Recursos litúrgicos y pastorales – Noviembre 2023 a febrero 2024
Noviembre a febrero 2024 (Ciclo B)
ADVIENTO, NAVIDAD, EPIFANÍA Y CUARESMA
EL LUGAR DEL CULTO: Testigo de la presencia de Cristo – Santificación del espacio
La Iglesia naciente, que por su misma naturaleza debía reunirse, tuvo siempre lugares donde se reunía “para partir el pan” (Hch 20.7). Sin duda, se trató de casas privadas, bastante numerosas en Jerusalén, donde la comunidad cristiana contó muy pronto con cinco mil miembros (Hch 4.4; cf 1.15; 2.41; 21.20). Por ejemplo, la casa de María, madre de Juan Marcos, en Jerusalén (Hch 12.12), la de Lidia en Filipos (Hch 16.15), etc. En la casa de esta María Jesús había instituido la Cena, se habría aparecido a la comunidad la tarde de pascua (Lc 24.33), y en la que habría acontecido el acontecimiento de pentecostés.
Esa costumbre de reunirse en casas privadas, a veces muy espaciosas, permaneció de modo general durante mucho tiempo, aunque en el año 138 el emperador Adriano permitió a los cristianos construir edificios de culto. Esos inmuebles fueron confiscados y devueltos a los obispos dos veces a lo largo del siglo tercero, y se trataba más bien de “casas de iglesias”, cubriendo varias necesidades de la comunidad: catequesis, servicio, vivienda pastoral, etc. Solo a partir del siglo IV, cuando el carácter “extranjero” de la Iglesia con relación al mundo comienza a esfumarse, al producirse un “mundo cristiano”, se empiezan a construir cada vez más edificios eclesiásticos destinados únicamente al culto.
Antes de seguir, puede valer la pena decir una palabra acerca de la denominación de estos lugares de culto. ¿Se trata de iglesias o de templos? Notamos que muy pronto se excluyó el término templo, para que prevaleciera el de iglesia, por estas razones:
En primer lugar porque la antigüedad cristiana repudió el término templo. Mientras judíos y paganos tienen templo, los cristianos no lo tienen, al menos alguno construido por manos de hombres. Un “templo” ensombrecería a Jesucristo, único templo universal de Dios, como dice Tertuliano. Un “templo”, además, comprometería el carácter sacramental de la asamblea litúrgica: en lo sucesivo no habrá ya en la tierra ningún templo, sino en el cielo, donde Cristo intercede en favor nuestro (cf Rm 8.34). Querer un templo en la tierra “es hacer bajar a Cristo” (Rm 10.6), es falsificar la situación escatológica de la Iglesia y hasta intentar meter al Señor en prisión.
Por todas estas razones se hará muy bien llamando iglesia al lugar de culto cristiano. Y por lo demás, el vocablo iglesia recuerda que lo importante es la reunión del pueblo de Dios para el culto, no el lugar donde se tiene la reunión.
Enumeremos ahora los elementos de este lugar de culto y veamos su disposición funcional, su sentido simbólico, etc.: hace falta que en un lugar de culto se pueda leer y predicar la palabra de Dios, que se puedan celebrar los sacramentos; y que los fieles puedan libremente realizar sus “liturgias” personales. Y reducido al mínimo, necesitamos un atril para la lectura de la palabra y para la dirección del culto, una mesa para la celebración de la cena, una fuente bautismal, un púlpito para la predicación y un órgano y otros instrumentos musicales.
El principio que guiará la disposición del lugar de culto no es la confesión que allí se reúne sino la doctrina del culto cristiano: afirmar que el culto es el lugar y el momento en que se recapitula la historia de la salvación, en que se desarrolla la epifanía de la Iglesia, en que el mundo encuentra su fin y su futuro. La recapitulación de la historia de la salvación exigirá emplazamientos precisos para hacer el memorial kerigmático y sacramental de esta historia, la epifanía de la Iglesia exigirá una traducción arquitectónica de la estructura de la Iglesia, y el carácter escatológico del culto exigirá la presencia de símbolos.
