Recursos para la predicación
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La sabiduría de Dios, la del Espíritu de Dios, no está encerrada en las bibliotecas ni en los conventos, ni en las grandes catedrales ni en las grandes universidades, sino que se muestra en la sabiduría de gente sencilla que abre sus mentes y corazones al soplo de Dios. La sabiduría de Dios anda suelta, se detiene donde se cruzan las avenidas, con este Jesús de los caminos. “¿En qué pararon el sabio, y el maestro, y el que sabe discutir sobre cosas de este mundo?” (1 Cor 1.18-25).}
Juan 16.12-15
Pasados los hechos de Pentecostés la iglesia celebra el llamado “tiempo de Pentecostés” o “tiempo del Espíritu” que se alarga hasta el final del año cuando nuevamente comencemos la vieja y querida historia del Adviento. Algunas tradiciones llaman “tiempo de la iglesia” a este período actual en el cual el testimonio del Evangelio está en manos de los creyentes. Sin embargo, esta última expresión puede reducir la dimensión universal de la acción de Dios expresada en la idea del Pentecostés que sin duda trasciende el ámbito eclesial.
Este domingo es el último de la serie de textos del Evangelio de Juan que se vienen leyendo, los que dejarán lugar, a partir del próximo domingo, para seguir el texto de Lucas.
Al igual que otros discursos de Jesús en Juan este tampoco es de recepción sencilla para el oyente dominical. Debemos tener en cuenta que muchos de estos textos se recitaban y meditaban por horas, y que están escritos dentro de una época y cultura donde el tiempo abundaba y la meditación era parte de la vida cotidiana. Hoy nos perturba tener que demorarnos en unas palabras que no comprendemos inmediatamente, porque el mensaje es de mayor densidad del que estamos acostumbrados.
Proponemos analizar en la prédica cuatro elementos presentes en este texto. Las anotamos en orden de aparición en el texto pero el sermón puede alterar el orden de acuerdo a las necesidades de la feligresía.
- “Pero ahora no la podréis sobrellevar”. Es interesante observar como Jesús es cuidadoso con la información que da o deja de dar a sus discípulos. Lo que interesa es la misión y que el mensaje sea difundido, lo demás es funcional a esa tarea. Es de notar que la centralidad de la difusión del mensaje no obedece a la búsqueda de hacer crecer la iglesia como un fin en sí mismo. Esto sería lo que hoy está tan en boga entre evangélicos que buscan ser más para luego ejercer el poder social que otorga ese creciente número. Así se reclamará a la sociedad civil privilegios, acuerdos, puestos de gobierno… Pero no es esa la intención del Señor cuando envía a su iglesia a la misión. La tarea es llamar a la conversión para que abunde la gracia y la salvación de las vidas sea un hecho real. Lo que Dios quiere es que las vidas encuentren su sentido en Cristo y se dispongan a servir al prójimo amándolo como a uno mismo.¿Qué es lo que el Señor no quiere todavía revelar a sus discípulos? Pueden ser varias cosas pero lo que resulta más evidente es su inminente juicio y muerte por crucifixión. Parece considerar que no están maduros para entender la crucifixión, y menos la resurrección, ya que era un castigo siempre posible para acallar los movimientos sociales, pero la respuesta de Dios de levantar a su Hijo de la muerte sería una sorpresa que debía todavía permanecer en reserva. Quizás el Señor sabía que los discípulos no se sentirían capacitados para asimilar toda la responsabilidad que esa situación arrojaría sobre ellos. ¿Cómo nos disponemos nosotros a ser creyentes que sabemos del plan final de Dios y que llevamos la responsabilidad de anunciarlo en este tiempo y lugar?
