Recursos para la predicación

08 Ago 2024
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Recursos para la predicación
Recursos para la predicación 18 AgostoAgo 2024

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En la entrega del domingo pasado presentamos una síntesis del comentario a Juan 6.41-59.

Juan 6.51 58 – Presentración de Darío Barolín

Los vs. 52-58 continúan el “diálogo” iniciado anteriormente pero ahora con un matiz de conflicto mayor entre los judíos. Mientras que en el v. 41 “murmuraban sobre” ahora “discuten entre sí”. Por cierto que Jesús es el destinatario de ambas acciones y aparece en ellas no como sujeto de diálogo sino como objeto, como tema de discusión.

En los distintos tramos de este discurso encontramos una profundización en el conflicto con los interlocutores pues a cada pregunta o discusión Jesús radicaliza su discurso. Jesús no se detuvo a contestar el planteo de los vs. 41-42 sino que va más allá. En los vs. 53-58 Jesús tampoco se detiene en lo planteado por sus interlocutores sino que va más allá. Si se escandalizaban porque Jesús habló de dar a comer su carne (v.52) ahora él incluye su sangre (v.53). Beber la sangre es impensable de acuerdo a la concepción de santidad y pureza del Antiguo Testamento.

El comer la carne y beber la sangre es sin duda para la comunidad cristiana una referencia a la práctica de la eucaristía. Más allá de las discusiones entre los exégetas de si esta porción corresponde a Juan o fue tarea de un editor posterior no podemos negar que aquí el discurso de Jesús encuentra un punto culminante. El capítulo 6 comenzaba con Jesús dando pan a la multitud (1-16) y el acto de comer fue transformado en un acto de creer (v.34) ahora el acto de creer se transforma nuevamente en un acto de comer (v.51 y acto de comer y beber en el v. 53).

Este movimiento del texto del comer pan > creer > comer carne y beber sangre repite los elementos de la tradición del éxodo (Números 11) pero de manera antitética. “La carne concedida a los israelitas se convierte en alimento de muerte a causa de su incredulidad ([Num. 16] v.33 y Salmo 78.30s). La carne de Jesús que recibe quien tiene fe, es fuente de vida (Jn 6.51,53ss).” El paralelismo entre creer y comer (v. 34 y 51; 40 y 54) se refuerzan mutuamente siendo así el creer y el comer y beber una práctica convergente y no excluyente. Ambos aspectos, el creer y el comer son la respuesta humana a Dios que no solamente da pan sino que se da como alimento para la humanidad.

Finalmente, a lo largo del capítulo 6 se han ido acumulando tradiciones e imágenes alrededor de la persona de Jesús que encuentran en él una plenitud de sentido. Así Jesús aparece como el nuevo Moisés alimentando a la multitud y cruzando el mar, Jesús mismo es el maná, es la sabiduría (Proverbios 9 y 31) y ahora la pascua, como memoria de la liberación de Egipto, nutrirá la eucaristía cristiana. Este proceso de relectura de las tradiciones conocidas a partir de la vida de Jesucristo no las anula sino que las enriquece siendo a su vez nutridas por aquellas. En el caso concreto del pasaje para este domingo, la pascua como memoria de liberación no puede estar ausente de la comprensión y el sentido de la santa cena o eucaristía.

Pensando en la predicación

Nuevamente vale la sugerencia pensar en los temas que han quedado fuera en los domingos anteriores y este domingo podrían ser retomados. Además de aquellos, sugerimos aquí algunos otros.

El aspecto eucarístico de esta sesión es sin duda el tema. ¿Cómo se vive en nuestras comunidades esta dimensión? ¿Cómo se relaciona y cómo se vive este creer y comer/beber?

En un mundo marcado por el tener y que sacrifica a muchos por el tener de pocos, ¿qué significa celebrar un Dios que se ha dado por nosotros? El darse de Jesús y el ofrecerse como alimento está enmarcado en una identificación de sí mismo como sabiduría. ¿Cuál es la sabiduría de Dios que se da? ¿Qué nos impide creer e ir a esa propuesta de darse? ¿Qué nos espera si es vamos y creemos?

Nuestras sociedades nos llaman al consumo como una manera de alcanzar la felicidad. Sin embargo esa felicidad es ilusa, esquiva. Al consumir le sigue insatisfacción que demanda más consumo y corremos así detrás de una mentira. ¿Qué significa para nosotros afirmar que Jesucristo es verdadera comida y bebida?