Comencemos por la traducción arquitectónica de la estructura de la Iglesia. Necesitaremos lo que clásicamente se llama el coro (lugar donde se realizará la liturgia del pastor o pastora, del director o directores del culto y de los diáconos que ayudarán con la cena, los bautismos, las ofrendas y algunas herramientas de visualización, y acompañarán a personas y grupos que pasarán al frente para alguna acción litúrgica o catequética); la nave (lugar donde se realizará la liturgia del conjunto del pueblo reunido) y eventualmente la galería (donde se realizará la liturgia de los músicos y animadores del canto).
En el pueblo evangélico se ha querido que el lugar del culto simbolice el hecho de que, donde dos o tres están reunidos en nombre de Cristo, él está en medio de ellos. Ello no atenta contra la centralidad de la palabra, si disminuyéramos la presencia del púlpito; ni la importancia fundamental de la comunión, si relegáramos la mesa. Lo importante es el cara a cara donde ministros-liturgos y pueblo y Dios reconstruyen en cada ocasión el acontecimiento del culto.
Cuando se dice coro y nave no se está marcando ningún lugar privilegiado ni más santo. Pastores, liturgos y diáconos no están más cerca del Señor, que el resto del pueblo. El ministerio no tiene ninguna prerrogativa en lo concerniente a la salvación.
El coro es fundamentalmente el lugar de donde viene la palabra leída y predicada. Para su lectura se utilizará un atril; para su predicación, un pequeño estrado o púlpito en el uso evangélico. Se podría justificar también una tribuna un tanto elevada por razones simbólicas, recordando que es necesario que la palabra descienda del cielo…, aunque es preferible que el predicador no se confunda con el que ascendió a los cielos.
Pero el coro es también el lugar donde Cristo invita a su mesa para darse a los suyos y donde los suyos se le ofrecen en sacrificio viviente y santo. La mesa santa se encontrará en el centro del coro, pidiendo que tenga espacio alrededor de sí. Y como es el lugar donde el pueblo cristiano se da a su Señor en respuesta a la autoconsagración de Cristo, es también el lugar donde se depositan las ofrendas recogidas entre los fieles y donde los liturgos dirigen la oración del pueblo.
Pasemos a la nave, donde se podrá oír y visualizar el conjunto del culto para participar plenamente en él, permitiendo que los fieles se desplacen con facilidad y contando con un pasillo central que permita la entrada y salida procesional de los liturgos. No hay que construir lugares de culto demasiado grandes: iglesias que reúnan comunidades en lugar de multitudes. Es preferible celebrar dos o tres cultos en determinados días que tener lugares desmesurados de culto. Finalmente, en el lugar de culto se ubicará un órgano y todos los instrumentos musicales necesarios para el canto congregacional, junto con los animadores del canto, no necesariamente coincidiendo con los directores de la liturgia.
Veamos ahora el tema del alcance simbólico de los lugares de culto. El símbolo posee, a causa de su referencia cristológica, una especie de carga del mundo venidero. Se impone que la iglesia mediante su simbolismo proteste, en cierta manera, contra este mundo que mata a Cristo y persigue a la iglesia. La utilidad de un símbolo es la de “traducir” el amor y la victoria de Cristo, es transparentar la realidad de la salvación de un modo comprensible. Pero cuidado con la autojustificación de los símbolos; hay que protegerlos contra ellos mismos al estilizarlos, y cuidando también de reducir su número.
Si la Iglesia no ama la mentira, tampoco ama las tinieblas. El lugar de culto debe ser un lugar de luz o, más bien, un sitio que demuestre que se lucha allí contra las tinieblas. Cada iglesia puede tener un candelero, o se podrán usar cirios. Simbolizarán a la vez la luz del mundo, la llama de pentecostés, la vida de la iglesia congregada.