- “Cuando venga el Espíritu de verdad”. El cristiano no está solo en la tarea de discernir los signos de los tiempos y las consecuencias para su vida. Jesús anuncia que el Espíritu guiará a los creyentes “a toda la verdad”. Es decir, serán capacitados por el Espíritu para comprender lo que ahora no son capaces de hacer. En ocasiones se ha entendido mal esta facultad de los creyentes de acceder por la acción del Espíritu al conocimiento de dimensiones mayores del plan de Dios. El conocimiento que da el Espíritu no se refiere a una información que nos otorga supremacía sobre otros sino, por el contrario, nos hace reconocer nuestra debilidad y necesidad de búsqueda de ayuda. Esa ayuda vendrá de Dios y será para conducirnos al servicio y al amor. Cualquier otro uso de ese conocimiento será un fraude pues no vendrá de Dios sino de nuestra mera especulación.Pero probablemente lo más desafiante en esta tarea es dejarse conducir por el Espíritu. Porque Él no nos lleva siempre donde nosotros queremos ir, sino donde su plan nos necesita. Esa permanente tensión entre nuestros planes y los de Dios es otro motivo por el cual Jesús posterga su revelación definitiva y deja que el Espíritu acompañe a aquellos a quienes iba a ser develado. ¿Habrían aceptado la crucifixión de su maestro si se los hubiera dicho con toda claridad? ¿Hubieron creído en la resurrección antes de ser testigos de ella? Este pensamiento nos conduce al tercer punto.
- “Tomará de lo mío y os lo hará saber”. El Espíritu no nos lleva a cualquier parte, nos guía hacia Cristo. La tarea del Espíritu es mostrarnos la verdad de Cristo, su mensaje, su plan, su propuesta de vida. Nuevamente aquí debemos advertir del peligro de asumir demasiado rápido que ya sabemos lo que el Señor espera de nosotros. El corolario de esto suele ser que cuando oímos que es otro el desafío u otras las opciones pensamos que quien nos lo dice está equivocado. La tendencia es a querer dominar (o domesticar) la acción del Espíritu en nosotros de modo de que pase a ser un títere de mis intereses personales o sociales.No se asombre el lector, esa domesticación es la más común de las acciones que hoy en día se ejercen sobre todo el Evangelio. Y así se presenta ante el mundo una versión debilitada o ausente de legitimidad del mensaje de Dios porque se lo disfraza de palabras y propuestas humanas. Este pequeño “dios” respalda guerras, bendice injusticias y oculta el dolor real de millones de personas, porque parece más interesado en sus almas, quizás para evitarle el riesgo del infierno, antes que una bala previamente bendecida los envíe sumariamente al juicio final.El Espíritu de Dios no tiene nada que ver con las falsificaciones que nos construimos o nos venden en este tiempo.
- “Todo lo que tiene el Padre es mío”. La identidad de Cristo y el Padre llevó siglos de controversias. Este versículo lo dice con tanta claridad y simpleza que avergüenza que haya sido tan difícil descubrirlo y de que fuera necesario tanto esfuerzo y tragedias para llegar a comprenderlo.
Esquema general para una predicación
Este texto ofrece muchas posibilidades homiléticas. Proponemos el siguiente esquema:
- Comenzar describiendo la situación del creyente actual que necesita orientación para llevar a cabo la tarea misionera y de testimonio. Hay un mensaje pero nuestras fuerzas humanas se revelan como insuficientes para llevar a cabo lo que se nos solicita. Se espera que podamos ser continuadores de la misión encomendada en Pentecostés. Hemos dicho que el Evangelio se refiere a toda la realidad, por lo que se puede describir brevemente los ámbitos personales, comunitarios y sociales en los que la Palabra nos involucra.
- Describir la situación de los oyentes del discurso de Jesús. Todavía no sabían cómo iba a finalizar la historia de su maestro, y seguramente no la podían entender en ese momento. El Señor prefiere no develar todo su mensaje –más bien la inminente sucesión de hechos nefastos– a fin de no confundir más a quienes lo siguen. Aquí aparece la promesa del Espíritu, aquel que guiará a la verdad a los creyentes. Esta verdad es Cristo mismo y su mensaje.
- Aparecen también los peligros de manipulación del Espíritu. Esta manipulación puede ser por vía de apropiarnos del mensaje y teñirlo con nuestras propias ideas, o por asimilación de la palabra a nuestros deseos y convicciones. Así el Evangelio nunca cuestionará lo que somos ni lo que pretendemos ser. En ese caso no estamos más que presentando una caricatura del mensaje, más afín a nuestros deseos que a lo que el Señor desea de nosotros.
