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Juan 6.22-40 – Presentación de Juan Mateos y Juan Barreto
Contenido
Comienza la explicación del episodio de los panes. Los que habían comido acuden a Jesús, deseosos de continuar en aquella situación de éxodo, que les aseguraba el sustento, gracias a la acción de un líder, sin esfuerzo propio.
Jesús les explica entonces que no basta encontrar solución a la necesidad material, sino que hay que aspirar a la plenitud humana, y esto requiere colaboración del ser humano. Para ello, les propone en primer lugar la diferencia entre dos clases de alimento, que producen dos clases de vida, la pasajera y la definitiva. La condición para obtener la segunda es la adhesión personal a él, el Hombre sellado por el Padre.
Ante la exigencia de un prodigio semejante al del maná, el pan del cielo, para darle esa adhesión, Jesús repite la distinción en otros términos: el maná no era pan de Dios ni dio vida definitiva; ésta la da otro pan que tiene su origen en el Padre, que no cesa de llover sobre la humanidad, dándole vida. Ese pan es Jesús mismo, don continuo del Padre a los hombres, que hay que aceptar y comer por la adhesión a su persona, y que comunica incesantemente la vida definitiva, que supera la muerte. Tal es el designio de Dios.
La perícopa comienza con una escena introductoria: la gente que se había quedado en la otra orilla del lago busca a Jesús (6.22-24). Al encontrarlo, éste les advierte que su búsqueda es equivocada; los incita a trabajar por el alimento que dura, dándole adhesión a él como enviado de Dios (6.25-29). La multitud, entonces, pone condiciones, pidiéndole una señal parecida a la del maná en el desierto. Es Jesús el verdadero maná, el alimento que da vida al mundo y satisface toda necesidad del hombre. El deseo de ellos es ineficaz porque no quieren comprometerse con Jesús (6.30-36). La última sección de la perícopa explica “el pan de vida”, utilizando otro lenguaje (6.37-40).
Síntesis del comentario
La perícopa, primera parte de la explicación del episodio de los panes, presenta la falta de penetración por parte de la multitud de las señales realizadas por Jesús. Estas son el lenguaje de Dios al ser humano, compuestas, como él, de “carne” y “espíritu”. Son el medio de comunicación personal entre sujeto divino y otro humano. Considerarlas como un mero hecho objetivo, sin descubrir el significado ni al sujeto que se comunica en ellas, equivale a percibir un ruido de palabras, el ruido del viento, en lugar de la voz del Espíritu (3.8).
Se plantea aquí la cuestión de cómo conocer a Dios. Tal conocimiento no es posible si se le objetiva, considerándolo objeto de especulación. No puede preguntarse si Dios “existe” como un objeto cualquiera, sino si Dios “está presente”, como persona. Para conocerlo hay que descubrir su presencia. No siendo Dios un ser material, éste no puede percibirse más que en la relación interpersonal, a través de una interpelación comprendida y aceptada.
La interpelación de Dios es Jesús mismo, la Palabra hecha “carne” (1.14). Es la Palabra cuyo significado es el Espíritu, que en ella se comunica. Se dirige no sólo a la inteligencia, sino al hombre entero, como sujeto personal. Aceptada, produce la presencia de Dios (el Espíritu) en el ser humano.
Las señales de Jesús explican lo que él mismo es, son palabras que explica la Palabra. El pan que da es una palabra que, significando el amor, lo comunica; es, por tanto, un gesto de comunión. Recibir el pan sin aceptar su significado es cerrarse a la comunicación divina.
Juan Mateos y Juan Barreto, El Evangelio de Juan. Ediciones Cristiandad, Madrid, 1982, pp. 325, Contenido de 6.22-40; p. 334, Síntesis.