Cercano al simbolismo de las luces está el de los colores. Se tendrá el blanco como color litúrgico de fondo obligado. El blanco, o tal vez el amarillo oro, para las grandes fiestas de Cristo: de navidad a epifanía y de pascua a la víspera de pentecostés. El violeta para el tiempo que prepara las grandes fiestas: durante los cuatro domingos de adviento y los de cuaresma. El rojo para pentecostés y el verde para el tiempo que va desde la epifanía a cuaresma y desde trinidad a adviento. Pero debemos evitar toda sobrecarga barroca del año eclesiástico.
En cuanto al simbolismo de las vestiduras, podemos decir que nos alegramos en el mundo de la resurrección, no como Judas que pensaba que era una pérdida de tiempo y de dinero consagrar a Jesús una cosa tan inútil, gratuita y fútil como el perfume. Pero el NT es muy poco expresivo al respecto: si conoce el simbolismo de la vestidura, en particular de las llevadas por Cristo (Jn 19.23; Ap 1.13), si anuncia que los rescatados en el reino serán revestidos de blanco (Ap 3.4s, 4.4; 6.11; 7.9, 13, 14, etc.), sin embargo, no permite sospechar que los ministros de la iglesia primitiva hayan llevado un vestido litúrgico particular para celebrar el culto.
Hay que admitir que en la iglesia cristiana se comenzó con celebraciones del culto con vestiduras civiles tan nobles como fuera posible, como protesta contra las vestiduras sacerdotales judías y paganas; en el siglo XVI reformado, como protesta contra las vestiduras litúrgicas del clero occidental, y en el siglo XIX, protesta pietista y revivalista contra la toga de los pastores reformados. Esta vestidura primitivamente civil, una vez pasada de moda, fue mantenida como vestidura litúrgica, se “sacralizó” y adquirió ciertos poderes simbólicos. Así, dentro de cien años nuestro saco y corbata se habrán convertido en vestidura litúrgica.
Podemos optar por vestiduras litúrgicas que tienen la ventaja de hacer desparecer la individualidad detrás de la función, escogiéndolas con una intención de simbolismo sencillo y preciso. Luteranos y anglicanos mantienen una vestidura especial para sus pastores y pastoras, con toga negra o usando los colores estacionales. La estola con los colores litúrgicos significa el yugo de Cristo que viene, sufre y muere; de Cristo que se encarna y resucita, que envía el Espíritu Santo; de Cristo que reina y conduce a su Iglesia. Estola y cuello clerical son los únicos elementos de “vestidura” que recién empiezan a usarse en el metodismo latinoamericano, con reticencias.
Por último, también tienen que “vestirse” la mesa santa, el atril y el púlpito. Para que la mesa santa permanezca mesa lo más posible, y no altar, se cubrirá con un gran mantel blanco que caiga a los lados, a lo largo del cual se podrá extender, colgando por delante y por detrás y con un largo proporcionado a la mesa, un tejido de color amarillo o blanco, rojo, violeta y verde, siguiendo el tiempo del año litúrgico.
En cuanto a las actitudes, solo rescatamos en este resumen el buen simbolismo de levantarse para la lectura del evangelio. Cuando el Señor habla, no se permanece sentado. En cuanto al incienso o los perfumes, solo habría que utilizarlo según las alusiones apocalípticas, es decir en cuanto símbolo de las oraciones, y renunciar a la “inciensación” de los personajes y de las cosas para exaltarlos según los ceremoniales profanos antiguos.
¿Legitimidad o ilegitimidad de las imágenes en el lugar del culto? Desde la enseñanza totalmente iconoclasta de nuestros padres reformados, Calvino advertía contra la imaginería romana ante la imposibilidad de representar a Dios Padre, y decía que “la existencia de imágenes en un iglesia es un incentivo para la idolatría”. Pero las imágenes no siempre se viven en relación con la idolatría. De hecho, tenemos imágenes en nuestros vitraux, en escenas bíblicas en algunos templos y cada vez más en distintas expresiones audiovisuales.
