Sin poder, la fuerza de la debilidad

03 Nov 2025
en Episcopado
Sin poder, la fuerza de la debilidad

“Pero él me ha dicho: «Con mi gracia tienes más que suficiente, porque mi poder se perfecciona en la debilidad.» Por eso, con mucho gusto habré de jactarme en mis debilidades, para que el poder de Cristo repose en mí”.

2 Corintios 12.9



¿Cuál es el orgullo o jactancia de Pablo el apóstol, si de algo puede enorgullecerse? No de su predicación, tantas veces rechazada; no de su apariencia física, débil y casi ciego. Solamente de su encuentro con Cristo, y con el Cristo crucificado. ¿Cuál es la debilidad de Pablo el apóstol? ¡Los insultos, las penurias, las persecuciones, las calamidades en su vida!  Ahí ve el poder de Cristo morando en él; ahí se sabe fuerte; de eso se jacta.

Para Pablo, enorgullecerse de la debilidad es una puerta de entrada para jactarse en Dios. En lugar de adoptar una actitud de «puedo hacerlo todo yo solo», Pablo se permite ser débil para quedar abierto a recibir ayuda de alguien mucho más poderoso y fuerte: Jesucristo. Pablo se aparta de sí mismo para que la fuerza de Dios se vea con mayor claridad y la iglesia pueda alejarse de las luchas de poder y dedicarse más al desarrollo de la fe.

En lugar de confiar en tu propio poder, confías en el poder, en el amor y la gracia de Dios. Tampoco te obsesionas con nombrar ni proclamar tus debilidades. Después de todo, no se trata de ti. En cambio, dedícate a invitar a Dios a esos lugares de tu vida. Jactarse en la debilidad significa abrir de par en par las puertas de nuestras debilidades y dar espacio a Dios para que él obre en nosotros.

Pablo habla de “un aguijón”, una estaca, una herida en su cuerpo que no le permite sentirse especial o agrandarse por esa revelación única del Resucitado en su vida. ¡Cómo le ha pedido a Dios que le saque esa espina grande y dolorosa! La respuesta de Dios fue siempre simple: “Con mi gracia tienes más que suficiente, porque mi poder se perfecciona en la debilidad”.

¡Con mi gracia tienes más que suficiente! Esa gracia proviene de Jesucristo, quien todo lo vence. Por gracia, Dios envió a Cristo al mundo para caminar con nosotros, fortalecernos y mostrarnos cómo vivir, sanarnos y, sobre todo, salvarnos. En otro pasaje, Pablo escribe a los filipenses: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4.13).

La gracia de Dios es la presencia y poder de Dios para crear, sanar, perdonar, reconciliar y transformar a las personas, comunidades, naciones y el universo entero. Donde Dios está presente, allí está la gracia, el poder de Dios para renovar y transformar.

¿Pero cómo hablar de gracia ante tanta desgracia en nuestro mundo?

En un mundo donde cada día vivimos el dolor de la exclusión, la injusticia y la muerte, no se puede hablar irresponsablemente de una salvación que sea solo bendición, prosperidad, victoria. Hay que hablar de una salvación que es cruz y resurrección, bendición y misión, justificación y justicia, santidad y seguimiento, don y envío al mundo para servir a los más pequeños a la manera de Jesús.

La gracia de Dios en la vida del discípulo y discípula se transforma así en la gracia de servir y entregarse en la tarea de acompañar al Dios de la gracia en su pasión por el mundo. El amor solidario en la misión y el seguimiento son dimensiones del discípulo que ha acogido el Don de Dios.

En los tiempos que vivimos, de tanta indiferencia ante el sufrimiento de muchos, de trabajadores sin trabajo, ancianos y enfermos sin cuidado y jóvenes sin futuro, nos invaden la desesperación y el sentimiento de impotencia. Sin embargo, después de toda DESGRACIA podemos decir las palabras de Pedro: “de lo que tengo te doy” (Hechos 3.1-10): surgen las redes de vida, redes de solidaridad, redes que nos hacen actuar y entregar por pura gracia lo que se ha gestado por la gracia de Dios. Es lo que nos hace comprender que en las situaciones de tanta desgracia y anti-gracia, la GRACIA PREVALECE, como un Dios que prevalece en su fidelidad con el pueblo.

Gracia de Dios, ven, desciende a mí, lléname con tu consuelo desde que rompe el día, no sea que mi alma agotada, árida, desfallezca de laxitud. Imploro tu gracia, ¡oh, Dios mío!, no quiero más que ella: pues esa gracia me es suficiente, aun cuando nada obtuviera de lo que codicia la naturaleza… no temeré ningún mal mientras tu gracia esté conmigo. Ella es mi fuerza, mi consuelo y mi apoyo. Es más poderosa que todos los enemigos (y enemigas) y más sabia que todos los sabios y sabias.» Tomás de Kempis

En espíritu y en verdad celebramos permanentemente que la gracia es un regalo, un don. La gracia nos confirma que no estamos solos ni solas, sino que el camino es común con Dios.

Por la gracia de Dios soy lo que soy, somos lo que somos y seguramente podremos ser, dependiendo en cómo nos abramos y dejemos que esa gracia cuidadora de Dios, opere en nosotros y nuestras relaciones. Recordamos hoy que el ser metodista está anclado en esta experiencia de la gracia de Dios. Gracia que nos libera de los miedos y de toda clase de odios e indiferencias para ser cuidadores de toda vida.

Que podamos crecer en ese amor a Dios, al prójimo, a nosotros mismos y a toda la creación. Que Dios nos bendiga al recordar y celebrar en estos días nuestra identidad metodista y que Dios nos ayude a ser coherentes con ella, a buscar cada día ser coherentes con la fe que se inspira en la vida, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret. Esa fe que en definitiva nos hace seguidores de Jesús, que es nuestra identidad última, por gracia de Dios.

Al final de una carta severa y rigurosa en el seguimiento de Jesucristo, Pablo apóstol termina con una invitación a la alegría y a la unidad en la comunidad de fe:

Por lo demás, hermanas y hermanos, regocíjense, perfecciónense, consuélense; sean de un mismo sentir, y vivan en paz. Y el Dios de la paz y del amor estará con ustedes. Salúdense unos a otros con un beso santo. Todos los santos les mandan saludos…

Y termina con una de sus más hermosas bendiciones:

Que la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos ustedes. Amén. (2 Corintios 13.11-14)


Abrazo fraterno/sororal

Pastor Américo Jara Reyes
Obispo


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