El capítulo 6 de Juan comienza con el relato de la multiplicación de los panes por Jesús en un monte cercano al mar de Galilea. (vv. 1-15). La mención de la Pascua judía imprime al relato un nuevo significado a esa fiesta de Pascua, que se manifiesta en el acto de compartir el pan entre Jesús y sus seguidores. Los versículos posteriores (24-59) dan cuenta de un discurso de Jesús en la sinagoga de Capernaúm y del diálogo con
sus seguidores (sin paralelo en los Evangelios Sinópticos), donde se establecen algunas relaciones entre diferentes tipos de alimento, a partir del simbolismo del pan. Parece que muchos seguían a Jesús para comer (vv. 24-26); otros buscaban señales que demostraran si Jesús era o no el enviado de Dios, y quizás esperaban que Jesús les diera “pan del cielo” como había sucedido con sus padres en el desierto (vv. 30-31). El relato concluye que Jesús es el verdadero pan de Dios que baja del cielo y da vida para siempre (vv. 32-35), y es representado por el maná y el pan multiplicado anteriormente. Por tanto, practicar las obras de Dios significa básicamente creer (no solo como actividad del intelecto, sino principalmente como actitud de compromiso y confianza) en la obra salvadora de Dios a través de Jesús (vv. 28-29).
Uno de los temas principales que está presente en los diferentes textos propuestos por el calendario litúrgico ecuménico para la fecha es la cuestión del sustento y la providencia del Señor para con su pueblo, en el marco de la gratuidad de sus dones y de su fidelidad.
Samuel Almada, biblista bautista argentino en Estudios Exegético-Homiléticos 41.
Agosto 2003, ISEDET, Buenos Aires.
2 Samuel 11.26–12.14 – Presentación de Lucía Hernández y Humberto Jiménez
Retomamos el comentario del texto anterior (2 Sm 11.1-15) incluyendo los vs 26-27, que vienen en la siguiente lectura, intentando curar la náusea que produce el relato anterior, marcando que “esta acción de David no le agradó al Señor”, antes de presentar la valiente reprensión del profeta Natán.
Aunque la conducta de David con Betsabé es similar al tratamiento que le dio a Abigail (1 Sm 25.39-42), la motivación es distinta. David pudo afirmar que cumplía con Betsabé las funciones del go’el o pariente próximo que se casa con la viuda, como si fuera un extranjero, aunque Urías probablemente era de origen hitita pero nacido en Israel. Como tal, David toma la responsabilidad de proteger a Betsabé y se compromete a reconocer al hijo. Esta unión de David puede parecer honorable y magnánima, pero ciertamente lo que él hizo fue malo a los ojos del Señor. El v 27 es una de las tres afirmaciones (las otros dos son 12.24 y 17.14) de la historia de la sucesión que contienen un juicio religioso.
Este episodio nos muestra hasta dónde puede llegar una persona que abusa del poder. Llama la atención que una historia tan negativa haya sido conservada entre las tradiciones relativas a David. El autor de Crónicas la omitirá. Quien tiene el poder y está rodeado de aduladores con frecuencia cae en la tentación de creer que puede definir los términos de la moralidad que orientan sus acciones. La historia se repite constantemente. Dirigentes, gobernantes, militares, clérigos que se dejan llevar por toda clase de abusos, piensan que la autoridad y poder que poseen los ponen a cubierto de todo juicio.
La historia de David sigue una espiral de violencia: del rapto la tentativa de engaño y de esta al crimen. Muchas personas recurren a la mentira para tratar de paliar los enredos en los que se han metido.
La prueba de la impresión profunda que esta historia causa en los lectores está en los esfuerzos hechos para suavizar el impacto. Tanto en la pintura como en el cine, en la narrativa y en la poesía, los autores han hecho numerosos intentos para relativizar la culpabilidad de David. Hay muchas maneras de distorsionar la historia y las historias. Una de ellas es la de utilizar un chivo expiatorio. En este caso, haciendo aparecer a David como víctima y no como victimario. Bernabé habría sido la seductora, la conspiradora, la que se expuso a la vista de David, y no opuso ninguna resistencia a sus requerimientos. Incluso las traducciones –como hemos visto recién– atenúan la conducta de David. Hoy todavía en casos semejantes se trata de hacer aparecer como culpable a la mujer.