Darío Barolín, biblista valdense argentino en Estudio Exegético–Homilético 77 – Agosto de 2006, ISEDET, Buenos Aires, Argentina


Introducción a los libros de los Reyes – Presentación de Gerardo J Söding

¿“Reyes” o “Profetas”?

Los libros de los Reyes formaban en la Biblia hebrea un solo volumen, el cuarto de los Profetas anteriores, atribuido por la tradición judía al profeta Jeremías. La traducción griega lo dividió en dos libros, agregó ambos al de Samuel y llamó Libros de los Reinos I-IV al conjunto que hoy conocemos como 1-2 Samuel y 1-2 Reyes.

“Reyes” y “Profetas”; más allá de las personas a las que refieren, estos nombres se vuelven categorías simbólicas de diversos modos de comprender , proponer y transmitir la historia del pueblo de Dios, que incluye y supera a los reyes y a los profetas. Se trata de esta historia larga y compleja, que ha llegado a una crisis extrema con el pueblo del antiguo pacto en el destierro.

¿Quiénes hacen esta historia? Cuando decimos “Reyes” representamos la iniciativa y la responsabilidad humanas, el drama del amor y el ejercicio del poder en la vida pública, en las instituciones del Estado nacional y en las relaciones internacionales. Y cuando decimos “Profetas”, vemos que irrumpe la soberana libertad divina, el drama del amor de Yavé, gratuito y celoso, comprometido y exigente, aliado con su pueblo y Señor de todas las naciones.

La historia real vivida por los creyentes no puede prescindir de ninguno de sus protagonistas –humano y divino–; la historia narrada por creyentes tampoco podría hacerlo. Ha de ser un relato; debe dar cuenta de la historia; propondrá la mirada de la fe. En esta triple necesidad radica su afán, su riesgo y su esperanza.

Así lo ha mostrado ya la larga narrativa histórica que precede a los libros de los Re, pero en estos la cuestión se profundiza debido a una doble novedad: por una parte, el autor remite a documentación oficial que podía ser verificada (Anales de los reinos de Israel y de Judá); por otra parte, incorpora a su narración sucesos y personajes públicos más allá de los límites de Israel. Ambos aportes reclaman una fidelidad más atenta a la objetividad de lo acaecido y, a la vez, revelan una fe más honda en Yavé, quien conduce misteriosamente los caminos de Israel y de todos los pueblos.

El final de una larga historia

El relato de los libros de los Re cubre los acontecimientos desde el final del reinado de David (hacia el 970 aC) hasta el destierro a Babilonia con el rey Jeconías (562 aC, cf 2 Re 25.27); son más de cuatrocientos años de historia del pueblo de Israel, atravesados por una suerte de avatares, desde el esplendor glorioso hasta la ruina miserable. Ha de comprenderse como larga conclusión de toda la Historia deuteronomista, el conjunto que abarca los libros de Josué, Jueces, Samuel y Reyes, inspirada en la concepción teológica del libro del Deuteronomio.

El narrador de Re introduce a sus primeros personajes sin ninguna presentación –deben ser conocidos por el lector–, y remite en numerosas ocasiones a palabras o hechos narrados en los libros anteriores, en particular los de Samuel. Ya a esta altura del relato deuteronomista, ciertas expresiones repetidas delatan un estilo literario característico. Y al mismo tiempo, las realidades y los símbolos llegan a esta etapa matizados en su sentido y valor por las apariciones anteriores. Se merece, pues, una lectura en continuidad, sensible, inteligente y profunda.

Escrita por creyentes para creyentes

La certeza más firme de la fe del autor, la que enciende toda su pasión y condiciona todos sus juicios –elogiosos o condenatorios, con poca sutileza de matices–, es el monoteísmo, tal como se expresa en el credo del Deuteronomio: Escucha, Israel, Yavé nuestro Dios es el único Yavé. Amarás a Yavé tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas (Dt 6.4-5).

