Recursos para la acción pastoral

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Desprenderse de la rama
Un ateo cayó a un precipicio y, mientras rodaba hacia abajo, pudo agarrarse a una rama de un pequeño árbol, quedando suspendido a trescientos metros de la roca del fondo, pero sabiendo que no podía aguantar mucho tiempo en aquella situación.
Entonces, tuvo una idea: “¡Dios!”, gritó con todas sus fuerzas.
Pero, solo le respondió el silencio.
“¡Dios!”, volvió a gritar. “¡Si existes, sálvame, y te prometo que creeré en ti y enseñaré a otros a creer!”
¡Más silencio! Pero, de pronto, una poderosa Voz, que hizo que retumbara todo el cañón, casi le hace soltar la rama del susto. “Eso es lo que dicen todos cuando están en apuros”.
“¡No, Dios, no!”, gritó el hombre ahora un poco más esperanzado. “¡Yo no soy como los demás! ¿Por qué habría de serlo, si ya he empezado a creer al haber oído por mí mismo tu voz? ¿O es que no lo ves? Ahora todo lo que tienes que hacer es salvarme, y yo proclamaré tu nombre hasta los confines de la tierra!”
“De acuerdo”, dijo la Voz, “te salvaré, suelta esa rama.”
“¿Soltar la rama?”, gritó el pobre hombre. “¿Crees que estoy loco?”
Hemos de admitirlo, estamos hechos así. La fe como riesgo, como “salto” nos da miedo. Nos agarramos tenazmente a nuestra rama, a nuestras innumerables ramas. Si tuviéramos veinte manos, las usaríamos todas para agarrarnos a otros tantos lugares diferentes
Nos fiamos, solo un poco, de un Dios que nos tranquilice. Como nos ofrece solo la garantía de su Palabra, pretendemos otro que sea más comprensible y confiable con una oferta más amplia.
No caemos en la cuenta que la fe en un Dios tranquilizador, suministrador de seguridades, no es fe sino cálculo.