¿Lobos o corderos?
Pero ahora, en Cristo Jesús, ustedes que en otro tiempo estaban lejos, han sido acercados por la sangre de Cristo… Él es nuestra paz. De dos pueblos hizo uno solo… al abolir en su propio cuerpo las enemistades… para crear una nueva humanidad, haciendo la paz, y para reconciliar con Dios a los dos pueblos en un solo cuerpo, mediante la cruz, sobre la cual puso fin a las enemistades».
Carta a los Efesios 2. 13-16
Estamos acostumbrados a vivir en la cultura de la violencia, de la exclusión, de las palabras violentas y de la falta de esperanza. ¿Cómo será vivir en una cultura de la paz? ¿Cuáles son las causas de la violencia? ¿Es posible la paz? ¿Cómo es vivir en paz? La respuesta de Pablo es categórica: Cristo es nuestra paz. ¿Qué quiere decir? ¿Una receta mágica? ¿Es factible y realista?
Hay tres palabras centrales en estas líneas: sangre, reconciliación y cruz. Para parar la violencia comunitaria, las religiosidades antiguas exigían sacrificios humanos, o al menos, la representación de esas víctimas humanas en sacrificios de animales o aves. Así, los dioses requerían un sacrificio. En vez de desangrar a una persona o a toda una comunidad, se suponía que la inmolación generaba la paz entre la comunidad y los dioses. Así los imperios y todos los codiciosos sacrificaban a los pueblos vencidos, y todos los crucificados eran considerados delincuentes muertos en el altar de la seguridad de los poderosos.
Los sacrificios del Antiguo Pacto eran oraciones que subían a un Dios de amor y libertad, nunca pagos a un Dios airado contra el pecador, nunca diezmos obligatorios comerciando con la fe del pueblo sencillo, nunca deudas a pagar con la vida y la paz de la gente. Por eso nunca sacrificios de vidas humanas, de hecho, prohibidas tajantemente. Los sacrificios eran representaciones del pueblo creyente, parábolas gráficas de la vida ofrecida en alabanza y servicio a Dios y al prójimo. En el último tiempo de ese antiguo pacto los profetas rechazan los sacrificios dentro de un culto corrompido y sin sentido espiritual, por lo cual los profetas dicen: “misericordia quiero y no sacrificio…”
Cristo es nuestra paz, nuestra reconciliación con Dios, entregando su vida en la cruz por fidelidad a Dios y por amor al mundo, cargando representativamente con toda nuestra violencia y muriendo de una manera cruel y brutal, para hacer la paz.
El problema de la violencia en el mundo hoy no se corrige con más violencia, con guerras preventivas, conflictos armados de baja intensidad o con atentados de venganza en algún punto estratégico del planeta. Cristo es nuestra paz: hay que renunciar a la violencia y a la venganza. Se hace necesario deponer la violencia y amar con radicalidad en tiempos de odio y agresión.
En el evangelio, según Lucas 10.3, Jesús le dice a la comunidad: «Yo los mando como corderos en medio de lobos». Con gran realismo, Jesús no elude el rechazo y el conflicto que traerá entre los poderosos de su tiempo el anuncio de una nueva convivencia regida por la verdad, la justicia y el amor. Jesús sabe que la violencia opresiva se contagia también en los pueblos y hasta puede internalizarse en comunidades de fe, de amor y de esperanza.
En un mundo donde muchos liderazgos no orientan ni acompañan, mientras los jefes de los pueblos tiranizan y los grandes oprimen, Jesús deja claro que entre sus discípulos no será así. Es necesario ir exactamente en dirección opuesta: el que quiera ser grande que se ponga a servir a todos, especialmente a los más pobres y pequeños del reino.
Jesús da dos grandes tareas a sus enviados: anunciar a la gente lo cerca que está Dios, invitándola a vivir en el espíritu del Reino de Dios y denunciar todo lo que introduce y reproduce el mal, la maldad y el sufrimiento en la vida de todo el mundo. Discípulos y discípulas tienen que presentarse como gente sencilla y como comunidades de paz. No todo debe estar signado por la rivalidad, la competencia y el enfrentamiento. Es posible acercarse a la vida y a las personas como embajadores de otro tiempo posible.
La clave solo puede venir de una fuente, de la presencia de Dios en nuestras vidas. El Dios que en “Cristo nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros, como ofrenda y sacrificio a Dios” (Efesios 5.2), vive en medio de su pueblo. Conocer al Cordero de Dios nos permite trabajar por una cultura de la paz y de la no violencia.
¿Se puede vivir de otra manera que no sea la de un lobo? ¿Tiene sentido todavía vivir como corderos? Te propongo este breve relato del sacerdote jesuita y psicoterapeuta Anthony de Mello en la búsqueda de responder a estas inquietudes:
Preguntó un maestro a sus discípulos si sabían decir cuándo acababa la noche y empezaba el día.
Uno de ellos dijo: «Cuando ves a un animal a distancia y puedes distinguir si es una vaca o un caballo».
«No», dijo el maestro.
«Cuando miras un árbol a distancia y puedes distinguir si es un mango o una anacardo».
«Tampoco», dijo el maestro.
«Está bien», dijeron los discípulos, «dinos cuándo es».
«Cuando miras a un hombre al rostro y reconoces en él a tu hermano; cuando miras a la cara a una mujer y reconoces en ella a tu hermana. Si no eres capaz de esto, entonces, sea la hora que sea, aún es de noche».
En la injusticia, la paz es imposible porque la injusticia es un estado de violencia y de desorden que no puede ni debe mantenerse. Se impone por la violencia, se conserva por la violencia y provoca más violencia y más revuelta, perdiendo la posibilidad de reconocer al otro y otra como hermano o hermana.
“Apártate del mal, y haz el bien; busca la paz, y síguela”. Salmo 34.14
Que estas palabras del salmista sean motivo de inspiración para nosotros y nosotras, que esperamos un mundo más justo, más fraterno y más igualitario.
Abrazo fraterno/sororal
Pastor Américo Jara Reyes
Obispo
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