que la Iglesia experimentó una genuina renovación fue sal y luz del mundo (Mateo 5:13-14), activa en su misión, transformando la sociedad y cultura de su tiempo.
Somos constantemente como pueblo de Dios renovados por el Espíritu, centrados en la gracia, don y experiencia clave del ministerio y de las buenas noticias de salvación de Jesús de Nazaret. La gracia de Dios nos asiste, justifica y libera gratuitamente de toda condena, nos impulsa a ser comunidades anunciadoras de un Evangelio que modifica la realidad que nos toca vivir. Nos permite ser y hacer discípulas y discípulos en Cristo para transformar el barrio, la ciudad, las provincias, el país y el mundo, anunciando el Reino de Dios. Damos gracias a Dios por la vida y testimonio de cada una de las comunidades presentes en nuestro país.
Somos una parte del pueblo de Dios llamado metodista que, en el mundo convoca más de 90 millones de personas que celebran y viven su fe, a la luz de la rica tradición wesleyana. Como Iglesia en Argentina hemos celebrado 180 años de presencia y compromiso con el Evangelio y nuestra sociedad, expresado en múltiples formas de testimonio y servicio. Y este año recordamos los 150 años de la primera predicación evangélica en castellano en nuestro país.
Nuestra Iglesia clama por un reavivamiento misionero que nos transforme en comunidades donde el evangelio sea comunicado con amor y firmeza, en verdad y en un lenguaje que el pueblo entienda. Pedimos en oración que el Señor reanime nuestras fuerzas y nos desafíe con su Palabra de amor, de justicia y de esperanza. Anhelamos que mueva nuestros corazones, pero no pedimos que Él haga lo que nos toca a nosotros hacer. Vivimos en un mundo y en una sociedad ávida de justicia y esperanza, donde la brecha entre pobres y ricos sigue creciendo, donde la violencia y la desigualdad cobra vidas cada día, donde el desprecio del otro niega la dignidad humana. Es urgente ofrecer esa Palabra, que hecha carne se entrega para que la vida abunde.
Que resuene entre nosotros la voz de los profetas, que llamaban a ser solidarios con los pobres y marginados; a denunciar las desigualdades, mentiras, exclusiones y violencias. Y a proclamar que sólo sobre la verdad y la justicia como gracia de Dios, es posible construir una sociedad íntegra y en la que cada persona sea respetada en su dignidad.
Como metodistas damos gracias a Dios por la Iglesia de la que formamos parte y siendo responsables por su presente y futuro. Uno de los postulados clave de la Reforma -y una deuda pendiente- es el sacerdocio universal de los creyentes. En la certeza que todos y cada uno, en solidaridad y cohesionadamente, debemos ofrecer nuestros dones y tiempo, nuestras ofrendas generosas, en definitiva nuestro amor vivo por la comunidad y la misión, nos animamos unos a otros:
“Así que, hermanos, yo les ruego, por las misericordias de Dios, que se presenten ustedes mismos como ofrenda viva, santa y agradable a Dios. ¡Así es como se debe adorar a Dios!” (Romanos 12:1)
¡Jesús es vida para descubrir y compartir!, por ello nos desafiamos a perseverar en la oración y comunión mutua, y en la diversidad de ministerios desde la evangelización, el discipulado y el servicio profético. A ser congregaciones vivas que impactan en las ciudades y en las zonas rurales, aportando a la paz, al cuidado del medio ambiente y la justicia, siendo “la sal de la tierra y la luz del mundo”.
Alentamos a todos a orar por nuestras comunidades que están con dificultades, a comprometernos conexionalmente en su renovación y crecimiento, y por aquellas que están en ese proceso, para que este Espíritu del Señor nos guíe, corrija y afirme en sus caminos. ¡ Dios está haciendo una gran obra y El nos llama: decidamos ser parte fundamental de la misma!
Que el Dios Trino, Señor de toda gracia nos renueve, guíe y aliente; en la certeza de que “el que comenzó en Uds. la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” Filipenses 1:6. Así sea.