En consecuencia, el pecado más grave es la idolatría. No hay Dios fuera de Yavé; todos los demás, adorados y servidos como dioses por los otros pueblos, no son sino ídolos abominables. Y, sin embargo, seducen a Israel a lo largo de toda su historia, poniendo a prueba su amor y fidelidad. Israel es el pueblo de Yavé, el Dios que no admite rival ni componendas en su amor ardiente (cf Dt 4.24). En Re, la figura emblemática es Elías, el profeta de fuego, y la escena imborrable es el sacrificio en el monte Carmelo, con el desafío lanzado al pueblo entero: Si Yavé es Dios, síganlo; si Baal lo es, sigan a Baal (1 Re 18.21). El pueblo entero, por tanto, tiene la libertad y la responsabilidad que brotan de esta alianza fundacional.

Este primer artículo de la fe deuteronomista debe afrontar una seria dificultad en el mismo terreno de la fe de Israel en Yavé. Se trata de la institución de la monarquía, tal como lo había advertido el prólogo teológico (cf Dt 17.14-20) y el comienzo histórico (cf 1 Sm 8, donde el pueblo pide al profeta Samuel un rey). En efecto, la monarquía ha introducido una novedad no solo en el ámbito de las relaciones políticas, económicas, sociales y religiosas en el pueblo (o al menos en ciertos sectores), sino que, partir del rey David, está asociada a una promesa incondicional de Yavé: Tu casa y tu reino permanecerán para siempre… tu trono estará firme, eternamente (2 Sm 7.16).

No es de extrañar que esta “novedad” encontrara resistencia en amplios círculos de Israel, más vinculados a las antiguas tribus del Norte y a la tradición de grandes profetas que, precisamente en nombre de Yavé y solo Yavé –el aspecto más destacado de los profetas en 1-2 Re–, denuncian la injusticia social y exigen fidelidad a la alianza de Moisés. Este último aspecto, más destacado en los profetas “escritores” como Amós y Oseas, de ningún modo está ausente en Re (el caso de “la viña de Nabot” es ejemplar; cf 1 Re 21). Tampoco sorprende, en el otro extremo, que los círculos más cercanos a la corte de Jerusalén, vinculados a las tradiciones de las tribus del Sur, a la herencia de David y a la teología de Sión, se sintieran más seguros, cual privilegiados destinatarios de una posición garantizada por Yavé.

  • 1 Reyes 2.10-12; 3.1-14 – Presentación de Gerardo J Söding

Muerte de David. 2.10-12

El v 10 registra la muerte y sepultura de David con una fórmula que será habitual en adelante, durmió con sus padres. Fue sepultado en Jerusalén, la ciudad de David. Y el v 11 repite lo que había indicado el cronista, anticipando la duración del reinado de David.

Así llega a su fin la narración de la vida de uno de los protagonistas más fascinantes de toda la historia bíblica, el rey David. La misma escena final, tal como el relato la presenta, muestra las contradicciones de su figura, y atestigua una de las más significativas transformaciones de la tradición de la fe judía: del violento y vengativo jefe de banda –con lealtades cambiantes– que llegó el poder real de Judá y de Israel, hasta llegar al rey piadoso y leal, siervo de Yavé y modelo insuperable para muchas de las personas que lo admirarán.

Sin embargo, hasta el final de su vida se muestra vengativo, aunque ya no con sus propias manos sino encargando a otros su venganza (2.5-9).

El reino en poder de Salomón. 1 Re 3-11

El narrador deuteronomista ha ordenado con gran cuidado los materiales que presentan el reino salomónico. Utilizando sus fuentes con respeto y libertad, decide colocar en el centro un díptico formado por la construcción y dedicación del Templo (cps. 6-9). En torno a este núcleo literario, histórico y teológico se distribuyen, con simetría casi concéntrica, los relatos que perfilan a Salomón colmado de sabiduría, riquezas y prestigio internacional. La repetición de los temas crea un efecto acumulativo, que resalta más aún la decadencia final de un rey y un reino, tan lleno de bendiciones y promesas.

Valoración inicial de Salomón. 3.1-3

Esta breve sección ofrece una valoración inicial del reinado de Salomón y, por otra, anticipan realidades que serán decisivas más adelante.

Salomón amaba a Yavé (v 3) es una alabanza que no se repetirá para ninguno de los reyes de la dinastía davídica, y que marcará el contraste con su decadencia final: Salomón amó a muchas mujeres extranjeras (11.1). Este amor inicial de Salomón a Yavé debe compaginarse con los demás elementos; el cuadro general resultante muestra aprobación no exenta de ambigüedad.

El matrimonio de Salomón con la hija de Faraón sella, según costumbre de todas las monarquías, una alianza de Israel con Egipto, a la vez símbolo y realidad del poder político y tentación religiosa.