En otras ocasiones se intenta racionalizar la historia para explicar, no justificar, la acción de David. En filmes y novelas se dice que Urías era un marido que abusaba de su mujer y lo que hizo David fue rescatarla de esa situación. Se llega a afirmar que el matrimonio de un hitita con una israelita era contra la ley y que David, al casarse con Betsabé, quería rectificar ese estado inaceptable. También se racionaliza esta historia al presentarla como el motivo para un gran arrepentimiento por parte de David. Aceptar este tratamiento del episodio nos llevaría a ignorar la sordidez de la historia.
Presentar este asunto como algo romántico, haciendo de David y Betsabé una pareja que vive un gran amor, como Romeo y Julieta, Marco Antonio y Cleopatra, Abelardo y Eloísa, sirve más bien para disimular la violencia y el abuso de las mujeres en nuestra cultura.
Ninguno de esos intentos hace justicia al texto que nos habla de un David violento, sin escrúpulos y nada romántico. David no quería en un principio iniciar una relación estable con Betsabé; el no haber podido ocultar su falta lo llevó finalmente a desposarla.
Hay que tener la valentía de asumir el pecado de David en toda su trágica gravedad. David es un héroe que tuvo sus fallas y nosotras y nosotros, como él, también podemos caer.
2 Samuel 12.1-14 – Natán anuncia el juicio de Dios y la restauración de David.
Al leer el cap 11 nos asombra la frialdad con que ese texto describe los acontecimientos. No se expresa ninguna emoción y tampoco se hace ningún juicio ético. Queda la impresión de que algo falta para tranquilizar al lector. Solo al final del capítulo la situación cambia, y se recuerda que hay una ley superior. Lo que hizo David fue desagradable a los ojos del Señor (2 Sm 11.27b), y Dios envía al profeta Natán para que reprenda a David.
Natán llega a la corte con el pretexto de exponer un caso al rey para que dicte sentencia y cuenta la historia de un hombre rico que de una manera injusta le quita al pobre su única ovejita. Y antes que Natán termine, David, indignado, condena no solo al rico que tomó la ovejita del pobre, sino que también, aunque sin darse cuenta, se condena a sí mismo por haber tomado la esposa de Urías. El profeta pronuncia entonces la sentencia del Señor.
Para lograr su objetivo Natán utiliza el género literario llamado parábola jurídica. Con ella se disfraza una situación real para llevar a la parte culpable a dar un juicio sobre su responsabilidad. De David se espera que administre justicia; pero como rico opresor él subvierte la justicia. Las estructuras de la parábola son de oposición, y esta oposición es el corazón mismo del suceso parabólico: una estructura de expectación de parte del oyente, y una estructura de expresión de parte de quien habla. David espera que el hombre rico tome una de sus ovejas para agasajar al visitante, pero sucede lo contrario: el rico sacrifica la oveja del pobre; el choque que resulta inicia la acción y lleva a la solución del problema. David rey, como juez, condena a David, el rico opresor.
A la reacción condenatoria de David, Natán responde con una frase corte pero expresiva: Tú eres ese hombre. Al decir esto, Natán estaba arriesgando su vida. Ningún otro se hubiera atrevido a reprender al rey por su acción, pero David vio en las palabras de Natán la voz de Dios. Entonces Natán pronuncia la sentencia de Dios sobre el pecado de David. Y empieza, no enumerando los pecados del rey, sino los favores que ha recibido de Dios:
- Posición: Yo te ungí como rey sobre Israel.
- Protección: Yo te libré de las manos de Saúl.
- Posesiones: Yo te he dado la casa de tu señor.
- Símbolos del poder real: He puesto en tu seno a las mujeres de tu señor (El rey heredaba el harem de su antecesor).
- La realeza: Yo te he constituido rey de Israel y de Judá.