La persona moderna, absolutamente intoxicada de imágenes que le vienen, en particular, de la publicidad, tiene necesidad de purificación, de descanso, de encontrar lo que recapitula, justifica, perdona las cosas. Podemos valorar las imágenes litúrgicas como ayudas en esta catarsis. Sin idolatría de imágenes, incluyendo las “imaginaciones” idolátricas del dinero y el poder y la gloria, podemos valorar las imágenes de Dios en el ser humano –creado a imagen y semejanza de Dios-, en la naturaleza y en la creatividad humana, como motivos de alabanza y gratitud, en el templo de nuestros cuerpos y en “los cielos (que) proclaman la gloria de Dios” (Sal 19.1).
Finalmente veamos el tema de “la santificación del espacio”. Así como el culto y el año litúrgico santifican el tiempo, es decir, lo reivindican para Cristo y lo consagran a él, así también un lugar de culto cristiano santifica, consagra el espacio: reivindica para Cristo el territorio a partir del cual se le ve y se le oye –más allá de las torres y las campanas– y lo consagra y atrae a Cristo.
El lugar de culto establece en este mundo un signo que es, para los otros edificios y para el espacio en general, una pregunta, pero también una promesa. Aunque “del Señor son la tierra y su plenitud” (Sal 24.1), no se trata de conquistar el mundo como conquistaron indoamérica los conquistadores con la cruz y la espada, sino servirle y anunciarle el amor liberador de Dios. Solamente en ese sentido hablamos del alcance misionero y sacramental de los lugares de culto, haciéndolos para este mundo una promesa de los nuevos cielos y de la nueva tierra.
Jean Jacques von Allmen, El culto Cristiano, su esencia y su celebración, Sígueme, Salamanca,1968, pp 266-300. Resumen y adaptación de GBH.
El tiempo de Adviento
El año litúrgico comienza con el tiempo del adviento, término que significa advenimiento o hacia la venida; procede del verbo venir. En el lenguaje religioso pagano, adventus indicaba la venida periódica de Dios y su presencia teofánica en el templo. Es, pues, retorno o aniversario. Desde el punto de vista cristiano, adventus era la última venida del Señor, al final de los tiempos. Pero al aparecer las fiestas de la navidad y la epifanía, significó también la venida de Jesús en la humildad de la carne. Estas dos venidas (la de Belén y la última) se consideran como una única venida, desdoblada en dos etapas. Esta doble dimensión de espera caracteriza todo el adviento.
Adviento es el tiempo litúrgico que precede, como preparación, a la fiesta de navidad. Nació en el siglo IV con tres semanas de duración, a imitación de la cuaresma, o de las tres semanas de preparación pascual. La duración del adviento variaba, según las iglesias, entre tres y seis semanas. Se caracterizó en unos sitios por la penitencia (las Galias) y en otros por la alegría (Roma). En todo caso, el aspecto de la espera prevaleció sobre el de la preparación.
Casiano Floristán, en Diccionario abreviado de pastoral, Verbo Divino, España, 1999, ver Adviento.
Adviento y liturgia
La espiritualidad del Adviento combina dos grandes temas: la preparación para celebrar el nacimiento de Cristo –primera venida– y la espera de su venida gloriosa al final de los tiempos.
Augé 1996
El adviento anuncia la tensión entre el ya de la salvación cumplida en Cristo y el todavía no de la manifestación plena de la salvación. La espera del tiempo nuevo no es una actitud pasiva. Esperamos el mundo nuevo preparando las condiciones para su alumbramiento. La esperanza escatológica se alimenta de las acciones concretas que cristianos y cristianas realizan para anticipar ese mundo justo y fraterno que soñamos. Es por esta razón que el Adviento también apunta hacia el carácter misionero de la Iglesia. En tanto celebra la primera venida de Cristo y aguarda su regreso, la iglesia actúa.
