Firme ancla de nuestra esperanza
«No se asusten. Ustedes buscan a Jesús el nazareno, el que fue crucificado. No está aquí. Ha resucitado. Miren el lugar donde lo pusieron. Pero vayan ahora y digan a sus discípulos, y a Pedro, “Él va delante de ustedes a Galilea.” Allí lo verán, tal y como él les dijo.»
Evangelio de Marcos 16:6-7
La historia de la resurrección es la base fundante de nuestra fe y resulta ser el acontecimiento central que marca la aurora de un nuevo amanecer, un nuevo inicio, una nueva vida.
Esta historia trascendente parte de la pregunta del Evangelio de Marcos, capítulo 18, vers. 3. En este relato las mujeres, aquellas que iban a preparar el cuerpo muerto de Jesús, se decían entre sí, resignadas e impotentes:
“¿Quién nos removerá la piedra de la entrada del sepulcro?”
¿Quién removerá la piedra que obstaculiza la vida? Muchas veces nos concentramos en cómo vamos a mover estas o aquellas piedras. ¿Quién nos removerá las piedras de los malentendidos, del racismo, de la intolerancia, de la discriminación, de la violencia, de la muerte, de la injusticia? Hay tantas y tan pesadas piedras para nuestra gente y nuestros pueblos. ¿Quién las removerá?
La gran sorpresa al llegar fue que la piedra ya había sido removida. Sabemos que Dios no nos desamparará ni nos dejará. Nada ni nadie nos podrá separar jamás del amor que nos ha mostrado.
El teólogo Jürgen Moltmann se preguntaba si la muerte tiene la última palabra para cada ser humano, ¿con qué base podemos esperar? Y peor aún, si nuestro planeta mismo también espera su propia muerte cósmica, entonces, tanto a nivel personal como a nivel cósmico, pareciera que la esperanza es apenas una vana ilusión. La victoria parecería tenerla la muerte, ya que al fin y al cabo estamos destinados a la muerte.
Pero desde la fe y la esperanza que nacen en Jesús, nos afirmamos en que –a la luz de la resurrección– absolutamente todo es posible, nuestra propia resurrección es posible y también una tierra nueva y cielos nuevos son posibles.
Somos convocados a seguir esperando contra viento y marea, con la mirada fija en el autor y consumador de la fe, pero también a vivir de una nueva manera, renacidos del Espíritu como personas y comunidades. La teóloga Elsa Tamez lo define con profundidad y belleza:
“El desafío de vivir como resucitados es un reto a las personas y comunidades cristianas para que caminen conforme al Espíritu y vivan una espiritualidad liberadora. Más que un tema, es un llamado urgente y central frente a una sociedad asfixiante, a gente y comunidades cansadas y con poca esperanza, y a una iglesia excesivamente institucionalizada que presta poca atención al Espíritu. Necesitamos una renovación en el Mesías Jesús y el gestor de ese renacimiento es el Espíritu de Dios.”
¿Quién nos removerá la piedra que impide la vida? De algún modo, Dios usa o pone mensajeros o mensajeras –ángeles del Señor–, en nuestra cotidianidad, para darnos las buenas nuevas de que la muerte no tiene en absoluto la última palabra. Y por ello nuestra fe no es vana, sino que tiene sentido, ya que Jesús venció la muerte y la conjura. Es posible la resurrección en las diferentes situaciones de nuestro diario vivir, ya que el poderío del amor rompe los muros de todo cautiverio, posibilitando el andar en el nuevo camino.
“El problema no es sólo ayudar a la gente, es resucitar cuerpos muertos. Y los cuerpos muertos son resucitados por el poder de la belleza”
De teólogo de la liberación a poeta, Rubem Alves
La Ruaj del Dios de la vida cobra visibilidad y vitalidad en absoluta plenitud en Jesucristo, en cada una de sus acciones y en definitiva en la muerte y resurrección de su cuerpo. ¡La rigidez de la tumba ha sido transformada en bello jardín florecido! ¡Los obstáculos que detienen la caminata se desvanecen! ¡Y descubrimos por la resurrección una nueva vida en nuestros cuerpos íntegros!
“Los cuerpos resucitados son guerreros más bellos, guerreras más bellas, porque traen en sus manos los colores del arco iris. Y los cuerpos se transforman entonces en semilla que preña la tierra para que nazca el futuro…”
Rubem Alves
Somos cuerpos resucitados, porque nos sabemos amados y amadas por Dios y por ello anclados en una sólida esperanza de vida. Y vivimos en el poder de la resurrección en medio de la muerte y la violencia, llevados por la promesa de la nueva creación de esa nueva tierra y esos cielos nuevos.
“Porque él vive, yo no temo el mañana,
porque él vive, el temor se fue,
porque yo sé que el futuro es suyo,
y que vale la pena vivir,
porque él vive en mí.”
Mi deseo profundo es que hospedemos la presencia liberadora del resucitado en esta hora difícil de la historia de nuestros pueblos. Y que nuestra esperanza se afirme en que el Proyecto de Dios es un Proyecto de Vida Plena y Abundante para nuestra vida y para la de nuestros pueblos.
Abrazo fraterno/sororal
Pastor Américo Jara Reyes
Obispo