Los sacramentos y los niños y niñas
Hay quienes por razones teológicas sostienen que niños y niñas no pueden acceder a los sacramentos, a los medios de gracia, bautismo y Santa Cena. Y esto es aceptado como casi lógico y natural, argumentado con un sinnúmero de versículos bíblicos, que dejan de lado otros tantos que argumentan en otro sentido, sostienen que niños y niñas no pueden acceder a ellos hasta que lo decidan por sí mismos.
Si tratáramos de entender esto “con ojos de niños”, la pregunta sería ¿Y por qué a mí no? ¿Por qué me dejan sin esa posibilidad? Si es buena para ustedes, los grandes ¿Por qué me la niegan a mí?
Vale tener en cuenta en el presente que un principio rector que debe guiar cualquier análisis sobre derechos de las infancias es que “a partir de la doctrina vigente en la Convención de los Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes y de la ley 26.061 (de Argentina) de protección integral, ya no son objetos de cuidado, sino sujetos de derechos. Este cambio paradigmático es fundamental, porque sustituye un modelo de patria potestad por otro de autonomía progresiva y genera responsabilidades nuevas a quienes tienen a cargo su crianza.”
Privar de la gracia de Dios a los niños y niñas al no permitirles acceder a los sacramentos (vehículos de gracia, del amor de Dios) es otra de las tantas formas de destrato o desconsideración hacia niños y niñas. “Dejen a los niños que venga a mí, y no se lo impidan, porque de ellos es el Reino de los Cielos”. Después de una afirmación así, probablemente, los sacramentos tendrían que ser una suerte de derecho que no debiera negárseles.
Sin duda, hay distintas visiones teológicas y los cristianos tenemos distintas comprensiones acerca de los sacramentos. Debemos reflexionar acerca de la posibilidad de que niños y niñas puedan acceder a los medios de gracia que Jesús instituyera. Hay cierta desconsideración, reconozcamos, al excluir a las criaturas de los medios de gracia y negarles el amor que viene de Dios. Mientras que, como adultos nos peleamos y discutimos sobre los sacramentos como cosas altamente importantes para nuestra vida, la vida de la iglesia, la vida eterna, le negamos a la niñez una muestra tan clara y evidente del amor de Dios. Se trata de dejar que formen parte del pueblo de Dios. Y esto de “niños y niñas” no es un purismo de género. A diferencia del rito de la circuncisión que daba entrada a los varones al Pueblo de Dios (ya que las niñas poco contaban…), esta nueva Alianza de Jesús con los suyos incluye a niños y niñas.
América Latina, en nuestras Iglesias, en los lugares de misión, donde se levantan nuevas obras, lo que más hay, siempre y en cualquier lugar, son niños y niñas. Que en el mejor de los casos se los toma como “semillero”, los que serán Iglesia en el futuro, los que tenemos que preparar para más adelante, los que, quizás sean la Iglesia del futuro, pero difícilmente son considerados como “la iglesia” hoy, como parte importante de la Iglesia, como prioridad de la misión de la Iglesia.
Y poner a niños y niñas en el centro de la misión de Dios, es también procurar que los sacramentos no sean motivo de distancia para recibir el amor de Dios, sino, por el contrario, medios para acercarles, medios para incluirles en las bendiciones que Dios quiere dar a su pueblo.
En el tomo X de las Obras de Juan Wesley hay un capítulo dedicado al Bautismo de Infantes. Allí afirma que el bautismo es el sacramento de iniciación del que ingresa al pacto y ser parte del pueblo de Dios. Fue instituido por Cristo, el único que tiene poder para instruir un verdadero sacramento, una señal, sello, prenda y medio de gracia perpetuamente obligatorio para todos los cristianos. El bautismo para Wesley era parte de un proceso de salvación que duraba toda la vida. Él entendió el nuevo nacimiento espiritual como una doble experiencia en el proceso normal de desarrollo cristiano (el cual debía recibirse por medio del bautismo durante la infancia y más tarde en la vida a través del compromiso con Cristo). La salvación involucraba tanto el acto de gracia iniciado por Dios como la voluntad humana.
El bautismo es el sacramento por el cual la persona nace a la fe y se incorpora al cuerpo de Cristo. Padres, madres y padrinos que traen al niño o la niña, prometen al Señor ayudar y acompañar al niño en la gracia y la fe, orando por y con él o ella y poniendo las sagradas Escrituras en su corazón y en sus manos. El bautismo de infantes descansa firmemente sobre el entendimiento de que Dios prepara el camino de fe antes de que lo pidamos o aún sepamos que necesitamos ayuda (“la gracia preveniente”). El sacramento del bautismo es una poderosa expresión de la realidad de que todas las personas vamos a Dios como meros niñas y niños indefensos, incapaces de hacer algo para salvarnos a nosotros mismos y dependientes de la gracia del Dios que nos ama.
La diferencia entre el bautismo de adultos y el de infantes consiste en que el adulto que es bautizado profesa su fe cristiana conscientemente. El infante bautizado llega a profesar su fe más tarde en la vida, después de haber sido alimentado y enseñado por los padres, madres u otros adultos responsables y la comunidad de fe, más precisamente en la confirmación de los votos bautismales. En este sentido, las conversaciones previas al bautismo con madres, padres, y padrinos tienen mucha importancia. Su compromiso es acompañar y sostener el crecimiento en la fe del bautizando.
En el caso de los niños y niñas que se incorporan a las congregaciones habiendo sido traídos por sus padres o porque forman parte de la escuela bíblica, y que han sido bautizados en otra confesión de fe, es bueno que el pastor o la pastora confirme su validez. En ningún caso habrá un nuevo bautismo.
Dentro de la tradición metodista, por mucho tiempo el bautismo ha sido materia de preocupación y hasta controversia. Juan Wesley retuvo la teología sacramental que recibió de su herencia anglicana. Él enseñó que, en el bautismo, el niño o niña es limpiado de la culpa del pecado original, iniciado en el pacto con Dios, admitido dentro de la Iglesia, hecho heredero del reino divino y nacido de nuevo espiritualmente.
También dijo que, aunque el bautismo no era esencial ni suficiente para la salvación, era el “medio común” que Dios había designado para aplicar en las vidas humanas los beneficios de la obra de Cristo, incluidos niños y niñas.
Rev. Juan Gattinonni para CMEW
Extracto de su libro: “Hay un niño en la calle: dejen que los niños vengan a mí”, Niñes, misión y sacramentos, Juan Gattinoni, Ed. Matías Vicente, Buenos Aires, 2021.