Las grandes construcciones: su casa (en primer lugar), la casa de Yavé, la muralla, sugieren poder, riqueza y seguridad, de nuevo ocasión de gloria y tentación.

Los altozanos o altares de los montes, término técnico para una instalación cultual, se piensa que eran  lugares abiertos con antiguos santuarios cananeos. El Templo (aún no construido) debía reemplazarlos, pero de hecho continuaron en vigencia hasta tal punto que la actitud de cada rey hacia ellos se convirtió en un criterio de juicio de fe sobre su reinado. Al inicio de su reinado, Salomón y el pueblo sacrifican a Yavé en dichos ligares. Algo tolerado por el momento, pero no libre del peligro de idolatría o sincretismo.

La petición que agradó a Yavé. 3.4-15

El conocido relato del sueño y la petición de Salomón muestra semejanzas de forma y contenido con muchos otros de las culturas de la época (sumerios, egipcios, griegos, etc). Sin embargo, el interés del texto bíblico es originas: se trata de la sabiduría concedida por Yavé a Salomón, quizá su rasgo más propio en el libro y en toda la tradición judía y hasta cristiana. Salomón es el (rey) sabio.

La narración comienza en Gabaón, donde Salomón ofrece mil holocaustos, en una ostentosa demostración pública de piedad regia. Pasa la noche en el santuario y Yavé se le comunica en un sueño, medio de revelación divina común en el mundo pagano y también en relatos bíblicos antiguos (cf Gn 28.12; 31.11). El sueño se desarrolla como un diálogo.

Dios (elohim, solo en los vs 5b y 11) invita al rey a pedir, sin límite. La petición de Salomón (vs 6-9) comienza con una afirmación muy importante que enlaza con el pasado: su ascensión al trono es obra del mismo Yavé, en virtud de la fidelidad de David (cf 2 Sm 7.12; 1 Re 1.48). En la situación presente, el rey se presenta con humildad casi afectada: soy un muchacho y no sé cómo salir ni entrar; como exagerada parece también la inmensidad del pueblo elegido. Así se fundamenta el pedido de un corazón oyente para juzgar, para discernir entre el bien y el mal. El corazón para el hombre bíblico es la sede de la con ciencia y de la voluntad (no de los sentimientos); “oyente” es la actitud fundamental del creyente del pueblo antiguo, como dice su oración (shemá; cf Dt 6.4); “juzgar” incluye tanto promulgar leyes justas como aplicarlas con  sentencias justas. Y esta era la principal función del rey.

El narrador interrumpe para valorar la petición de Salomón: agradó a Yavé (v 10).

Dios responde (vs 11-14) contraponiendo al pedido del rey una serie de bendiciones para su persona (larga vida, riquezas, vida de los enemigos) que Salomón no ha pedido; y muestra su generosidad sobreabundante: le concede lo que ha pedido en un grado insuperable y también lo que no ha pedido: riquezas y gloria únicas mientras viva, y larga vida a condición de su fidelidad a la Ley (cf Dt 30.20, notar aquí la doctrina de la retribución).

Salomón despierta y vuelve a la realidad: ¡Había sido un sueño!, es decir, una revelación. Entonces va a Jerusalén y sacrifica ante el arca de la alianza de Yavé y la fiesta se completa con un banquete para sus servidores.

La fuerza simbólica del relato se impone. La sabiduría que Yavé concede a Salomón es única; la justicia que de ella depende (y los dones que la acompañan) debe acercar a Yavé; el rey y el pueblo han de abandonar los altozanos para darle culto en Jerusalén y celebrar allí juntos.

Gerardo José Söding, biblista católico argentino, en Comentario Bíblico Latinoamericano, Verbo Divino, Navarra, España, 2005.


Salmos 111 y 112 – Presentación de E Cortese y S Pongutá

Los salmos 111 y 112 –originariamente aleluyáticos, del Hallel)– son llamados gemelos no solo por la estructura alfabética idéntica, con una letra del alfabeto hebreo para cada medio verso y para los últimos dos (111.10 y 112.10) hasta tres letras, pero también por el rebuscado paralelismo entre las cualidades de Dios en 111 con las del justo en 112. Por esto se deben considerar unidos.

El primero quiere ser un himno de acción de gracias. y el segundo, desde luego, no puede ser un himno: es el elogio clásico sapiencial del justo.