Aunque esto no es poco, el Señor Dios añade que podría dar más aún. Lo que Natán había dicho en forma velada en la parábola, se afirma ahora de manera clara y explícita. Fundamentalmente, David ha roto la relación que liga al rey con su Dios: ha despreciado al Señor, ha hecho lo que es malo a sus ojos; se ha burlado de los mandamientos que son un principio fundamental de la alianza con Dios al cometer adulterio y asesinato. David ha pecado también contra un hombre y una mujer. Y no vale alegar que Urías haya muerto por la espada de los amonitas, porque la mano que firmó la orden fatal, puso a Urías a merced de las armas amonitas. Por eso la espada no se apartará ya de tu casa. Un presagio sombrío de las tragedias que se abatirán sobre la casa de David. En efecto, cuatro hijos de David murieron prematuramente: uno recién nacido (12.18) y luego Amnón (13.29), Absalón (18.14-15) y Adonías (1 Re 2.25). Y Natán, en nombre del Señor, continúa: Ante tus propios ojos entregaré tus mujeres a tu prójimo, y a pleno sol se acostará con ellas (vs 11b). La ley del talión se cumple aquí rigurosamente.
Al choque producido por la dramática acusación de Natán: Tú eres ese hombre, responde el reconocimiento de David: He pecado contra el Señor, la confesión de David es ahora inmediata, y ya no trata de disculparse ni de justificarse. El perdón del Señor es directo. A David no se le exige sacrificar un animal ni hacer una donación especial. Natán anuncia que el Señor ha perdonado su pecado y que David no morirá, como lo exigía la ley respecto de los adúlteros. David vivirá, pero morirá el niño concebido por su unión con Betsabé.
La actitud valerosa de Natán al denunciar los abusos del rey, sin temor a desafiar las iras del poder, es un ejemplo para los líderes políticos y religiosos de hoy. Quienes detentan el poder caen a veces en la tentación de creer que están por encima de las leyes y piensan que pueden violarlas impunemente. Las realizaciones del poder no valen nada si se consiguen a costa de la explotación de los desposeídos. Las intervenciones proféticas de las iglesias pueden ser riesgosas, pero hay que encontrar los medios de confrontar al poderoso para llevarlo al arrepentimiento.
La buena noticia de este texto es que no solo recuerda la culpabilidad, sino que llama al arrepentimiento, a un cambio de dirección y al perdón, sin que esto signifique que nos veamos libres de las consecuencias de nuestros actos. La cristiana, el cristiano, deben recordar que la denuncia y el juicio no son la última palabra.
En muchos manuscritos medievales de 2 Sm 12 se dejaba un espacio libre, después de la confesión del pecado por parte de David, para que se pudiera leer el Salmo 51, atribuido a David, en el cual se expresa más el arrepentimiento que la culpa.
Lucía Hernández Cardona y Humberto Jiménez Gómez, biblistas católicos en Los libros de Samuel en Comentario Bíblico Latinoamericano, Verbo Divino, Estella, Navarra, 2005.
Salmo 51 – presentación de Enzo Cortese y Silvestre Pongutá
Observaciones generales
El encabezamiento relaciona el salmo con el pecado de David (2 Sm 12.13), especialmente por su confesión ante Natán. Está inspirado en una fe muy profunda y con una sinceridad admirable. Aunque no se puede demostrar que procede realmente de David, el autor pudo haber tenido en cuenta los datos tradicionales de estos hechos y, sobre todo, la fe Yavista del rey. Algunos elementos reflejan un uso posterior y hasta algunos agregados (vs 18-19) que suponen un tiempo exílico o postexílico.
Vs 1-9 – Primera parte
Desde una conciencia lúcida de su situación de pecado brota esta sentidísima súplica a Dios. El pecado se expresa con varios términos que ilustran los diversos matices del comportamiento de este pecador: rebelión, iniquidad-maldad, pecado, hacer el mal, derramamiento de sangre. Insiste en el reconocimiento sincero de su condición de pecador y subraya muy enfáticamente la dimensión de fe –o infidelidad– de su mal comportamiento (contra ti, y solo contra ti, he pecado), al mismo tiempo que reconoce que el pecado cubre toda la existencia de esta persona.