El mensaje se verifica en la identidad de la palabra y los hechos. Si hablamos de amor y justicia pero promovemos valores opuestos a estos será difícil que nuestra presentación del Evangelio sea creíble.
- Finalmente el sermón puede cerrarse con un llamado a descubrir la acción del Espíritu actuando en medio nuestro. Nosotros sabemos cómo finalizó la historia de Jesús y por eso tenemos una doble responsabilidad en la difusión de su mensaje: porque conocemos el final y porque el Espíritu es quien mueve a la iglesia. Al Señor no lo vemos en persona pero su presencia se manifiesta por el acompañamiento del Espíritu que no deja de alentar a la iglesia en su misión.
Pablo Andiñach, pastor metodista argentino, en Estudios Exegético-Homiléticos 51, ISEDET, junio 2004, Bs As.
El libro de los Proverbios – Introducción general y comentario del texto de 8.1-32
El libro de los Proverbios es una colección de colecciones de sentencias, comparaciones, proverbios y alegorías. La sabiduría es la confrontación y la ruptura con el círculo de la violencia para llevar la vida humana al camino de la libertad, de la justicia y de la vida plena (Prov 3.13-18; 4.23; 8.35-36). Este dinamismo de la sabiduría es presentado con cinco categorías en el conjunto de las diversas colecciones:
- La vida: El libro habla de la vida más de 30 veces. La Sabiduría es llamada y don que orienta y sustenta el deseo humano de vida plena (Prov 4.20-27; 8.35-36; 21.21). La búsqueda de la justicia y del honor es procurar la vida íntegra (Prov 10.17; 13.14; 15.24).El Árbol de la Vida expresa el contenido central de la sabiduría como principio y fin de la vida humana en la historia y en la sociedad. El Árbol de la Vida es el principio de la creación y de la vida moral. El Árbol de la Vida es el deseo realizado (Prov 3.18; 13.12; 14.4).
El Árbol de la Vida estructura la unidad de Prov 1-9. El Árbol de la Vida es la fuerza del don de Dios que realiza el deseo de vida feliz y plena (Prov 3.13-20). Ella es la eficacia de la gracia divina que está en el origen de la creación, de la vida justa y de la salvación mesiánica (Prov 4.5; 8.12-21, 22-36).
El Árbol de la Vida es la vida del justo y la justa. Ella es el sustento y la dirección de la vida en la justicia. Es la orientación de la realización del deseo (Prov 13.2, 12). Es la palabra serena que aleja la rivalidad y asegura la benevolencia recíproca (Prov 15.4). Es el don de Yavé que da valor al espíritu y asegura toda su realización (Prov 16.1-10, 18-19). Es promesa de larga vida y de liberación de la muerte (Prov 10.2; 12.28; 21.21).
- La mujer: Varios tipos de mujer explican lo que es la sabiduría y la vida humana. La madre en esa casa patriarcal es el arquetipo de la vida humana perfecta (31.10ss). La extraña/extranjera (Prov 5.20) es el estereotipo del mecanismo de muerte para la casa patriarcal en la época persa (cf Prov 2.16-19). Estas dos mujeres son la fuente de los símbolos de la Sabiduría como fuente de Vida, y de la Locura como sombra nociva del mecanismo de muerte (Prov 9).
- El discernimiento: Hay más de quince términos para designar el discernimiento como el juicio práctico de la acción correcta, justa y buena: sabiduría, entendimiento, inteligencia, ciencia, prudencia, sagacidad. Prov 1.1-7 lo define como inteligencia (bînah) y disciplina (mûsar) en la realización del deseo de justicia, honor y vida.El discernimiento es don de la inteligencia y disciplina de Yave´. Es el impulso de la realización del deseo de justicia y de vida (Prov 3.1-11ss). El discernimiento lleva a la decisión eficaz que rechaza la palabra fatal que trae muerte. El discernimiento es el escudo protector contra el mecanismo victimario (Prov 7). Prov 9 dice que es la respuesta a la llamada de la Sabiduría a participar en el banquete de la vida en comunión.
