Un asunto pendiente
Desde los primeros años del metodismo post-Wesley, se observaron tensiones y rupturas en el movimiento metodista en Gran Bretaña, como también luego en los Estados Unidos. El mismo Wesley había anticipado las razones de esto en sus escritos de los últimos años. Unos enfatizaban la experiencia de la santificación como el ejercicio de los medios de gracia heredados de la Iglesia Anglicana, tendientes a fortalecer el vínculo personal y comunitario con Dios por medio de la oración, el estudio bíblico y la participación en la Cena del Señor. Para otros la santificación debía vivirse en la preocupación y el compromiso por los que padecían la desdicha producto de las injusticias sociales. Wesley no entendía el amor a Dios y a los seres humanos como algo disociado. En el Sermón 92 (Acerca del Celo) lo aclara:
“En el creyente cristiano el amor se sienta en el trono que se erige en lo más íntimo del alma; es decir, el amor a Dios y a los hombres, que llena todo el corazón y reina sin rival.”
Estas distancias producidas por la tensión entre el amor a Dios y el amor al prójimo, fue un tema reiteradamente tratado por Wesley a lo largo de su obra, sin embargo, los continuadores del movimiento no lograron percibir la particular visión que Wesley daba a este asunto. En América Latina este mismo conflicto se vivió fuertemente, aunque con características propias de otros tiempos y otro contexto. En los años sesenta y setenta, de gran ebullición en la agenda social latinoamericana, podía observarse en la iglesia metodista el debate entre evangelización y servicio, como un nuevo rostro del antiguo conflicto.
Finalmente, parece ser que la cuestión girara en torno a si existe un orden de prioridades entre el amor a Dios y el amor al prójimo y, por lo tanto, la comunicación de las Buenas Noticias del Reino, tuvieran que alinearse de acuerdo a las prioridades que se deciden. Para unos, en primer lugar, es necesario vivir la fe, conocer el amor de Cristo en su propia vida y luego, expresarlo haciendo el bien a otros. Del otro lado de la tensión, la urgencia de necesidades y conflictividades sociales urge a la iglesia en salir a dar respuesta en el amor al prójimo, aunque siempre fuera imaginado como unos que dan y otros que reciben; unos que necesitan y otros que proveen.
En cualquier caso, el asunto del amor a Dios y el amor al prójimo continúa siendo una cuestión de dos espacios que en algún punto se acercan o se tocan, pero que funcionan con independencia. De este modo, la cuestión pendiente que lleva más de doscientos años, es de qué manera se relacionan y funcionan las dos premisas.
Veamos ahora cómo entendió Wesley la dinámica entre el amor a Dios y el amor al prójimo. Un primer dato que es posible constatar con la simple lectura de sus escritos es que Wesley jamás separó los dos términos del primero y del segundo mandamiento. En este punto siguió la premisa que estableció Jesús: la similitud o parecido entre ambos mandamientos, de tal modo que deben decirse de corrido, como términos indivisibles.
Pero aun más, Wesley incorpora las “obras de misericordia” (ejercicio del amor al prójimo) a los medios de gracia. De tal manera que en el acto de amar al prójimo la gracia divina opera plenamente, ya no como muchas veces se ha entendido: una parte que da y otra que recibe, sino que en el acto de amor al prójimo todas las partes son bendecidas por la gracia de Dios.
Joerg Rieger, estudioso de la obra de Juan Wesley lo explica más claramente:
“Es sorprendente como Wesley tomaba muy en serio el amor al prójimo que la iglesia toma como algo extra – algo que se hace después que el amor de Dios ha sido declarado y celebrado en el culto. Wesley cambió radicalmente el orden de las cosas cuando incluyó las ‘obras de misericordia’ – tradicionalmente entendidas como buenas obras para el beneficio del prójimo – en la lista de medios de gracia. Esta es una de las características más notorias de su teología; Wesley mencionó que estaba muy consciente que ‘esto no es algo que se anuncie comúnmente.” Rieger en Gracia bajo presión, p. 46)
Hasta tal punto Wesley llevó esta afirmación como guía de la fe, que ante la disyuntiva de realizar una obra de piedad o una de misericordia, las de misericordia deben ser preferidas. Citamos de nuevo el Sermón 92:
“Así debe mostrar su celo por las obras de piedad; pero mucho más por las obras de misericordia; ya que Dios tendrá ‘misericordia y no sacrificio’, es decir, antes que sacrificio. Por lo tanto, siempre que una interfiera con la otra, deben preferirse las obras de misericordia. Incluso la lectura, la audición y la oración deben omitirse o posponerse ‘a la llamada omnipotente de la caridad’, cuando se nos llama a aliviar la angustia de nuestro prójimo, ya sea en el cuerpo o en el alma.”
Volviendo al presente de las iglesias metodistas, es necesario revisar nuestras mentalidades y nuestras prácticas, dado que mantenemos una idea dicotómica y jerárquica entre el amor a Dios (obras de piedad) y el amor al prójimo (obras de misericordia), cuando para Wesley, fundamentado en el Evangelio, tal cosa no existe. Incluso, tal como ya se citó, ante la disyuntiva de privilegiar unas obras sobre otras, no duda en afirmar que el amor al prójimo está en primer lugar.
Hoy deberíamos revisar las agendas de nuestras iglesias y preguntarnos acerca de las prioridades en la misión en América Latina. Del mismo modo, revisar nuestras agendas personales a la luz de la misericordia antes que el sacrificio. Algunas preocupaciones como la sustentabilidad económica, los templos vacíos y la poca presencia juvenil en nuestras congregaciones, podrían mirarse desde esta perspectiva que Wesley nos plantea desde las obras de misericordia como medio de gracia divina y no tanto buscando capacitación y nuevos programas de evangelización.
Desde esta columna, sostenemos, humildemente, que el metodismo necesita ya un cambio de mirada y de rumbo, en definitiva, un cambio profundo en la manera de comprender nuestra fe. En las propias palabras de Wesley en su escrito “Consejos al pueblo metodista”:
“Si siguen este principio, esforzándose de continuo por conocer, amar, parecerse y obedecer al gran Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo como Dios de amor y de misericordia perdonadora; si basándose en este principio de amor y de obediente fe, se abstienen cuidadosamente de todo lo malo, y trabajan según tengan oportunidad, en hacer el bien a sus semejantes, sean amigos o enemigos; y si, finalmente, se unen para animar y ayudarse unos a otros, forjando así su salvación y con ese fin se vigilan con amor, ustedes son lo que yo llamo metodistas.”
Claudio Pose para CMEW