Recursos para la acción pastoral

24 Feb 2023
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Recursos para la acción pastoral 05 MarzoMar 2023

Morado


No es el sufrimiento el que salva…

sino el amor de Dios que se solidariza con la historia dolorosa del ser humano. No es la sangre la que, en realidad, limpia nuestro pecado sino el amor insondable de Dios que nos acoge como hijos. La crucifixión es el acontecimiento en el que mejor se nos revela su amor. Descubrir la grandeza de la Cruz no es atribuir no sé qué misterioso poder o virtud al dolor, sino confesar la fuerza salvadora del amor de Dios cuando, encarnado en Jesús, sale a reconciliar el mundo consigo.

En esos brazos extendidos que ya no pueden abrazar a los niños y en esas manos que ya no pueden acariciar a los leprosos ni bendecir a los enfermos, los cristianos “contemplamos” a Dios con sus brazos abiertos para acoger, abrazar y sostener nuestras pobres vidas, rotas por tantos sufrimientos.

En ese rostro apagado por la muerte, en esos ojos que ya no pueden mirar con ternura a las prostitutas, en esa boca que ya no puede gritar su indignación por las víctimas de tantos abusos e injusticias, en esos labios que no pueden pronunciar su perdón a los pecadores, Dios nos está revelando como en ningún otro gesto su amor insondable a la Humanidad.

Por eso, ser fiel al Crucificado no es buscar cruces y sufrimientos, sino vivir como él en una actitud de entrega y solidaridad aceptando si es necesario la crucifixión y los males que nos pueden llegar como consecuencia. Esta fidelidad al Crucificado no es dolorista sino esperanzada. A una vida “crucificada”, vivida con el mismo espíritu de amor con que vivió Jesús, solo le espera resurrección.

José Antonio Pagola, en Eclesalia, pág. web, 10/09/2014


Sufrimiento

El sufrimiento, entendido como malestar personal, queda reflejado en los rostros y en la vida. Arrugas de dolor y encorvadura de tragedias hablan más que palabras de quienes vivimos fuera de esas situaciones de sufrimiento. La ausencia de sufrimiento,  por otra parte, no es signo de vida, sino insolidaridad. Porque si alguien no sufre, se debe también a que no compadece.

Hay siempre “consoladores inoportunos” (G Gutiérrez) dispuestos a desvelar el sufrimiento ajeno, que no el propio, que buscan la raíz del sufrimiento fuera de la historia, en un misterioso destino que apunta a la cruz querida por Dios como clave de la purificación de la historia. Esta visión, muy de los compañeros y amigos de Job (de los antiguos y de los modernos), fue entonces desmentida por Yavé y hoy por las personas normales.

Olvidan estos consoladores inoportunos que la raíz del sufrimiento humano no puede buscarse alejada de la vida y de la historia. Esta no es una respuesta total, pero sí tiene, mucho que ver con la verdad. El sufrimiento humano no es cuestión de fatalismo, sino de fuerzas históricas. De ahí la necesidad de combatir, hasta donde es posible, el sufrimiento. Quien lo combate, está por eso mismo afirmando la posibilidad de superarlo. De lo contrario, lo aguantaría solamente.

“El mal no está ahí para ser comprendido, sino para ser combatido” (L Boff). El combate en sus diversas encarnaciones es la superación de la resignación, de una falsa mística de la cruz, de un fatalismo a veces masoquista y de la indiferencia vestida de inmutabilidad griega (una de las plagas más nefastas de la espiritualidad.

La cruz de Jesús es buen símbolo encarnado del sufrimiento humano. Alguien dijo que el sufrimiento se había hecho misterio en Job y redención en Jesús (H Küng). Nos interesa ahora solamente relacionar íntimamente sufrimiento y cruz.

La cruz de Jesús, como símbolo y explicación del sufrimiento humano, ha cambiado, como ha cambiado la teología de la cruz y la teología del dolor de Dios. Y lo primero que ha logrado es expresar que Dios también se revela en la cruz (y no solamente en la gloria) y que el sufrimiento es dimensión esencial de Dios.

Estas diversas teologías manifiestan dónde están las causas que llevan a la cruz, al sufrimiento, y la actitud compasiva de Dios frente a la persona sufriente en la condena de esas causas de la cruz. Incluso el don supremo de la resurrección es la palabra definitiva de la superación de la cruz y, quizá sobre todo, de la condena de las causas que motivan e infligen la cruz.

Sería un error grave, si no una ingenuidad, pensar que el combate, y la teología, van a superar el sufrimiento o van a hacerlo amable. No. El sufrimiento va a continuar existiendo, y la persona cristiana, precisamente porque lo es, continuará sufriendo el sufrimiento.

Primero, porque en el mismo concepto de combate va inmerso el sufrimiento. Constatar la resistencia a la verdad y la justicia, ponerle barreras y armas en el pecho es doloroso para un espíritu noble. Máxime cuando tampoco esto es un concepto, sino una encarnación en al persecución y muerte de los combatientes.

Segundo, porque la praxis es terca. Quien parte de la estadística (cuantificación insobornable de la praxis) para ver si el combate continúa siendo necesario, no puede ignorar que las cifras de sufrientes crecen como un torrente. No siempre que se combate se gana terreno. Hay que confesar que con frecuencia se aumenta la familia incrementando el dolor.

Tercero, la historia es no solo plural, sino dogmáticamente plural. Y éste es quizá el mayor sufrimiento: el de saber y experimentar que ya no es cuestión de combatir el sufrimiento, sino de sufrirlo, porque la cruz va a continuar estando ahí, casi inalterable e inamovible, si no es que la vemos crecer y sofisticarse con muchas formas criminales.

Poco más podemos decir nosotros del sufrimiento. Esperamos que algún día el Señor de la vida, de la resurrección, nos hará ver todo este mundo, y explicará sus mecanismos. Y más aún: quienes buscamos la ortopraxis también aquí, esperamos poder vivir esta promesa hecha realidad: “Y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado” (Ap 21.4).


Bibliografía: Varios, Sabiduría de la cruz. Narcea, Madrid 1980; G Gutiérrez, Hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente. Una reflexión sobre el libro de Job. Sígueme, Salamanca 1986; J Moltmann, El Dios crucificado. Sígueme, Salamanca 1975.
Augusto Guerra, pastoralista católico español, n 1938, en Diccionario abreviado de pastoral, Verbo Divino, Estella, 1999, resumen de GBH.


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