En Prov 10–22.16 el discernimiento es el rechazo a obtener el deseo por la violencia (13.2, 12). Es la disciplina de la humildad que dirige la vida hacia la justicia y el honor (15.33; 18.12; 22.4; 21.21). El discernimiento es unión con Yavé para conseguir la justicia, que es la vida íntegra (Prov 16-19; 21). En Prov 29.4, 7, 14 el discernimiento consiste en asumir la causa de los pobres ante el juicio de Yavé que libera y transforma la vida del pueblo dominado.
- La violencia: La eficacia de la llamada de la sabiduría es la ruptura con el círculo de la violencia (Prov 1.10–18.19). este mecanismo es una trampa insidiosa y una red mortífera (1. 17), fruto de la codicia del deseo de apropiación (vs 15-19). El circuito de la violencia puede verse en la acción de la mujer extraña/extranjera (Prov 2.16s; 5; 6.29; 7). La Locura personificada es el mayor símbolo de este mecanismo, y constituye la llamada radicalmente contraria a la llamada y al impulso de la Sabiduría (Prov 3.31; 8.36; y Prov 9).La violencia determina el deseo del impío, como explica el símbolo de “comer la violencia” en Prov 13.2. El justo acoge y desarrolla el impulso del Árbol de la Vida (Prov 13.12): deshace la fuerza corrosiva de la violencia e integra la vida en la justicia y en el honor. Esta es la fidelidad que constituye la vida del Justo en el camino de la disciplina que lleva de la humildad al honor y salva de la ruina completa (Prov 15.33; 18.12; 22.4). La práctica de la justicia en favor del pueblo pobre y débil es la liberación de la violencia (Prov 24.1-4). Ahí se manifiesta la fuerza del Justo o Justa que defiende la causa de los pobres, y reconstruye la vida del Pueblo de Dios (Prov 24.5s; 29.4,7,14).
- La justicia: La sedaqah revierte el ciclo mortífero de la violencia. Prov 8.12-20 define la sabiduría mesiánica como realización de la sedaqah. Es el impulso recto del deseo que lleva al honor y a la vida (vs 18-20), y que constituye al justo en su integridad (Prov 10.2; 21.21). La sedaqah es el impulso positivo del Árbol de la Vida como principio de la creación y de la vida justa (Prov 3.16-18; 8.20,36). Ella libera del impulso de la violencia, congrega al pueblo en la reciprocidad perfecta y realiza la voluntad de Yavé (Prov 13.6; 14.34; 15.9; 16.31). El Justo y la Justa disciernen la causa de los pobres y aseguran la estabilidad del pueblo en la paz y en la reciprocidad (Prov 12.28; 29.7,14).
Proverbios 8.1-31. Novena instrucción
El texto es el resultado de un poema didáctico (vs 5-21, 32a, 33, 34a, 36b) y de un himno (vs 1.4, 22.31, 34a, 32b, 35b, 36a) con la ligadura explicita del temor de Yavé (v 13a; cf 1.7).
Vs 1-11: La Sabiduría es revelación: la llamada de atención (v 5) y la motivación conclusiva (vs 10-11) son el formato para dos estrofas simétricas (vs 6-7 y 8-9): la sabiduría anuncia cosas reveladas y es motivo de fe en cuanto que manifiesta la Verdad.
Vs 12-21: La Sabiduría es un don mesiánico: posee los atributos del rey Mesías y del propio Dios (vs 12-16; cf Is 11.2 y Job 12.13). La otra estrofa (vs 17-21) la manifiesta como fuente de amor y de justicia. Ella es el camino de la justicia y del honor. Es el Árbol de la Vida que asegura la realización del deseo y de la vida feliz (cf Prov 3.17-18).
Vs 22-31: La Sabiduría divina es creadora: las cuatro estrofas lo explican de manera exhaustiva. Ella no es una diosa de la fertilidad, sino la fuerza divina en la creación y en la historia para salvar al pueblo. Ella tiene origen divino, pues recibe su ser de Yavé (vs 22-23). Existe antes de la creación (vs 24-26). Está presente en el acto de la creación del mundo (vs 27-29b). En la creación es el arquitecto de la obra creada. Ella es colaboradora del creador (vs 29c-3; cf Sab 7.22).