Reconoce, además, que a Dios agrada la integridad del ser humano, y una integridad que nazca desde el interior del mismo. El salmista pide a Dios la piedad, y apela a la misericordia y a la compasión. Emplea diversas imágenes de la acción de Dios que puede cambiar la situación del salmista: purifícame, lávame, destruye mi rebeldía, límpiame, esconde tu rostro de mi pecado, hazme oír el gozo y la alegría. Dios es quien puede transformar a esta persona, liberarlo de su condición de pecador y encaminarlo a la alegría.
Vs 10-17 – Segunda parte
Una mueva serie de peticiones dirigidas a Dios encabeza la que parece central: Dios mío, ¡crea en mí un corazón limpio!¡Renueva en mí un espíritu de rectitud! Se pide una renovación radical que solo puede obrar el Dios creador y redentor. Este texto se puede relacionar con el de Ezequiel 36.24-28: se anuncia una renovación radical para el futuro. Es el reconocimiento de la insuficiencia de la persona para llegar a ser lo que Dios quiere de ella, y la afirmación de lo que el creyente del pacto espera de su Dios. Concuerda este salmo con los pasajes proféticos en los que se pide una fe interior, la que se halla en el corazón de cada mujer y cada hombre.
Recuerda el salmo la narración de Génesis 2: el ser humano es un ser vivo gracias al espíritu (soplo) de Dios; por este motivo pide a Dios que no le quite su santo espíritu: él desea la vida y por eso pone su confianza en Dios. La presencia del verbo crear es muy especial en este lugar, lo mismo que el modo de mencionar al espíritu de Dios. Insinúa una especie de motivación para lograr ser escuchado por Dios: se convertirá en testigo de los dones de Dios y se compromete a contribuir a la conversión de los pecadores. Desea, al experimentar la purificación de Dios, poder proclamar su alabanza.
Hacia el final reconoce lo que realmente importa a Dios: no los sacrificios, sino los que consisten en un corazón contrito. No es la materialidad de los sacrificios, sino la actitud interior del verdadero creyente.
Vs 18-19 – Una petición por Jerusalén
Se supone la experiencia de la destrucción de Jerusalén. Estos versos pudieron ser añadidos enm un momento postexílico. La súplica de alguien comprometido por el pacto mesiánico, que está profundamente arrepentido y que acude a Dios como su única esperanza, hace terminar el salmo con esta petición a Dios para que Dios confirme el pacto centrado simbólicamente en Jerusalén. Si Dios reconstruye las murallas de Jerusalén, quizás pueda darse también una renovación auténtica del culto.
Lectura cristiana
Todo pecador o pecadora puede utilizar esta plegaria para moldear con ella sus sentimientos y actitudes para acercarse a Dios y poder participar de la profunda conversión y renovación de la persona que brinda ahora Jesucristo.
Enzo Cortese y Silvestre Pongutá, biblistas católicos italiano colombiano en Comentario Bíblico Latinoamericano, Verbo Divino, España, 2007. Texto adaptado por GB.
Efesios 4.1-16 – Presentación de Samuel Almada
Se trata de un enfático llamado del apóstol Pablo a la unidad de la iglesia, frente a los diferentes peligros y dificultades que amenazaban a la comunidad. Por el contexto y el tenor de la exhortación parece que Pablo apunta a situaciones concretas como discordias entre creyentes (vv.1-3), la administración de diversos dones y funciones en la comunidad (vv. 7-11), y las doctrinas engañosas (v. 14). Para esto expone los principios de la unidad, utilizando la metáfora del cuerpo humano, en el cual Cristo es la cabeza, y todos sus miembros son importantes y necesarios para el crecimiento y la edificación en amor (ver vv. 4-6, 12-13, 16). De tal manera, llegar al estado de perfección y madurez de Cristo (v. 13), es el objetivo de la comunidad en su conjunto.
Samuel Almada, en Estudios Exegético-Homiléticos 41. Agosto 2003, ISEDET, Buenos Aires.
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