Paralelismos

Hasta donde es posible, se encuentran en el mismo verso correspondiente. Así, a la grandeza de las obras de Dios (111.2) corresponde el poder del justo y los suyos (112.2); al esplendor de la justicia divina (111.3) corresponde el honor y la justicia humana (112.3); a la misericordia y a la bondad amorosa de Dios (111.4) corresponde la humana (112.4); Dios da el alimento y es recordado (111.5), y también el hombre es generoso.

Desde luego, no se pueden hacer paralelismos de la alianza (111.5b) ni del juicio y las leyes (111.7s). A la redención obrada por Dios, indicativo de la liberación del exilio babilónico (11.9, con una segunda mención de la alianza) se hace corresponder un segundo indicativo de la justicia y misericordia del justo (112.9, con una segunda alusión a su justicia).

Teología ética

El grandioso mérito religioso de esta bella arquitectura estilística es el de enseñar que la ética y la bondad humana vienen de Dios y que hombres y mujeres en su esfuerzo por cultivarlas deben tratar de imitar a Dios, como lo enseña especialmente el Levítico 19: Ustedes deben ser santos porque yo, el Señor su Dios, soy santo.

El final del 111 y el comienzo del 112 hablan del temor de Yavé, pero después el 112 exalta sobre todo la misericordia y el amor al prójimo. La otra columna de la redacción sapiencial que delimita el Hallel, Salmo 119, desarrollará este discurso, pero concentrándose en los preceptos que se deben estudiar, vivir y hacer vivir.

Lectura cristiana

El amor de Dios y del prójimo fueron indicados por Jesús (pero también por los fariseos), en la culminación de su misión (Mt 22.34-40 y par.),. Es hermoso colocar estos dos salmos introductorios, sobre las dos orientaciones fundamentales de cristianos y cristianas, en el momento culminante de la pasión y la muerte de Jesús, quien poco después recitó el Hallel en la cena pascual. Pero también es justo emplearlos como examen de conciencia, como individuos y como iglesias.

Enzo Cortese y Silvestre Pongutá, biblistas católico y colombiano respectivamente, en Salmos, Comentario Bíblico Latinoamericano, Verbo Divino, Estella, España 2007.


Efesios 5.15-20 – Presentación de René Krüger

Introducción

Véase la breve introducción a Efesios en la reseña sobre el texto de esa misma carta del domingo 11 de junio 2021, por Iván Efraín Adame.

Ef 5.15-20 sirve de puente entre las exhortaciones precedentes y la tabla de deberes domésticos que sigue a continuación. En Ef 5.14, la resurrección es puesta en relación con un despertarse del sueño espiritual. Ahora se explica que esto significa llevar una vida en sabiduría y entendimiento de la voluntad de Dios. Esta vida nueva tiene un centro, que es el culto de la comunidad. A este centro se refieren los vs. 18-20. Esto no significa que la vida nueva se reduzca al culto, sino que el verdadero culto brinda orientación para la vida. La tabla de deberes domésticos que sigue a continuación “materializa” los efectos sociales de la vida cúltica.

Repaso exegético

Los tres primeros versículos hacen una propuesta de tono fundamental, mientras que los tres siguientes contienen indicaciones más bien concretas. Hay una correspondencia interesante entre los vs. 15 y 17. Necio se pone en paralelo con insensato y sabio con entendido. Ambos ejes tienen que ver con la realización de la vida (el andar o caminar), y no simplemente con posturas intelectuales o saberes acumulables. La sabiduría queda definida como comprensión de la voluntad del Señor.

El necio se ensalza a sí mismo, pero no conoce la verdad. El sabio, sin embargo, es aquel que se siente interpelado por Dios, permite que le toque el Evangelio y se deja transformar por la voluntad de su Señor. Aquí se expresa la esencia de la mentalidad bíblica, que es totalmente teocéntrica y a la vez práctica. La verdadera fe se relaciona estrechamente con la lucidez y el discernimiento de la voluntad divina (Ro 12.2), cuya consecuencia directa es la nueva vida. Una vez más se constata la interrelación de querigma y didajé, la proclamación aceptada con fe y la instrucción para la vida práctica.