Gilberto da Silva Gorgulho, biblista católico, en Proverbios, Comentario bíblico latinoamericano, Verbo divino, Navarra, España, 2007.
Romanos 5.1-5
Introducción
Tratándose de la fecha dedicada a la Trinidad, y en la tradición de la Reforma, podemos optar en la predicación por el texto de Romanos. Uno de los problemas del uso del Leccionario es que, concentrándose las lecturas en el Evangelio, solemos dejar de lado los textos de las epístolas. Esta es una buena oportunidad de volver a predicar sobre un texto de Pablo, además uno central en la teología evangélica. Por otro lado, la mención a las “tres personas” en el texto nos permite destacar el sentido de este domingo desde una predicación bíblica, sin necesidad de hacer una elaborada exposición doctrinal.
Sería demasiado extenso entrar aquí en el debate en torno a la naturaleza, ocasión, significado y proyección de la carta de Pablo a los creyentes de Roma. Probablemente se trate del último de los escritos incuestionables de Pablo, y sin duda en el que más profundiza ciertos aspectos de su pensamiento. Pero no debe pensarse en Romanos como un “tratado” de teología. Es, como todas las cartas de Pablo, un escrito pastoral, a propósito para la comunidad a la cual se dirige. Sabe de las tensiones entre judeocristianos y los conversos de origen gentil, de las discusiones entre los “fuertes y los débiles”, a las que se referirá en el cap. 14. Muchos interpretan que la larga exposición doctrinal de los primeros 8 capítulos, así como su discusión del lugar de Israel en la historia de salvación (9-11), apuntan a crear la base para los temas concretos a los que se dirigirá a partir del 12. Al ver este texto del “Pablo teólogo” no olvidemos que es parte de su estrategia como “Pablo pastor”.
Análisis
El Capítulo 5 de Romanos comienza una nueva sección de la carta. En los primeros 3 capítulos Pablo ha mostrado que ni en el mundo gentil ni en la Ley israelita encuentra el ser humano camino cierto de justicia. A partir de 3.21 y en el cap. 4 nos señala que es en la fe, en el modelo de Abrahán, donde se podrá encontrar la salud de la relación entre Dios y los seres humanos, y de estos entre sí. Entonces, según el esquema propuesto por A. Nygren (La epístola a los Romanos, La Aurora, Buenos Aires, 1969), comienza en el cap. 5 a mostrarnos qué entiende el Apóstol por “la vida en la fe”. Parte del hecho, para él ya cierto y comprobado, que nos es contada por justicia esa fe por la que “creemos en aquel que levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro, el cual fue entregado por nuestras transgresiones y resucitado para nuestra justicia” (Rom 4.24-25).
Lo primero que señala es que esa justicia nos pone en Paz para con Dios. El tema de la paz de Dios en Cristo es también decisivo en otros escritos paulinos (Ef 2.14-18). Esta paz permite al ser humano reencontrarse con su creador, y reconciliarse también con sus hermanos y hermanas. En otro lenguaje, es también un motivo destacado del Evangelio de Juan. Esta paz es “por la fe, por medio de nuestro Señor Jesucristo”.
Lutero pone énfasis en el valor de la doble “mediación”. Es por la fe, pero es por medio de Cristo. La fe puede hacerse en sí misma una obra, señala el Reformador; sino al contrario, es fe “en Cristo”. La fe sola no salva: es la acción redentora de Jesús la que salva, a la cual nosotros/as accedemos por la fe. Hay quienes terminan centrándose en su propia fe: se vuelve una fe vacía, una pura emocionalidad humana. La fe que nos hace justos es la que se centra en el hecho de Cristo, que le da sentido y contenido, que es donde puede verse qué es la justicia de Dios.