Amós López
Escenario y ambientación para todo el ciclo
El Adviento comienza cuatro domingos antes de Navidad. Una de las tradiciones más conocidas, originada posiblemente en Escandinavia, es la CORONA DE ADVIENTO. Ramas verdes unidas en círculo, cuatro velas moradas o violetas y una blanca en el medio. El verde, símbolo de vida unido en círculo nos hace pensar en la vida eterna, la vida que no se acaba. El morado (o violeta), tradicionalmente ha sido referido a la espera, al tiempo preparatorio. El blanco, la pureza, directamente relacionado con el niño de Belén.
Este año proponemos darle este significado a las cuatro velas. Encendemos…
- la primera vela pensando en los pastores, que estaban velando y se les aparece un ángel para contarles la buena noticia del nacimiento de Jesús. Con ellos pensamos en nuestras propias esperas y nuestras propias esperanzas, y le pedimos a Dios que nos reafirme en nuestra fe.
- la segunda vela de adviento pensando en José, a quien Dios lo desafía a transitar un camino nuevo. Con él pensamos en este Dios que abre caminos…
- la tercera vela de adviento pensando en los sabios de oriente, que reconocieron en la estrella que brillaba en el cielo el anuncio de Dios del nacimiento de un Salvador. Con ellos pensamos en la luz de Cristo, que vence toda oscuridad
- Y la cuarta vela de adviento pensando en María, que acepta con humildad el llamado de Dios a ser la madre del Mesías. Con ella pensamos en disponernos a ofrecer nuestras vidas al servicio del propósito de Dios para esta tierra.
En el archivo encontrará
- Orientaciones para la predicación
- Orientaciones para la acción pastoral
- Orientaciones para la liturgia del culto comunitario
Esta es una nueva entrega de Recursos Litúrgicos y Pastorales, para los tiempos de Adviento, Navidad, Epifanía y comienzo de la Cuaresma (Ciclo B).
Reedición ampliada de trienios anteriores con nuevos materiales bíblicos, pastorales y litúrgicos
- para hermanos y hermanas que asumen el ministerio de la Palabra,
- realizando trabajos pastorales en amplio sentido y con distintos grupos
- y a personas encargadas y colaboradoras en la liturgia del culto comunitario.
Cotejamos el “Leccionario Común Revisado” (LCR), en ediciones de varias iglesias hermanas. Nos permitimos abreviar algunos textos para la lectura pública, y algunas veces extendemos los textos bíblicos comentados, proponiendo también otras alternativas, generalmente dentro del LCR.
Este material circula en forma gratuita y solamente en ámbitos pastorales, dando crédito a todos los autores y autoras, hasta donde les conocemos, valorando mucho su disponibilidad.
Agradecemos todos los materiales que hemos usado –ya disponibles en varias redes–, como aportes para estos “recursos”. Y especialmente agradecemos los materiales litúrgicos enviados por la pastora Cristina Dinoto, y las fotos de la pastora Hanni Gut.
Las indicaciones de las fuentes musicales son:
- CA – Cancionero Abierto, ISEDET.
- CF – Canto y Fe de América Latina, Igl. Evangélica del Río de la Plata.
- CN – Himnario Cántico Nuevo, Methopress.
- HB – Himnario Bautista. Casa Bautista de Publicaciones.
- MV – Mil Voces para Celebrar, himnario de las comunidades metodistas hispanas, USA.
- Red Crearte, https://redcrearte.org.ar/
- Red de Liturgia del CLAI: reddeliturgia.org
- Red Selah: www.webselah.com
Y anotamos las versiones de la Biblia mayormente usadas:
- RV60 o RV95 o RVC – Reina-Valera o Reina-Valera Contemporánea
- DHH – Dios habla hoy, desde la tercera edición o Biblia de Estudio.
- NBE – Nueva Biblia Española, Edición Latinoamericana – Ediciones Cristiandad
- NBI – Nueva Versión Internacional – Edit. Vida, USA
- BJ – Biblia de Jerusalén – Desclée de Brouwer, Bélgica-España
- Libro del Pueblo de Dios – Verbo Divino, Argentina
Fraternalmente, Laura D’Angiola y Guido Bello, desde la congregación metodista de Temperley, Buenos Aires Sur.
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