En cuanto al aprovechamiento del tiempo, cabe destacar que el término griego para tiempo es kairós, no jronos. No se trata, pues, del devenir “cronometrable” e imparable de minutos, horas, días; sino del tiempo preciso, el momento especial, la circunstancia. No es que haya “poco tiempo”; sino que hay momentos precisos, coyunturas y ocasiones que se deben descubrir y aprovechar adecuadamente. Son espacios, diríamos hoy, para dar testimonio del Evangelio mediante actitudes y conductas concretas. La expresión aprovechar el momento también equivale a hacer buen uso del tiempo, hacer lo mejor del tiempo. Proviene de la apocalíptica, con cuya dimensión también se relaciona la indicación sobre los días malos. Es decir, incluso en esos días malos, las personas creyentes pueden vivir según la voluntad de Dios. La referencia al conocer la voluntad de Dios constituye el primer punto culminante del texto.

Los vs. 18-20 tienen una estructura trinitaria: Espíritu (v. 18), Señor (v. 19), Dios Padre (v. 20). Esta estructura evidencia que el desarrollo doctrinal posterior relacionado con la Trinidad tiene sus raíces en la liturgia.

En este contexto, puede parecer algo extraña la advertencia contra la embriaguez; pero con seguridad se trata de una amonestación contra ciertas prácticas religiosas en las que se empleaban efectivamente bebidas alcohólicas para lograr entusiasmo. Esto sucedía sobre todo en Asia Menor, donde la veneración de Dionisio había ejercido también su influencia sobre otros cultos. En el NT, hay diversas exhortaciones a evitar estas y otras prácticas típicas del paganismo (Ro 13.13; Ga 5.19-21; 1 Pe 4.3-4).

En lugar de la embriaguez de tinte religioso, el autor llama a ser llenos del Espíritu. Este llamado no se refiere a las llamadas experiencias carismáticas, sino con el correcto entendimiento de la voluntad divina y con la correcta orientación en el mundo, siempre desde una práctica comunitaria (Ef 4.3).

El v. 19 enumera varios elementos prácticamente sinónimos del verdadero culto, que no tienen nada que ver con la embriaguez cúltica, los sueños o trances del mundo pagano, sino que provienen del Espíritu Santo. Lo decisivo es la doble referencia que tienen estos elementos y que los contrapone al entusiasmo producido por la ingesta de alcohol: la referencia a Cristo y Dios Padre, y la referencia social y comunitaria (hablando entre vosotros).

Breve reflexión teológica

¿De dónde proviene nuestro entusiasmo? ¿Tenemos entusiasmo por algo? ¿Qué personas, qué cosas, qué ideas nos movilizan? Esto puede variar enormemente a lo largo de una vida. Cada etapa tiene sus móviles, cada fase tiene sus propias inspiraciones. Una persona incluso puede tener múltiples razones para sentirse movilizada.

El texto en cuestión nos propone un móvil central: conocer y vivir la voluntad de Dios. La epístola se dirige a cristianos y cristianas que ya han escuchado la proclamación del Evangelio y han dado sus primeros pasos en la fe. Luego de exponer una vez más el anuncio del Evangelio en forma de un “paquete doctrinal” (cap. 1-3), hace una serie de propuestas e indicaciones muy concretas para la vida diaria (cap. 4-6). Todas ellas son concreciones de la voluntad de Dios.

Estas exhortaciones se derivan del hecho fundamental de la salvación, obrada para nosotros por Dios en Cristo; y a su vez se vinculan estrechamente con el centro espiritual de la vida de toda comunidad: el culto.

El culto no se presenta como un fin en sí mismo, sino que es un punto focal que concentra dos perspectivas. Nos permite alimentar y renovar nuestra fe, viendo desde nuestra propia existencia lo que Dios hizo y hace por nosotros; y a la vez nos permite orientar nuestra vida desde la óptica de Dios.

Posible esquema para la predicación

  1. ¿Qué cosas nos entusiasman? ¿Qué centros o centro tiene nuestra vida?
  2. El autor de la carta a los Efesios nos propone un móvil decisivo: preocuparnos por conocer y vivir la voluntad de Dios.
  3. Alimentamos nuestra fe y crecemos en el conocimiento de la voluntad de Dios, participando con convicción y entusiasmo en el culto, que es el encuentro comunitario con nuestro Señor.
René Krüger, biblista luterano-reformado argentino (IERP), en Estudio Exegético-Homilético 5, ISEDET, Buenos Aires, agosto 2000.


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