Esa fe nos anticipa la gloria de Dios. Eso hace que justicia y esperanza se encuentren, o mejor aún, y tan actual, en la propia expresión de Pablo en Gal 5.5, “por la fe recobramos la esperanza de la justicia”. La justicia no debe entenderse exclusivamente en el sentido subjetivo de la “justificación” como salvación individual, sino en su proyección como participación en el mundo en tanto instrumentos de la voluntad de Dios (Rom 6.13). Sin embargo, justamente por estar guiada por el Espíritu de Dios, y no por la ambición de la carne, no puede sino contrastarse con la vida según las expectativa del poder mundano, y por lo tanto, tener que soportar cierta tribulación (v. 3). Esto, y no un sentido masoquista, es lo que nos permite gloriarnos en las tribulaciones. Lutero lo señala explícitamente: “El justo tiene paz en su relación con Dios, pero aflicción en su relación con el mundo, porque vive en el Espíritu” (Comentario de la Carta a los Romanos. Obras, Vol 10, La Aurora, Buenos Aires, 1985, p. 196). Esta aflicción es la que nos obliga a perseverar en la fe (perseverancia traduce mejor que paciencia la expresión griega que usa Pablo aquí). El sentido antiguo de esta expresión es “seguir siendo uno mismo” en cambiantes circunstancias.
Pero Barth destaca bien que la fe nos permite ser lo que realmente somos en Cristo, y a la vez “ser lo que no somos” (The Epistle to the Romans, Oxford University Press, Nueva York, 1966, p. 149), es decir, ser justos cuando en realidad nuestra condición humana es injusta. De alguna manera se pone a prueba cuáles y quiénes somos realmente. Ser en Cristo por la fe es ser el hombre justo que Dios nos hace ser por su gracia. Si dejamos de ser en Cristo, ni aún nuestra fe nos justifica. Esta tensión no debe perderse de vista, porque la fe no nos hace ser Dios, sino que sigue dependiendo “del amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (v. 5).
Comentario homilético
Ciertamente apenas hemos esbozado la riqueza de este texto. El énfasis homilético podría estar orientado a descubrir, a través de este pasaje, la obra trinitaria en nosotros. La Trinidad no es una doctrina abstracta que propone una extraña matemática, sino la experiencia del creyente a la luz de la Palabra de Dios. Es la experiencia de la paz que tenemos en Dios y con Dios, por medio de Jesucristo. Es el don del amor de Dios en nuestros corazones por la obra del Espíritu Santo. La unidad de este Dios trino no pasa por las definiciones del dogma, sino por la obra de Dios en nosotros para hacernos instrumentos de su justicia en el mundo.
Es la experiencia de un Dios que actúa “comunitariamente” para darnos un sentido completo de su justicia, nuestra justificación. Es la obra objetiva de Jesús que padece en la cruz arrastrado allí por el mundo injusto, es la fuerza del Dios que lo levanta de los muertos y nos permite a nosotros vivir por esa Resurrección, y es la obra del Espíritu Santo en nosotros que nos da testimonio de ese amor.
El texto del Antiguo Testamento, en Proverbios, señala la presencia de la “Sabiduría” como expresión de Dios. Muchos han visto en Cristo la encarnación de esa sabiduría divina, manifiesta en las obras. Estas obras de la sabiduría son el motivo de alabanza del Salmo 8. La caracterización del Padre como creador es parte de este reconocimiento a la experiencia de Dios trinidad. El texto del Evangelio expresa ciertas cosas similares a Romanos: Si bien el énfasis primero cae sobre la obra del Espíritu, destaca la relación del Espíritu con el ministerio de Jesús y la gloria divina. Tal sabiduría que trae el Espíritu en la vida del creyente es la que ha de guiarlo. Esa es la “condición trinitaria” de nuestra fe. Esa trinidad es también una forma de vida. Una comprensión de la obra de Dios en la cual somos llamados a participar desde la nueva criatura que somos en Cristo. Es la participación en la “justicia de la comunidad divina”, que nos vuelve sensibles a la justicia en la comunidad humana. Es la forma en que esa paz que recibimos de Dios se muestra fe compartida.
Puede acompañarse la predicación con el canto (o recitación, si no se sabe la música) de la canción de Julián Zini, “Dios Familia”.
Néstor Míguez, biblista metodista argentino en Estudio exegético-homilético 15, ISEDET, Buenos Aires, 2001
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